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Photograph - Ed Sheeran

Su manó chocó con la mía entrelazando sus dedos con los míos. Su piel ligera se adhirió a las heridas abiertas que aún rezaban por escocer.

Me acostumbré a la idea de no soltarle jamás, de que siempre estuviera tras la manada de gente, buscándome, por si me había perdido. Dispuesto a darme su mano cuando la mía tendiera a cerrase en banda.

Levanté la barbilla para mirarle y no hizo falta más que sus ojos brillosos codiciándose de mis labios para notar cómo todos los vellos, incluidos los de la nuca, se me ponían de punta.

Entreabrí los labios buscando qué decir pero, entonces, la distancia que apenas nos separaba se vio inundada por los acordes.

Eran los nuestros. Nuestros acordes.

El pelirrojo empezaba a cantar arrebatándonos la falsa autoría de la que nosotros mismos nos habíamos apropiado.

Sus ojos tomaron el descaro de volar inquietos por mi cara, deseosos de estar en todos lados a la vez.

Los latidos de mi corazón parecían ser partícipes del ritmo que Photograph marcaba en cada estrofa cuando su mano se abrió hueco en mi costado, justo por debajo de aquellas líneas que, tras cada salida del sol, me recordaban la razón de mis límites. Su roce subió poco a poco hasta que, cómo si supiese que era lo que se escondía bajo la tela, empezó a trazar pequeños círculos con el pulgar.

-Vera... -Fue casi inaudible con todo el murmullo que había a nuestro alrededor pero, aún así, su voz consiguió llegar intacta a mis oídos.

Sabía qué me estaba diciendo porque mi piel también requería de la suya, y él era consciente de ello.

Ambos lo éramos.

Al igual que sabíamos que tras cada paso adelante, dábamos dos atrás.

Pero estaba harta. Estaba cansada de ceder ante la idea de superación que años llevaba formada en mi cabeza. ¿Que tendría que pegarme la carrera de mi vida para alcanzarle? Recorrería kilómetros si al final del camino fuesen sus brazos los que me recibiesen.

Sin responder a mi nombre, recorté la poca distancia que nos separaba y, saciando de una vez por todas el anhelo de ambos, embustí su boca con la mía.

Sus labios sorprendidos tardaron unos segundos en reaccionar pero no dudaron cuando surcaron intrigados por cada rincón de mi boca, moviéndose rítmica a la melodía de la canción.

Su boca se paralizó a centímetros de la mía para coger una bocanada de aire; no sabía ni cuanto tiempo llevábamos enganchados el uno al otro, alimentándonos del mismo aire, pero estaba segura de que lo suficiente cómo para que nuestros pulmones se opusieran molestos; haciéndome gruñir por el frío que su distancia había levantado. Chocó su frente con la mía para compensarlo.

-Vera... -casi gimió en una mezcla de suspiros, anhelos y gratitud.

Si mi corazón no estaba lo suficientemente alterado, ver cómo sus ojos gritaban en silencio lo que meses llevábamos evitando me hizo explotar.

Me dejé hacer. Me dejé construir. Dejé que tomase mis piezas, armándolas con suma delicadeza, apreciando cada detalle y comprendiendo cada grieta.

Dejé que fuera él quien agarrase mi mano en el despegue y quien calmase mis miedos en el aterrizaje.

Dejé que me mostrase el verdadero significado de sentir. Sentir como siente esa persona que, aún teniendo miedo a las alturas, se embarca en el primer avión que sale camino a Canadá con la ilusión de ver una aurora boreal acompañada de quién le dio la mano cuando avisaron por la megafonía que el despegue estaba a punto de comenzar.

Sentir como siente quien tiene miedo, con la adrenalina carcomiéndote por dentro, pero, al fin y al cabo, sentir.

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora