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Había acompañado a Matías, cómo todos los días en la última semana en los que a él le tocaba ir cómo visita y no acompañante, al hospital. Yo esperaba fuera leyendo los apuntes desde el móvil mientras él entraba. Los médicos hicieron un buen trabajo y Ben era muy fuerte, así que consiguió estabilizarse dentro de lo que cabía.

Cuando salimos, nos acercamos a la protectora. En cuanto bajamos del coche noté cómo sus patitas me presionaban por detrás.

—¡Ey! —saludé a Queso subiéndolo en brazos, aunque era algo que en los últimos meses se me había dificultado —¿Qué tal? ¿Cómo puede ser que hayas crecido tanto?

—Son como los Grenglis —introdujo el moreno en la conversación —crecen con el agua.

—Los Gremlins —le corregí —se reproducen, señorito.

—Bueno —sonrió cómo solo él sabía hacer —a efectos prácticos es lo mismo.

Tras cerrar el coche con llave, me alcanzó y empezó a acariciar a Queso detrás de la cabeza.

Sonreí. Aún recordaba la primera la segunda vez que le vi, fue en ese mismo sitio. Por aquel entonces ni habría sido capaz de acariciarlo ni se habría acercado a mí, cómo hizo, para dejar un cálido y efímero beso sobre mi sien, cómo también hizo.

Era algo que había notado en ese último mes: le encantaban las muestras de afecto. Bien fuese por un beso tonto en la cabeza, por una caricia en la mano o por un abrazo desprevenido por detrás. Al principio me costaba recibirlos, desde hacía unos años había temido por cualquier tipo de contacto físico, pero, tras un par de veces, empecé a acostumbrarme a su cercanía. Tanto que, a esas alturas, caminar con él sin estar agarrada de su mano me parecía una locura.

—¡Si queréis os saco el sofá afuera! —la voz de Mara sonó desde dentro de la casa. Seguramente nos estuviese viendo a través de la ventana.

—Vamos, vamos —respondí entre risas.

***

—¿Has vuelto a llamar? —miré a Marta, quien había vuelto a cambiar de tinte. Entonces llevaba el pelo de color menta.

Asintió.

—Sigue sin cogerlo.

—Pues vaya tela —suspiré.

—¿Qué pasa? —inquirió Matías, mientras jugaba con Storm, levantando la cabeza hacia nosotras.

—El veterinario —se adelantó Marta —, lleva un mes sin responder y lo necesitamos. Los chicos —señaló a la bola de pelos que Matías tenía entre las manos —necesitan un chequeo al mes para poder ir renovando las cartillas por si surge alguna adopción.

—Y otros veterinarios no ofrecen la tarifa de grupo —añadí tocándome la barbilla —, se nos iría del presupuesto del que disponemos.

Se quedó unos segundos en silencio, dubitativo.

—Mi hermana... El novio de mi hermana creo que puede conocer a alguno, algún veterinario. Podríamos intentar que nos hiciese una oferta al ser un caso cómo este.

—No es mala idea.

—No lo es, no —susurré.

—Cuando llegue a casa le pregunto.

—Acuérdate de decirle que la consulta sería aquí.

Él asintió.

***

Habíamos quedado para desayunar, pero me levanté un poco antes para pasar por la farmacia. Al cruzar la esquina vi que Lena ya había cogido mesa. Sonreí.

Hacía muchísimo tiempo que no la veía. Parecía... más adulta, estaba diferente.

Al verme movió la mano en mi dirección y aligeré el paso.

—Buenos días —hice hueco entre la silla y la mesa para sentarme.

—Buenos días. ¿Qué tal?

—Mejor —respondí antes de volver a sonarme la nariz —. La verdad es que no sé en qué momento me he resfriado.

—Debe de ser uno de esos virus de ahora.

—No es Covid —dejé claro antes de nada —, me he hecho el test.

—Ya, ya —murmuró echándose azúcar en el café para hacer esa mezcla horrenda —. Vi la foto del grupo, me refiero a esos de veinticuatro horas. Mi hermano está igual, hay mucha gente así.

—Debe de ser... Bueno, ¿y tú? —envolví la taza con mis manos para calentármelas.

—Bastante liada, la verdad. ¿Tú has entregado ya el trabajo?

Negué antes de decir:

—Ni lo he empezado, tranquila.

—Menos mal.

—Creo que dijeron por el grupo de la universidad —tomé un trago del café —que habían hablado con el profesor para que diese hasta finales de marzo.

—Ostia, pues sería un favorazo.

—Sí.

—Oye, Vera, ¿puedo hacerte una pregunta? —rompió el primer canto de los pájaros.

—Claro, dime.

—¿Crees que todo pasa por algo?

—¿A qué te refieres?

—Últimamente no puedo dejar de pensar en el Karma. ¿Crees que las cosas que nos pasan son en medida de lo que hemos hecho? ¿Lo que hemos sembrado?

—No lo creo —al menos, ya no —. Hay muchas cosas que pueden intervenir, cosas que están fuera de nuestro alcance.

Ella asintió cómo si estuviese procesando mi respuesta.

—¿Tú sí?

—Es que no lo sé —levantó la mirada del cruasán hacia mí —. Antes creía que sí, ¿sabes? Pensaba que si me levantaba todas las mañanas antes de que lo hiciera el sol, el día iría rodado. Que si sonreía a un anciano por la calle, me sonreiría otro desconocido a mí en un momento que lo necesitase.

—¿Y ya no?

Negó sutilmente con la cabeza.

—En el fondo lo sigo pensando, pero... entonces no sé qué es lo que he hecho mal.

—A veces la vida se emperra en ponernos trabas por el camino pero eso no significa que estemos haciendo las cosas mal. Al contrario, si a pesar de eso consigues seguir adelante es que estás haciéndolo bien. Solo tienes que confiar y creer en ti.

Esas últimas palabras ardieron en mi boca.

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora