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—¿Cómo te lo has pasado? —Helena me acercó el paquete de chucherías.

—No gracias —dije levantando el bol de palomitas que Dani acababa de traer de la cocina —. Genial —mentí —. La verdad es que necesitaba volver para recargar las pilas.

—¿Qué vamos a ver? —preguntó Lucas sentándose al lado de su novio, agradecí en silencio que introdujese otro tema.

—Oye, ¿y Lena? —arrugué el entrecejo.

—La llamé antes de ir a recogerte, me dijo que hoy no venía.

—Qué raro —mantuve la mueca.

—La verdad es que sí —intervino en la conversación su hermana —. Nunca se pierde una noche Candy.

—Bueno, entonces, ¿qué vemos? —inquirí ganándome la atención de Lucas.

—Gracias —juntó sus manos con mi dirección.

—Pues no se... —Helena dejó el paquete de chucherías encima de la mesa y se echó un vaso de agua.

—¿Me echas, porfa? —levanté mi vaso hacia ella.

—Hombre —Dani se inclinó hacia la mesa y cogió el mando de la televisión —, la última vez elegisteis vosotras... lo más justo sería que hoy eligiese yo.

Se llevó el mano al pecho cómo si fuésemos a lanzarnos a por él en cualquier momento.

—Por mí bien —me tumbé hacia atrás.

—Si no hay más remedio...

—Genial, sabía que os moríais de ganas por ver Titanic —esbozó una sonrisa de oreja a oreja, ganándose abucheos hasta de su novio.

***

Me incorporé de golpe, algo desubicada, y miré a mi alrededor.

En la tele, aún encendida, descansaba un "¿Por qué has visto Titanic?" y un par de películas recomendadas. Sonreí al ver la estampa: Dani dormía con la boca abierta y la cabeza sobre la espalda de su hermana, que estaba prácticamente en el suelo, al final había servido de poco que se trajese su colchón por la noche, y Lucas dormía plácidamente en el sofá al lado opuesto del que lo había hecho yo.

Me quedé quieta mirando a un punto fijo. ¿Qué hora sería? ¿Las dos, tres, cuatro de la madrugada? Me levanté al volver a escuchar el timbre de un teléfono en la otra punta del salón, tenía que pasar por encima de los hermanos para llegar hasta él.

Me apresuré para apagar la alarma o lo que fuera para que no despertase a nadie más, pero, sin embargo, cuando llegué a él me quedé paralizada. Parecía que se me había olvidado cómo manejar aquel dispositivo.

Tenía tres llamadas perdidas.

De Matías.

No tardé demasiado en salir de la estupefacción pero tardé lo suficiente cómo para que la pantalla volviese a apagarse sumiéndome en el salón, de nuevo, a oscuras y en silencio.

Cogí el teléfono de la mesita camilla y, corriendo todo lo rápido que se podía teniendo en cuenta que me acababa de despertar, me fui a mi cuarto. Cerré la puerta para no molestar a ninguna de las bellas durmientes y marqué su número.

Primer tono.

Segundo tono.

Tercer tono.

Nada.

Maldecí para mis adentros no haberme despertado antes y busqué su contacto pero, antes de que pulsase sobre su foto, otra llamada entró en la bandeja de entrada.

—¿¡¿Sí!? —respondí demasiado alto.

El miedo me carcomía por dentro.

—¡Matías! —exclamé impaciente al ver que no respondía.

—Estaba... Estaba... No... No sé... —balbuceó entre quejidos.

Cerré los ojos con el corazón en un puño.

—Matías —intenté sonar calmada a pesar de que me iba el corazón a mil —. ¿Qué pasa? ¿¿Qué ocurre??

—Vera, no se movía —su voz dibuja a la perfección cada una de las lágrimas que salían de sus ojos —Estaba... Estaba... —su voz estaba pendiendo de un hilo —Estaba muerto.

Noté cómo toda la sangre abandonaba mi cabeza.

—Matías, cuéntame qué te ha pasado —pedí intentando controlar mi voz.

—¿Puedo... —tragó saliva —puedo ir a tu casa?

—¿Seguro que puedes conducir?

No respondió así que supuse que lo hizo moviendo la cabeza.

—Matías, no puedo verte desde aquí. Háblame —supliqué —, habla conmigo.

—Sí.

—Aquí te espero.

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora