84

1 0 0
                                    

Hacía demasiado tiempo que no sabía nada de él. Después de separar nuestros caminos, temporalmente al principio, estuvimos varias semanas compartiendo algunas conversaciones. Dolía ser consciente de que ambos nos moríamos de ganas por cruzar la pantalla y comernos a besos pero que no podía ser.

Las palabras que Matías me dijo aquella madrugada se me habían clavado tanto a fuego que había tratado de vivir por todas las veces que no lo había hecho. Cómo si, de alguna forma, sus palabras me hubiesen hecho abrir los ojos. Siendo eso mismo lo que me había llevado a ese momento; a estar sentada en una de las tantas playas que adornaban la ciudad y que; justamente, el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar; el chico que me había impulsado a hacer todas esas cosas apareciese de la nada dejándome con la respiración entre cortada como si el tiempo no hubiese pasado entre los dos.

Tuve que controlar los nervios al ver que Matías se acercaba a donde yo estaba.

—Hola —murmuró con cierto temblor en la voz.

—Hola —saludé levantándome.

Nuestros ojos parecieron partícipes de una de esas guerras de miradas. Ninguno de los dos se atrevió a decir nada más. Simplemente nos quedamos, a saber cuanto tiempo, el uno frente al otro.

Fue cuando el chico que estaba a su lado tosió que ambos salimos de cavilaciones.

—Vera, él es Ben —aclaró con una amplia sonrisa, contagiándomela al escuchar el nombre.

Le miré con ilusión y alegría. Supe que él sabía lo que esas palabras habían significado cuando sus ojos se cristalizaron.

—Ben, ella es Vera —dijo esta vez hacia su hermano, el cual estaba apoyado sobre una muleta.

—Con que tú eres la famosa Vera... —sentenció con una sonrisa en los labios que me resultaba familiar. No podía negarse que fueran hermanos.

El moreno le dio un toque en el costado con el codo.

—¡Ay! —bromeó llevándose la mano hasta el sitio.

—¿Qué... —murmuró tímidamente acariciándose la nuca —¿Qué haces por aquí?

Su hermano ya se había alejado unos metros de nosotros, cogiendo un sitio en el que sentarse. Agradecí en silencio que nos dejase intimidad.

—Si te lo digo vas a pensar que estoy loca —susurré burlona.

—Vaya... —sonrió mirando hacia un lado —A ver... prueba.

—Estoy haciendo lo que un amigo me aconsejó.

—¿Un amigo? —inquirió con picardía.

Sonreí.

—Seh —respondí cómo si el tema no fuese conmigo.

—Ya. ¿Y qué se supone que te aconsejó tu amigo ?—enfatizó esa última palabra.

—Demasiadas preguntas para no haber respondido tú ninguna, ¿no crees?

Él chiscó la lengua y aceptó:

—Venga —hizo un gesto con la mano para que preguntase.

—¿Has vuelto a Cádiz? —podría parecer una pregunta con una respuesta bastante obvia pero el significado iba mucho más allá.

Él asintió.

—Oye, no quiero dejar mucho rato a mi hermano solo, ¿te parece si quedamos un día de estos? Cómo amigos.

—Me voy el domingo.

—Bueno, cuatro días dan para mucho. ¿Dónde te estás quedando? —empezó a jugar con sus dedos.

Tras decirle el nombre del hotel y a qué hora no tenía ninguna actividad programada, terminó la conversación diciendo:

—A las ocho paso a buscarte.

Cuando se dio la vuelta tuve que hacerme con toda la fuerza posible para no desplomarme sobre la arena.

Era Matías, el hoyuelos.

Había vuelto a verlo, y al día siguiente volvería a hacerlo.

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora