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Emocional - Dani Martín

Sentí como una ola de epinefrina barría mi cuerpo en sentido ascendente.

Su cuerpo estaba a milímetros del mío. Parecían encajar como un puzzle de dos piezas.

—Rizos.

—Matías —entrecerré los ojos, la luz roja que acababan de encender me molestaba. Pero, aún así, logré ver la línea de su sonrisa.

—He de admitir que el pijama era insuperable pero estás genial —sonrió.

—Tú tampoco estás nada mal.

Él volvió a sonreír, esa vez, con un brillo especial en los ojos. Estaba claro que no esperaba esa contestación de mí.

Alguien chocó con mi espalda haciéndome recortar la poca distancia que nos separaba. Mi pecho quedó aplastado contra el suyo y mi corazón empezó a latir de forma desesperada.

Su mano se obligó a abrirse paso en mi cadera, justo donde empezaba a caer el vuelo del vestido, para cederme estabilidad y evitar que cayese tras el empujón. Ya era la segunda vez que nos pasaba, y la primera vez acabó con nuestros alientos entremezclados.

A pesar de la tela que nos separaba, mi piel, trazada con delicadas líneas, refulgía calor ante su contacto. Sus dedos haciendo presión sobre mi cadera me incitaban a arquearme hacia él.

—¿Estás bien? —susurró a apenas cinco centímetros de mi boca.

Siempre el maldito número cinco de por medio.

—Sí, sí. —Tardé en acostumbrarme a su cercanía.

Sus ojos viajaban de los míos a mis labios cómo si estuvieran pensando cometer el más maldito acto de egoísmo y robar cada suspiro que salía de mi boca con la suya.

Bajo la luz de los focos, aprisionados por tanta gente y ansiosos de tomar la misma bocanada de aire, empezó a sonar la voz de Dani Martín cantando esa canción que nos llenaba el corazón y nos vaciaba la razón. Esa que, en juegos de palabras, era emocional.

La voz rasposa del cantante se colaba por los escasos centímetros que apenas nos separaban.

Sus ojos, topados con los míos, transpiraban anhelo. Apenas quedaba distancia entre los dos, así que podía notar perfectamente cómo su boca se abría de apoco dejando salir una ráfaga de aire entre los labios.

Observé como poco a poco su garganta tragaba saliva haciendo subir y bajar la nuez de Adan. Bajé la vista hasta sus brazos. Fuertes, firmes, tensos. Tan tensos que las venas marcadas apostaban por salírseles de la piel.

La voz de Dani parecía estar narrando. Narrando nuestra historia.

Cerré los ojos al escuchar el minuto 0:30 de la canción. Cuando fue su voz la que se alzó, dejando atrás a la de Dani, volví a abrirlos.

—Te quiero más... —entrecerré los ojos y me uní a él. La letra de la canción me abrasaba la garganta. Él depositó su mano con delicadeza sobre mi mejilla.

Sus ojos volaban melosos de los míos a mi boca, creando un recorrido continuo. Advirtiéndome de que, tarde o temprano, eso que pasaba por nuestra mente dejaría de ser una simple fantasía.

Cerré los ojos ante su roce, provocando que las lágrimas que se me habían acumulado se desprendieran cómo gotas de vaho sobre una cristalera en diciembre. Su voz acabó perdiéndose entre los acordes de Emocional dejando a Dani terminar la canción.

Deseé que sus labios se encontrasen con los míos.

Quería que fuera él quien calmase mis heridas, anestesiando el dolor. Que borrase cualquier rastro de miedo, fragilidad o conmoción como a quien le tranquiliza dormir con una lucecita a media noche.

No sabía cómo, ni en que momento, pero Matías se había convertido en mi lugar, olor, momento favorito. Se había convertido en un punto débil, en mi talón de Aquiles. En aquello que podría hacerme retroceder en el tiempo y esquivar todas las malditas flechas pero que también tenía el poder de destrucción.

Porque... ¿habría sido capaz, Aquiles, de esquivar la flecha que iba directa a su talón sabiendo que acabaría dándole a la persona a la que amaba? 

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora