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Felix se estiró, desperezándose entre las sábanas con un largo bostezo. Lentamente abrió sus ojos somnolientos y se los restregó con los nudillos hasta que solo pudo ver puntos blancos. Un olor dulce colmó su olfato. Giró la cabeza hacia la almohada y allí estaba, su preciosa rosa roja, y también una nota escrita con una bonita y elegante caligrafía. Una sonrisa se dibujó en sus labios, que acabó transformándose en una expresión de sorpresa cuando vio toda la cama cubierta por decenas de aquellas flores. Tomó la nota y la leyó con atención:

Debo reunirme con Duncan Campbell en Birmingham, volveré pronto. Si quieres salir fuera de los terrenos de la mansión, pídele a Changbin que te acompañe, aunque preferiría que esperases a mi regreso. Si necesitas algo o tienes cualquier duda sobre la casa, Harriet estará encantada de ayudarte.
Ya te echo de menos. Te quiero.
Hyunjin.

—¿Harriet? ¿Quién será Harriet?

Se deslizó fuera de la cama y paseó por la habitación, releyendo la nota una y otra vez. Soltó una maldición cuando golpeó por segunda vez su maleta con el pie descalzo. Deshizo el equipaje, algo que solo le llevó unos minutos, y entró al baño para asearse un poco.

Minutos después salió al pasillo y fue hasta la habitación de Changbin que estaba… tres puertas más allá, no, estaba justo al final del pasillo, a la derecha o… era la izquierda.
Sonrió divertido, aquel castillo era tan grande que iba a necesitar un plano para no perderse.

Golpeó la puerta con los nudillos y al no
recibir respuesta pegó la oreja a la madera. No se oía nada. Entró despacio, para que tuviera tiempo de oírlo.

—¡Changbin! —La cama estaba revuelta, pero vacía, y del baño salía una densa nube de vaho—. ¡Changbin! —lo llamó de nuevo, asomando con pudor la cabeza al baño.

El licántropo no estaba y a Felix no le
quedó mas remedio que resignarse a pasar solo lo que quedaba de mañana. Descendió hasta el vestíbulo. Todo estaba desierto y en silencio, a excepción del sonido de sus propios pasos y el tictac de un reloj de péndulo. Sus ojos volaron sin darse cuenta a las puertas que había bajo la escalera. Dos hojas de madera exquisitamente decoradas, que daban paso a unos peldaños que descendían hasta un piso subterráneo donde se encontraban los aposentos de los vampiros.

Con una extraña sensación en el estómago miró el suelo que había bajo sus pies. Entre toneladas de tierra, había sido construida otra vivienda, un bunker de lujo de cientos de metros con amplias estancias. Un lugar donde los vampiros que habitaban la casa se protegían de la luz mortal del sol y de cualquier peligro que pudiera traerles el día. Aguardando al crepúsculo, cuando de nuevo el castillo cobraba vida.

Pensó en curiosear un rato por la planta baja, en ver con más atención aquellos enormes salones repletos de cuadros y esculturas, con frescos en el techo y lámparas de araña. Entró en lo que parecía un comedor. Lo dedujo sin problemas, porque había una mesa tan grande que perfectamente podía dar cabida a más de cuarenta personas. Contempló los aparadores que exhibían ostentosas vajillas, cuberterías y bandejas de plata. Cada una de las piezas tenía grabada una H con enrevesadas florituras: Hwang, el apellido de la familia.

Un delicioso olor a café flotó en el
ambiente y el estómago de Felix se agitó con una queja. Había una puerta entreabierta al fondo del comedor y se dirigió a ella. Entró a un amplio pasillo, avanzó por él y poco a poco el olor del café se hizo más intenso.

Empujó con suavidad el cristal de una segunda puerta y entró a una hermosa cocina, grande y luminosa.

Una mujer batía algo en un cuenco y se giró con rapidez al percatarse de su presencia. Tenía el pelo completamente blanco, recogido en un moño sobre la nuca. Era alta, delgada, con una nariz recta y elegante, y una sonrisa tan agradable que le cayó bien enseguida.

Donde el cielo cae... [HYUNLIX ver.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora