°•● 109 ●•°

21 4 0
                                    

•● 37 ●•

Entraron en la iglesia. Unas velas votivas eran la única iluminación en el interior. Felix contempló las vidrieras, el altar y el óculo en la cúpula bajo el que había estado suspendida mientras un rayo de sol le achicharraba la piel. Al tiempo que cruzaba el pasillo, comprobó que las huellas de aquel día seguían presentes en las paredes y en el suelo; al igual que los agujeros de donde habían colgado las cadenas.

Cerró los ojos un segundo y tomó aire. La mano de Hyunjin se mantenía en la de ella, guiándolo entre las losetas resquebrajadas. «Puedo hacerlo, soy fuerte. Sé que puedo hacerlo», pensó Felix, invocando el coraje que necesitaba.

Vieron a Salma sentada en el primer banco, de espaldas, junto a una mujer de piel oscura y pelo corto y rizado que debía ser Maritza. Ambas se mantenían erguidas, con la espalda muy recta y mirando al altar. Estaban solas, no se veía a Stephen y sus hombres por ninguna parte.

Jeongin aflojó el paso y examinó despacio el lugar.

—¿Salma? —la llamó mientras avanzaba con cautela, frenando a los demás con sus brazos extendidos. La mujer no contestó. Alzó la voz—. Salma.

La vidente giró la cabeza, sin prisa. Lo miró por encima de su hombro y una sonrisa se dibujó en su cara. Se puso de pie y la otra mujer la siguió.

—¡Hola! —exclamó Salma.

El viento comenzó a aullar y la campana de la iglesia sonó cada vez más deprisa.

—¿Ella es Maritza? —preguntó Hyunjin al ver que la vidente no decía nada más.

El grupo se había detenido a mitad del pasillo; menos Gabriel, que se movía muy despacio entre los bancos sin apartar la vista de las dos mujeres.

—¿Cómo? —Salma parpadeó un par de veces y ladeó la cabeza para mirar a su amiga, como si acabara de percatarse de que se encontraba allí—. ¡Sí! Ella es Maritza.

La santera los miraba a todos con los ojos muy abiertos. Estaba pálida y en su mirada se reflejaban unas sombras de conmoción y de horror. En cierto modo, era normal, la reacción lógica de un humano rodeado de vampiros.

—¿Todo está bien? —intervino Jeongin mirando a su alrededor con incomodidad. El vello se le había puesto de punta y un hormigueo extraño le recorrió la piel.

—Perfecto —respondió Salma. La sonrisa parecía dibujada en su cara, no variaba ni un ápice—. Estamos preparadas.

—¿Dónde está Stephen? —preguntó Christopher.

—Stephen —repitió ella—. Stephen, Stephen... —Movía el brazo como si le picara bajo la manga. Sus ojos se desplazaron hasta Gabriel y lanzaron un destello de odio. Miró de nuevo al grupo, que permanecía inmóvil—. Stephen se encuentra bien. Sí, se encuentra bastante bien —comentó mientras alzaba la vista al techo.

Le entró una risita floja. Con un mal pálpito, Hyunjin siguió la dirección de aquella mirada. Sus ojos se abrieron como platos y se le doblaron las rodillas. Stephen y los dos guerreros que habían acompañado a Salma al aeropuerto, colgaban de la pared por encima de la puerta, cabeza abajo y con los brazos en cruz. No se movían. Estaban muertos.

Felix se llevó las manos a la boca y ahogó un grito. Estaba tan horrorizado como el resto. Cuando se giró hacia el altar, la imagen que sus retinas captaron lo dejó sin habla: Salma sujetaba a Maritza por el pelo y sostenía un cuchillo en su garganta.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Jeongin con voz ronca.

Salma gruñó y presionó con más fuerza el cuello de la santera. La mujer intentaba mover la boca, pero era como si tuviera los labios pegados.

Donde el cielo cae... [HYUNLIX ver.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora