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Felix aseguró los pies sobre la arena y cerró los ojos. La brisa marina se pegaba a su piel y azotaba su cabello. El olor a salitre era penetrante y colmaba su olfato hasta no poder distinguir ningún otro aroma. Inmóvil, escuchó con atención: el oleaje golpeaba la orilla, arrastrando con la fuerza de la marea los restos de una vieja barca; y las gaviotas revoloteaban y se zambullían a la pesca de peces, evitando las crestas espumosas de las olas.

A su espalda el aire se agitó. Una vibración apenas perceptible. Se giró a la derecha con un rápido movimiento y agarró por la muñeca y el codo aquel brazo musculoso que se enroscaba en su cuello. Dio un fuerte tirón e inclinó el cuerpo hacia delante usándolo como un calzo. Dobló las rodillas, preparándose para soportar el peso que se le venía encima, pero este no llegó, sino que
sobrevoló por encima de él y cayó a sus pies con un golpe sordo.

Clavó la vista en aquellos ojos azules que le devolvían la mirada con atención.

—¡Hyunjin! —protestó medio enfurruñado con los brazos en jarras.

—¿Qué? —preguntó él de forma inocente. Sus ojos brillaron y su cuerpo se iluminó como una visión.

Felix apretó los labios y lo fulminó con la mirada.

—¡Has vuelto a hacerlo!

Hyunjin se levantó del suelo, sacudiéndose la arena de los pantalones. El pelo no dejaba de revolotearle sobre la frente y sacudió la cabeza para apartarlo, mientras se esforzaba por controlar la sonrisa que se empeñaba en dibujarse en sus labios.

—¿El qué?

—Me estás dejando ganar —masculló él. Se cruzó de brazos.

—¡No!

—Sí, lo estás haciendo —insistió muy seguro—. ¿Cómo esperas que aprenda a defenderme si me dejas ganar todo el tiempo? —Le dio la espalda, cada vez más enfadado.

Hyunjin lo abrazó por la cintura. Acercó la nariz a su cuello e inspiró, absorbiendo el olor de su piel mezclado con el de la sal.

—No necesitas aprender a luchar —dijo él de forma condescendiente—. Jamás permitiré que nadie se acerque tanto a ti como para que tengas que defenderte.

—No puedes convertirte en mi sombra —susurró él—. Jin, esto es importante para mí. Quiero aprender, quiero ser de ayuda si al final hay problemas.

Hyunjin lo estrechó con más fuerza y depositó un tierno beso sobre su hombro.

—¿Y si te hago daño? Aunque ahora seas vampiro, entre mis manos sigues siendo frágil.

—¿Y crees que alguno de esos renegados, nefilim o ángeles que nos odian se detendrá por miedo a hacerme daño? —No era una pregunta, sino una afirmación. Giró sobre los talones y apoyó el rostro en su pecho—. Sabes que no. Tengo que saber cómo defenderme de ellos.

Hyunjin sabía que Felix tenía razón, pero eso no alivió el nudo que sentía en el estómago. Poseían demasiados enemigos, que estaban convirtiendo su vida en un camino cada vez más peligroso. Vivían unos días de falsa calma, los que preceden a la tempestad, y pronto debería separarse de él.

Cuando llegara ese momento, lo dejaría bien protegido; aun así, no podía evitar la agonía que sentía ni el miedo que le daba abandonarlo, para llevar a cabo una de las mayores locuras que se le habían pasado por la cabeza en toda su larga vida. Una locura que debía intentar a riesgo de salir mal parado, incluso muerto; él y todos aquellos que iban a seguirle en su misión suicida.

Donde el cielo cae... [HYUNLIX ver.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora