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Los dos hermanos esperaban impacientes en la biblioteca de Silas. Christopher se sentó en el sillón de terciopelo dorado. Cruzó las piernas, las descruzó y las volvió a cruzar; balanceó durante unos segundos el pie que tenía suspendido en el aire. Con un estremecimiento descruzó otra vez las piernas y se inclinó hacia delante. Apoyó los codos sobre las rodillas y entrelazó las manos mientras lanzaba un gruñido.

Hyunjin le observaba desde la pared en la
que se había apoyado, con los ojos entornados y los brazos sobre el pecho.

—Deberías tranquilizarte, me estás
poniendo nervioso —dijo Hyunjin.

Christopher se puso en pie y comenzó pasear de un lado a otro de la habitación.

—Lleva una hora ahí abajo, ¿crees que
encontrará algo?

Hyunjin se encogió de hombros y se
dedicó a mirarse los pies. En realidad lo único que veía era el hermoso rostro de Felix, su piel sonrosada por el sol y salpicada por las olas del océano. Y el rostro de Justin sobre él.

Un gruñido vibró en su pecho, sus
colmillos se desplegaron y sus ojos se
iluminaron con un destello carmesí.

—¿Estás bien?

Hyunjin despertó de su pesadilla. Miró a
Christopher y luego sonrió, dejando ver sus colmillos.

—Mejor que nunca —respondió.
Christopher le devolvió la sonrisa con una mueca de «sé lo que estás pensando.»

Silas apareció con dos pergaminos de un color marrón dorado muy extraño, que parecían a punto de desintegrarse al más mínimo roce.

—¿Has encontrado algo? —preguntó
Christopher impaciente, situándose tan cerca de Silas que apenas le dejaba espacio para moverse.

—No estoy seguro —respondió el viejo
vampiro mientras desenrollaba los pergaminos y los estiraba sobre la mesa—. ¡No los toques! —exclamó al ver que Christopher extendía la mano hacia ellos—. ¿Tienes idea de lo que estás viendo? Estos pergaminos pertenecen a las Crónicas Sangrientas, en ellos se recoge nuestra historia desde el principio de los tiempos. Son un tesoro, irreemplazables, y no existen copias.

—Tienen un color raro.

—Eso es porque están escritos con sangre, con la sangre pura de nuestros antepasados.

—Empiezo a tener verdadera curiosidad
sobre lo que guardas en esas catacumbas —replicó entornando los ojos.

—No hay nada que tenga faldas o que
puedas desmembrar, dudo que te interese mi pequeño museo —le espetó Silas.

El hermoso rostro de Christopher se contrajo con un gesto herido, sus pupilas se dilataron confiriéndole a sus ojos brillantes una expresión triste, de cachorrito abandonado. De repente soltó una carcajada.

—¿Dolido con tu alumno, Silas? Sabes que soy mucho más que un mujeriego y un psicópata.

—De qué te sirve esa maravillosa inteligencia si no la usas —masculló.

Hyunjin se frotó los ojos como si le
doliera la cabeza. Las últimas semanas habían desencadenado una serie de acontecimientos cuyas consecuencias no podía predecir. Era posible que el mundo se desmoronara y desapareciera si no encontraban una forma de evitarlo. Y aquellos dos ya estaban enzarzados en otro de sus interminables intercambios de frases mordaces, para ver quién acababa diciendo la última palabra. Dedicó una mirada furiosa a su hermano y este se tragó con esfuerzo las palabras que estaba a punto de pronunciar.

—Silas, los pergaminos —dijo Hyunjin sin
mucha paciencia.

—Sí, perdona. Creo que esto puede tener relación, escuchen. Hay muchas leyendas y mitos sobre nuestra madre. Historias que la convierten en un ser perverso y lujurioso, vengativo y sin escrúpulos. Pero nada de eso es cierto, sus virtudes la condenaron. Lilith abandonó el destino impuesto y por eso la condenaron a vagar sin refugio ni descanso en las tinieblas del mundo. A esconderse de la luz que abrasaría su cuerpo, a alimentarse de su propia sangre y a permanecer siempre sedienta conservando su inmortalidad para que su sufrimiento también fuera eterno —explicó Silas con vehemencia—. Según las crónicas, ella fue el primer vampiro, creado por los propios arcángeles. Entonces, mucho tiempo después, ella concibió. Lloró sangre por cada uno de los hijos que engendró, y su corazón se volvió oscuro, ya que todos nacían con su maldición y morían por la sed. Desesperada tomó una piedra negra y sulfurosa que transformó con sus manos en un cáliz. Vertió en él su propia sangre y alimentó a sus hijos, traspasándoles sus poderes, la oscuridad y la ponzoña que habían anidado en su corazón. »Entonces abandonó el árido desierto en el que habitaba y regresó a la tierra de los
hombres. La sangre de estos era dulce y
poderosa, y saciaba a su progenie. Con deleite observó cómo aquellos que morían volvían a levantarse para unirse a su estirpe. Y complacida, Lilith desapareció. —Silas dejó el pergamino sobre la mesa y contempló el rostro de los dos hermanos—. Así nacieron los primeros vampiros, puros y poderosos. Aunque más tarde la raza se debilitó con los convertidos y los primeros prácticamente desaparecieron.

Los dos hermanos cruzaron una mirada
ansiosa.

—¿Podría ser el mismo cáliz? —preguntó Hyunjin casi sin aliento.

—Demasiadas coincidencias para que no lo sea —respondió Silas con voz nerviosa, como si se negara a creer que aquello pudiera estar pasando.

—¿Dónde está ese cáliz? —se entrometió
Christopher.

—No tengo ni la más remota idea.

Christopher frunció el ceño y se llevó las manos a las caderas.

—¿Cómo que no tienes ni idea? —preguntó a Silas.

—El cáliz de Lilith es un mito, una leyenda, en miles de años nadie lo ha visto nunca. Jamás pensé que fuera real. Puede que ni siquiera la historia que les acabo de contar lo sea, y que al final por nuestras venas corra la sangre de Lamia o de algún demonio sumerio.

—Eres historiador, antropólogo, estudioso de nuestra historia. Tus escritos son considerados la Biblia de los vampiros. ¡Y me dices que no sabes nada! —exclamó Christopher y su cuerpo se inclinó amenazante sobre Silas.

—Déjalo, Chris —intervino Hyunjin.

—¿Te haces una idea de lo que está pasando ahí fuera? —continuó Christopher alzando aún más la voz, y señaló a su hermano con el dedo—. ¿De lo que podría pasarle a él?

Hyunjin se interpuso entre ellos y empujó a su hermano en el pecho.

—¡Te he dicho que lo dejes! —le gritó. Se
volvió hacia Silas con expresión de pesar—. Lo siento, ya sabes cómo es. Perdónale, él jamás te amenazaría en serio.

—Lo sé, no tienes que disculparte —dijo
Silas. Empezó a enrollar los pergaminos en silencio. De repente se detuvo, alzó la cabeza y clavó la mirada en Hyunjin—. ¡Elijah! No… no estoy seguro, pero es posible que sepa quién puede ayudaros.

—¿Quién? —preguntó Christopher.

—Elijah Goldiak.

Donde el cielo cae... [HYUNLIX ver.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora