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Jeongin terminó de vestirse mientras
observaba el cuerpo desnudo de Amanda sobre la cama. Tenía un pequeño cardenal en la cintura y otro en el hombro, menos daños de los que esperaba para la agresividad con la que la había tratado; aunque a ella no había parecido importarle.

Estaba enamorada de él, un detalle que se encontraba bastante lejos de afectarle. Para él solo había sido sexo, un intercambio de placer del que esta vez ni siquiera había disfrutado. La idea de clavar los colmillos en cada una de las barterias de su cuerpo había dominado la velada, del mismo modo que cada vez que cerraba los ojos era otra cara la que veía, otras manos las que sentía sobre los brazos atrayéndolo con anhelo.

Se desmaterializó con las zapatillas en la mano y, cuando apareció en el salón de la cabaña que había alquilado, las lanzó contra la pared sin importarle que se llevaran por delante la lámpara que reposaba sobre el aparador. Tomó una botella de vino y un vaso, y se dejó caer en el sillón frente a la chimenea. La primera llama surgió como un fogonazo y la madera comenzó a crepitar bajo aquellas llamas sobrenaturales que la consumían con rapidez.

Esta vez sintió su presencia antes de que el tatuaje empezara a abrasarle la piel. Eso le hizo sonreír: cada vez era más fuerte y se aferraba a la esperanza de que un día sus fuerzas se igualarían a las de él. Y cuando ese día llegara, uno de los dos iría al infierno para siempre.

Alzó el vaso por encima de su hombro y
unos dedos largos rozaron los suyos al tomarlo. Sin molestarse en saludar bebió un trago directamente de la botella. Ni se inmutó al ver cómo el vaso se transformaba en una copa de cristal de bohemia. A su padre le gustaba lo mejor, jamás se rebajaría a beber en un vaso normal y corriente. Mefisto se sentó en el otro sillón con la copa de vino entre las manos y observó el fuego en silencio.

—Bonito lugar —dijo al cabo de un rato,
paseando la mirada por la habitación en
penumbra—. Demasiado sencillo para mi gusto, pero es acogedor. A tu madre le gustaría —dijo con malicia.

Jeongin le lanzó una mirada asesina y dio otro trago a la botella.

—Pierdes el tiempo, estoy ebrio y pienso
seguir bebiendo hasta que consiga olvidarme de que existes.

—Te deseo suerte.

—¿Por qué no te largas?

—¡Vamos, haz un esfuerzo! ¿Tanto te
cuesta pasar una velada tranquila con tu padre? Podríamos charlar de tus cosas. Por lo que sé, el día de hoy ha sido muy intenso. —Soltó una carcajada al ver la expresión colérica de Jeongin—. Lo cierto es que me sorprendió que T.J. intentara matarlos de nuevo.

La botella explotó en las manos de Jeongin  al escuchar el nombre del Nefilim en labios de su padre.

—Los enviaste tú —dijo poniéndose en
pie. Tenía un feo corte en la mano del que manaba la sangre de forma profusa—. ¿Por qué? ¿Disfrutas complicándome la vida? ¿O es otra de tus brillantes ideas para que me convierta en el perfecto asesino?

—Paladín —puntualizó Mefisto.

—¿Qué? —preguntó exasperado.

—Un perfecto paladín, mi guerrero; no un asesino. Eso podría serlo cualquiera.

—¿Por qué? Si me hubieran matado, ahora no tendrías plan para tu profecía. Aunque bien visto, debería haber dejado que acabaran conmigo.

—No seas melodramático. Todo ha salido mal por tu culpa. La idea era que los Nefilim acabaran con los lobos, eso haría venir a Hyunjin hasta aquí, y con ellos muertos sería más vulnerable. Pero entonces tú decidiste jugar al héroe que quiere impresionar al chico y lo echaste todo a perder. Lo de esta mañana era de esperar, los Anakim no se rinden fácilmente. Pero no hay de qué lamentarse, todo ha salido bien, ¿no es cierto?

Donde el cielo cae... [HYUNLIX ver.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora