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Felix se sumergió en la bañera repleta de agua caliente. Poco a poco, dejó que su cuerpo resbalara sobre la porcelana y hundió la cabeza bajo la espuma de las sales de baño. Hyunjin, apoyado en el lavabo, le observaba sin apenas parpadear. Era tan hermoso que mirarlo le dolía como una herida abierta. El amor y el deseo que sentía por el chico eran tan puros e intensos, que sabía que jamás podría saciarse de él, que era su soplo de vida. Por eso, desde que la maldición se había roto, el miedo por la seguridad del joven vampiro lo torturaba hasta la locura. Pasaba cada minuto del día alerta, a la espera de cualquier ataque: ya fuera por un vengativo arcángel o por un grupo de proscritos dispuesto a clavar su cabeza en una pica.

Hacía todo lo posible para que él no notara el estado paranoico en el que se encontraba. La tensión comenzaba a hacer estragos en su concentración, y le estaba resultando muy difícil mantener su cuerpo y su mente a raya. Seguía cambiando. Era más fuerte, más rápido y sus habilidades mucho más poderosas; otras nuevas se estaban manifestando. Pero lo que de verdad le preocupaba, era el cambio que su interior estaba sufriendo. Las emociones, los sentimientos que, de repente, ya no entraban en conflicto con su conciencia, como si estuviera por encima de él. Sus actos, la forma en la que estaba mintiendo a Felix, sin ningún remordimiento, eran la muestra de ello. Pero mantenerlo al margen, hasta que llegara el momento, era lo mejor para los dos.

Él no iba a entender, y mucho menos aprobar, los planes que se estaban poniendo en marcha para acabar con la amenaza, cada vez mayor, que suponían los renegados. No habría escaramuzas, ni trampas, habría un solo ataque. Un asalto directo y contundente. De la perfecta planificación de ese ataque dependía el éxito; y tener a Felix a su alrededor, intentando convencerlo de que había otros caminos, no era lo que necesitaba. Tampoco discutir con él cuando sabía que nada de lo que pudiera decir le haría cambiar de opinión; y eso era lo que comenzaba a asustarlo, que, a pesar de amarlo tanto que daría la vida por él, era capaz de aprovecharse de su confianza sin alterarse ni sentirse culpable por ello.

Se dio la vuelta y se contempló en el espejo. Sus pupilas emitían un brillo blanquecino y el azul de sus ojos comenzaba a diluirse en aquel halo plateado que los rodeaba. Se frotó los brazos y obligó a sus músculos a relajarse. Su teléfono empezó a sonar en el salón. Salió del baño y se dirigió hasta la repisa de la chimenea donde lo había dejado. En la pantalla iluminada parpadeaba el número de Christopher. Descolgó, pero no contestó.

—Era Duncan, pero el teléfono se ha quedado sin batería. Voy al coche, creo que dejé allí el cargador —dijo en voz alta.

—De acuerdo —canturreó Felix desde el baño.

Salió de la casa y se llevó el teléfono a la oreja mientras se alejaba. Había anochecido por completo y arriba, en el cielo, una enorme luna resplandecía entre las nubes.

—Puedes hablar —susurró.

Christopher suspiró al otro lado del teléfono.

—Este asunto empieza a descontrolarse —empezó a decir Christopher—. El consejo se está poniendo nervioso, quieren respuestas. Quieren saber qué ha pasado y por qué la maldición se ha roto.

—¿No les basta con ser libres? —inquirió Hyunjin, malhumorado.

—Están asustados, empiezan a darse cuenta de la magnitud de la situación. Pero eso no es lo peor, los Arcanos se niegan a nuestra petición —dijo Christopher con tono prudente—. Consideran un sacrilegio simular el rito, solo lo llevarán a cabo si la abdicación es real. No queda más remedio, Hyunjin, tendrás que hacerlo para seguir adelante con el plan. Padre ya lo está preparando todo.

Donde el cielo cae... [HYUNLIX ver.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora