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—¿Y por qué tengo la sensación de que es una despedida para siempre? —gimió Yeji.

Su melena desparramada sobre la almohada, parecía una cascada de fuego iluminada por los últimos rayos de sol que se colaban por la ventana. En menos de dos horas habría anochecido y su corazón se rompería en mil pedazos.

Changbin se giró hacia ella, se apoyó en el codo y se quedó mirando su rostro.

—No es una despedida —susurró él acariciando la esbelta pierna de ella, que reposaba doblada y desnuda sobre la cama—. Todo va a salir bien.

—No lo siento así. Tengo tanto miedo que puedo saborearlo.

—¿Tan poco confías en mí que no crees que lo consiga?

Ella ladeó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Confío en ti, ¡por supuesto que confío en ti! —respondió con vehemencia. Alzó la mano y le acarició la mejilla. Lo amaba tanto que el sentimiento lo ahogaba con un peso aplastante—. Pero ellos son toda una manada y tú estarás… solo —la última palabra se quebró en sus labios.

Changbin se inclinó y la besó con dulzura. El mundo entero desapareció durante esos preciados momentos. El corazón del chico latía con fuerza contra su pecho y Yeji apoyó una mano sobre él para poder sentirlo. Changbin se separó con un jadeo y apoyó su frente sobre la de ella.

—Te amo tanto —suspiró. Le acarició con la mano la piel suave del vientre.

—Yo también te amo. Aunque eres tan cabezota que me sacas de quicio.

Changbin soltó una risita y la besó en la punta de la nariz. Deslizó la mano por la curva de su cadera.

—Por primera vez en mi vida tengo todo lo que quiero, y esa vida es tan injusta que quiere quitármelo —dijo Yeji con una mueca triste.

—Nadie va a quitarte nada. Vamos a tener una vida larga y perfecta; y podrás seguir mangoneándome tanto como quieras, por siempre jamás.

Yeji arrugó el ceño y le dio un puñetazo en el pecho.

—¡Yo no te mangoneo! —exclamó indignado, y volvió a sacudirle.

Changbin se echó a reír con ganas. Intentó sujetarle las muñecas para que no continuara pegándole, pero ella se movió tan rápido que en una décima de segundo lo tenía de espaldas sobre la cama, y le inmovilizaba las caderas sentado a horcajadas sobre él.

—Me gusta verte así —susurró Changbin.

Levantó la mano y atrapó uno de sus mechones rojos, lo estiró y después lo soltó para ver cómo recuperaba su ligera forma. Contempló sus ojos dorados sobre él, grandes y preciosos, y los diminutos colmillos que mostraban sus labios entreabiertos. Una sonrisa ladeada curvó su boca, nunca imaginó que unos colmillos le pondrían tanto.

—No te vayas y podrás verme así todo el tiempo que quieras —dijo él.

Él le guiñó un ojo.

—Has estado ahí arriba las últimas dos horas. Y pensándolo mejor, también me gusta verte así. —Giró de golpe y se colocó sobre ella. Si Yeji hubiera podido ruborizarse, estaría rojo como un tomate por el recuerdo de lo que había pasado en esa habitación durante las horas que llevaban encerrados en ella. Changbin se alzó sobre los brazos y dejó que ella le rodeara las caderas con las piernas.

—No te vayas y podrás verme así todo el tiempo que quieras —susurró Yeji. Él la miró desde arriba. Había tanto amor en sus ojos que se le encogió el estómago, pero no dijo nada y continuó adorando su rostro. Él soltó un suspiro ahogado—. Vale, aunque espero por tu bien verte aquí dentro de tres días... —Si hubiera podido llorar, estaría hecho un mar de lágrimas e hipando como un niño pequeño—, porque no voy a permitir que dejes a medias el porche de atrás; y desde luego que vas a terminar el vestidor y a poner una bañera enorme junto a la ventana tal y como me prometiste. Sin contar con que odio la pintura de la cocina y ese estúpido papel pintado...

Donde el cielo cae... [HYUNLIX ver.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora