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En el exterior la noche era silenciosa. Solo se oía el murmullo del agua de la fuente, resbalando sobre las esculturas de jaspe de las que manaba. El cielo estaba despejado y un mar de estrellas lo iluminaba con miles de destellos. Felix cruzó los jardines de camino al cenador. El templete de piedra se encontraba en la parte de atrás, entre los parterres de rosas. Sonrió al descubrir a Changbin y a Yeji bajo él, sentados sobre un elaborado banco de hierro forjado, semiocultos tras la celosía.

Algo le dijo que no debía acercarse. Se
detuvo en el mismo instante en el que Changbin se inclinaba sobre Yeji y la besaba con una pasión desenfrenada. Cuando Yeji se sentó a horcajadas sobre él, Felix se dijo que no quería ver aquello, y dio media vuelta para otorgarles intimidad.

Vagó sin rumbo durante un rato. Pronto sus ojos se acomodaron a las sombras y empezó a distinguir la silueta de la arboleda. Pensó en Harriet y en que no sería mala idea hacerle una pequeña visita. Así podría disculparse por la forma precipitada en la que se había marchado esa mañana.

Comenzó a caminar y no tardó en
arrepentirse de aquella decisión. Desde la mansión la arboleda no parecía tan lejana, pero estaba más cerca de la casita que del enorme castillo y continuó andando. Poco a poco el contorno de la casa se dibujó ante sus ojos. Era pequeña, apenas tendría tres habitaciones. La hiedra había cubierto gran parte de la fachada y el tejado. Sobre el alfeizar de las ventanas había jardineras repletas de flores. Olía a jazmín.

Se paró frente a la puerta. No había luz en las ventanas y tampoco se escuchaba ningún ruido que indicara que allí hubiera alguien. Golpeó con los nudillos, nadie contestó. Insistió con más fuerza y esperó. Al cabo de un minuto se convenció de que la casa estaba vacía.

Una ligera brisa agitó las ramas de los
árboles y el rumor de las hojas se extendió en el aire con un sonido hipnotizador. Unas campanillas comenzaron a sonar y Felix se
sobresaltó dando un respingo. Miró hacia arriba y vio colgando del pequeño soportal un carillón que no dejaba de mecerse con aquel estridente tintineo.

Una nueva ráfaga de aire hizo ondear su pelo y su camisa, arrastrando otros sonidos.

Una rama crujió sobre su cabeza. Miró con atención y tuvo la vaga ilusión de que algo se deslizaba de un árbol a otro. Sintió que cada centímetro de su piel se erizaba y que su corazón latía más deprisa. La sensación de que alguien lo observaba se instaló en su pecho como un punto frío que congelaba el aire de sus pulmones.

—¡Hola! —dijo en voz alta.

Inmediatamente se dio cuenta de que
aquello no había sido una buena idea. Si allí había alguien, ya no tendría ninguna duda sobre su presencia y lo asustado que estaba.

—¿Harriet? Soy Felix. —Llenó sus pulmones de aire y trató de que su voz sonara más calmado—. He venido para… ¡Dios, esto es ridículo! —susurró.

«Vale, tranquilízate, este sitio es el más
seguro de la tierra. Es imposible que haya alguien acechando en la oscuridad. Seguro que es una ardilla», pensó.

Observó con atención los árboles.
Obligando a sus ojos a ver a los diminutos animales, pero no encontró nada. Entonces se dio cuenta de un detalle. Desde que llegó a Blackhill House no había visto ningún animal, ni un pajarito revoloteando por sus alrededores. Eso no era normal, todo ser viviente temía aquel lugar y ahora empezaba a temerlo él.

Desde allí podía ver las luces de la mansión como si fueran faros y empezó a caminar en esa dirección. Tan rápido como se lo permitían sus pies, pero sin correr. Su lado lógico lo obligaba a convencerse de que no había ningún peligro, probablemente alguno de los Guerreros estaría vigilando por aquella zona.

Donde el cielo cae... [HYUNLIX ver.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora