•Capitulo 25•

1.2K 91 35
                                    

MADELINE
|ACENTO VENEZOLANO|

Victoria llevaba toda la mañana insistiendo en que le hablara con mi acento venezolano. La razón de su súbita obsesión era que me había escuchado hablar con mi abuela por teléfono justo cuando me levanté. Desde entonces, no había dejado de molestarme.

—Ya te dije que no, Victoria—, repetí con firmeza mientras seguía cocinando.

Pero ella, con esa actitud juguetona que tanto me enloquecía, se acercó sigilosamente por detrás, rodeándome con sus brazos y agarrándome por las caderas. Sentí su aliento en mi oído antes de escuchar su voz susurrándome.

—Please, baby... Háblame con ese acento que me encanta—, rogó, usando ese tono que sabía que me derretía.

Solté un suspiro, sabiendo que no se iba a rendir tan fácilmente. Traté de concentrarme en lo que estaba haciendo, pero la forma en que sus manos acariciaban mi cintura me lo hacía casi imposible.

—Anda, te lo suplico—, insistió, y luego añadió en un tono más bajo—. Sé que te encanta cuando te lo pido así.

Finalmente, me rendí. Me giré un poco para mirarla a los ojos y, con mi mejor acento venezolano, le dije:

—Coño pana deja la ladilla— le dije lo más marcado que pude—. Vale chica, ¿no ves que estoy ocupada?

Victoria dejó escapar una risita suave, obviamente complacida con mi respuesta.

—Diablo, sigue hablándome así que me enchulo' ma' rápido.

Solo rodee los ojos, pero no aflojó el agarre en mis caderas. Su cercanía era abrumadora, podía sentir su respiración en mi cuello. Me giré un poco para mirarla, pero antes de que pudiera decir algo, sus labios rozaron los míos en un beso suave, casi tímido.

—Eres un fastidio—, murmuré, intentando mantener la compostura.

—¿Ah, sí?—. respondió Victoria, acercándose más, apretándome contra el mostrador—. Entonces déjame ser tu fastidio favorito.

Su voz, cargada de ese acento que tanto me atraía, hacía que todo mi autocontrol se desmoronara. Volví a sonreír y esta vez no me aparté cuando sus labios buscaron los míos de nuevo. El beso se volvió más profundo, más urgente, como si cada segundo que pasaba aumentara la tensión entre nosotras.

—¿Y ahora qué vas a hacer?—, me preguntó, con un brillo travieso en sus ojos, mientras sus manos recorrían suavemente mi espalda.

—Nada de lo que estés pensando—, respondí con una sonrisa coqueta, pero la verdad era que cada vez me costaba más resistirme a ella.

Victoria, sin perder tiempo, deslizó una mano por mi espalda baja y me atrajo aún más cerca.

—No te creo—, susurró, su aliento rozando mi piel, enviando escalofríos por todo mi cuerpo.

Intenté mantener la compostura, pero era difícil cuando la sentía tan cerca, cuando su voz y su tacto eran tan insistentes. La tensión en el aire era palpable, casi sofocante. Me mordí el labio, intentando no ceder tan rápido, pero sabía que era una batalla perdida.

—Victoria, esto es una mala idea...—, empecé a decir, pero ella me interrumpió con otro beso, esta vez más apasionado, como si con él quisiera borrar cualquier duda.

—Déjame decidir lo que es una mala idea o no—, murmuró entre besos, mientras sus manos exploraban mi cuerpo con más urgencia.

Antes de que pudiera responder, Victoria levantó la sudadera que me había prestado, dejando mis pechos al descubierto. En un movimiento rápido, su lengua rozó mi pezón, y un jadeo de placer escapó de mis labios. Sus manos me sostenían firmemente por la cintura mientras su boca exploraba cada centímetro de mi piel. La sensación era abrumadora, y me hacía olvidar todo lo demás.

I CAN SEE YOU (YOUNG MIKO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora