•Capitulo 35•

1.1K 88 28
                                    

MADELINE
|ESA MUCHACHA|

—¡¿Entonces te pidió matrimonio?!—exclamé emocionada, mientras la rubia me contaba todos los detalles al otro lado de la línea.

Había regresado a Londres, y no sola, porque Victoria se quedaría unos días conmigo. Mis dos mejores amigas, Elena y Maggie, se habían ido a Maldivas para disfrutar de su tiempo en pareja. Cursilerías, ya saben.

«Envidiosa» Ush, claro que no.

—Fue perfecto, Maddie—dijo Maggie, su voz sonaba más suave de lo habitual—. Estábamos en la playa, justo al atardecer. El sol se reflejaba en el agua, pintando todo de un dorado suave. Elena se arrodilló en la arena y sacó el anillo más hermoso que he visto. Apenas podía respirar. El sonido de las olas, el cielo rosado... fue como un sueño. No me lo esperaba para nada.

—¡Qué lindo!—exclamé, mi voz llena de emoción mientras caminaba por las calles de Londres. Algunas personas me miraron al pasar, pero no me importó en lo más mínimo.

El corazón me latía con fuerza, compartiendo la felicidad de mi amiga como si fuera propia. Después de todo lo que habían pasado, todas las dudas y malos entendidos, ahora se estaban preparando para ser esposas. Me alegraba tanto por ellas.

Seguí caminando, perdiéndome en la conversación y en las imágenes que Maggie describía de ese momento tan especial. Las calles de Londres estaban llenas de vida, pero mi mente estaba en otro lugar, en una playa lejana, imaginando a mis amigas comprometidas y felices.

—Sabes, Maddie—dijo Maggie, su tono volviéndose un poco más serio—, todo se aclaró cuando finalmente hablamos. A veces, solo hace falta hablar, sin miedos ni reservas, para que todo tenga sentido.

Asentí, aunque sabía que ella no podía verme. Reflexioné sobre sus palabras mientras cruzaba un pequeño parque.

—Tienes razón—murmuré—. Estoy feliz por ustedes, de verdad. Se lo merecen.

—Gracias, Maddie—respondió ella, con una sonrisa que podía imaginar a través del teléfono—. Y tú también te mereces ser feliz. Dale una oportunidad a Victoria, no cierres esa puerta tan rápido.

Suspiré, mirando al cielo gris de Londres. Sabía que tenía razón, pero la idea de abrirme de nuevo me daba miedo. No quería volver a salir herida.

—Lo pensaré—fue todo lo que dije, sin querer ahondar más en el tema.

Terminamos la llamada poco después, y yo seguí caminando, dejando que la fría brisa de Londres enfriara un poco mis pensamientos y emociones. Aunque una pequeña parte de mí deseaba tener lo que mis amigas habían encontrado, no estaba segura de estar lista para intentarlo de nuevo. Al menos, no todavía.

Me detuve frente a la casa de mis padres, la que había sido mi hogar durante tanto tiempo. Habían insistido en que asistiera a un almuerzo familiar, y aunque había intentado excusarme, Victoria me obligó a venir. No tenía ánimos de enfrentar a mi madre, especialmente después del alboroto que se armó por la situación en la prensa.

Suelto un gran suspiro antes de tocar el timbre de la gran casa. No pasan ni unos minutos cuando la puerta se abre y me encuentro con la cálida sonrisa de Regina, mi hermana menor. Me abraza fuerte, y por un momento, toda la tensión en mi cuerpo se disuelve un poco.

—Maddie, te extrañé mucho—dice Regina, su voz suave pero cargada de afecto.

—Gigi, yo también te extrañé—respondo, devolviéndole el abrazo.

Ella me da paso, y entro en la casa. Las paredes blancas, los cuadros familiares, y las fotografías de mi hermano y de mí cuando éramos pequeños me rodean, llenándome de una mezcla de nostalgia y familiaridad. El hogar puede ser un lugar de consuelo, pero también un espacio donde las emociones más complejas se hacen presentes.

I CAN SEE YOU (YOUNG MIKO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora