Un cuervo solitario.

423 42 4
                                    

Tras la llegada del invierno, tendremos un recordatorio de cual es el verdadero enemigo.

-X-

Will.

La llamada llegó en lo más profundo de la noche. Will alzo la vista y entrecerró los ojos, en un gesto instintivo, mientras la fortaleza se agitaba.

«El cuerno que despierta a los durmientes», pensó.

La nota larga y grave quedó suspendida en el aire. Los centinelas que montaban guardia en torno al muro circular se detuvieron, con el aliento condensado en nubes ante ellos, y volvieron la cabeza hacia ellos. A medida que el sonido del cuerno se desvanecía, pareció que hasta el viento dejaba de soplar. Durante un instante pareció que el bosque entero contenía el aliento. Los hermanos de la Guardia de la Noche aguardaron para sonar por segunda vez el cuerno.

-Nos esperaban-afirmo Gared.

-Claro que nos esperan-replico Ser Waymar Royce con una sonrisita a ratos insolente-. Eso dijo el Viejo Oso, ¿no?

-Eso dijo, sí-contestó Gared. No había mordido el anzuelo. Era un anciano de más de cincuenta años, y había visto ir y venir a muchos jóvenes señores-. Creía que nunca llegaríamos.

-Te fatigas demasiado rápido-murmuro Ser Waymar con delicadeza-. Me pregunto porque Mormont me envió a un anciano como tú.

Will percibió la tensión en torno a la boca de Gared y la ira apenas contenida en los ojos, bajo la gruesa capucha negra de la capa. Gared llevaba cuarenta años en la Guardia de la Noche, buena parte de su infancia y toda su vida de adulto, y no estaba acostumbrado a que se burlaran de él. Pero eso no era todo. Will presentía algo más en el anciano aparte del orgullo herido. Casi se palpaba en él una tensión demasiado parecida al miedo.

Will compartía aquella intranquilidad. Llevaba seis años en el Muro. La primera vez que lo habían enviado al otro lado, recordó todas las viejas historias y se le revolvieron las tripas. Después se había reído de aquello. Ahora era ya veterano de cien expediciones, y la interminable extensión de selva oscura que los sureños llamaban el Bosque Encantado no le resultaba aterradora.

Hasta aquella noche. Aquella noche había algo diferente. La oscuridad tenía un matiz que le erizaba el vello. Llevaban nueve días cabalgando hacia el norte, hacia el noroeste y hacia el norte otra vez, tratando de llegar al Puño de los Primeros Hombres. Cada día había sido peor que el anterior, y aquél era el peor de todos. Soplaba un viento gélido del norte, que hacía que los árboles susurraran como si tuvieran vida propia. Durante toda la jornada Will se había sentido observado, vigilado por algo frío e implacable que no le deseaba nada bueno. Gared también lo había percibido. No había nada que Will deseara más que cabalgar a toda velocidad hacia la seguridad que ofrecía el Muro, pero no era un sentimiento que pudiera compartir con un comandante.

Y menos con un comandante como aquel.

Volvió su vista hacía la fortaleza. La colina sobresalía entre la densa espesura del bosque. Se alzaba solitaria e inesperada; su cumbre azotada por los vientos se veía desde varias leguas de distancia. Y por encima de la cumbre, la fortaleza con muros circulares y torres cuadradas, de las cuales pendían los estandartes de la Casa Stark. Técnicamente se llamaba Puño de los Primeros Hombres, aunque tanto la Guardia de la Noche como el Ejército del Norte se referían a ella como Puño de Lord Aryan. En cualquier caso, era cierto que parecía un puño que se hubiera abierto camino entre la tierra y la madera, con laderas desnudas como nudillos de piedra.

El camino ascendente era empinado y pedregoso, y la cima estaba coronada por el muro de roca, que era casi cuatro veces más alto que cualquiera de ellos. Había un foso y estacas.

Se Acerca el InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora