Epílogo (1/2)

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Kevin ponía dos cucharadas de azúcar al café cargado para endulzar un poco la amargura de éste, mientras untaba margarina a la tostada alguien llamó a la puerta con golpes leves. Tomó la taza de café, en el camino daba pequeños soplos para beber sin quemarse, al sentir el frío pomo en sus manos viró su cuerpo en dirección a dónde su hija yacía dormida sopesando la idea de ir a ver como se encontraba ella antes de abrir la puerta. Indeciso abrió y por la sorpresa la taza con el líquido caliente se esparció en fragmentos desiguales por todo el umbral de la casa.

Anonadado el chico de ojos claros veía a la figura que se encontraba frente a ella. Sentía que su corazón se iba a salir en cualquier momento por la emoción que sentía pero que en su rostro no se reflejaba.

— ¿Qué haces aquí? —dijo con el semblante frío. No era como si su presencia lo molestara pero después de tanto tiempo no sabía como reaccionar ante su repentina aparición, sin antes llamar o tan siquiera avisar. Un llanto lo sacó de su transe trayéndolo a la realidad como si un balde de agua fría lo hubiese bañado.

— ¡Mi niña! —exclamó con intranquilidad mientras corría en dirección hacia donde el llanto nacía. La chica de ojos marrones se quedó estupefacta ante lo que había presenciado.

Confundida y con el ceño fruncido analizaba la situación por demás extraña. Un nudo en el estómago se formó al pensar que ella ya no pertenecía a la vida de su mejor amigo, a ese que tanto quería y por momentos añoraba amar como había descubierto que lo hacía.

—Kevin —dijo en un susurro para ella misma, sintió su corazón resquebrajarse al darse cuenta que sus peores miedos se habían cumplido.

Limpió el desorden ocasionado imaginandose su corazón en el lugar de los pedazos de la taza.

Con lentitud avanzó unos cuántos pasos, se detuvo al percatarse que estaba invadiendo un lugar que ya tenía dueña. El solo pensar que una mujer vivía como la esposa de Kevin le dolía en el alma. Algo dentro de ella le dijo que se quedara a su lado así como él había estado cuando lo necesitaba.

El llanto se detuvo y un pequeño arrullo inundó el lugar.

Quizá su madre no esté en casa pensó al reconocer la voz de Kevin cantar una canción de cuna.

Con cautela llegó hasta la puerta entreabierta pudiendo vislumbrar a un joven apuesto con un bulto entre sus brazos.

—Mi princesa, duerme tranquila, aquí está tú rey —susurró al tiempo que besó a la pequeña.

Princesa le dolió escuchar esa palabra si bien insignificante para los demás pero para la intrusa en la escena era especial. Ella solía ser su princesa pero ya no más.

Narra ella.

Cuando la mirada de Kevin se posó en mis ojos me quedé congelada. Sus pozos claros estaban llenos de amor que lograron abrumarme. Mis piernas no respondían lo que mi mente ordenaba, quería huir pero sentía que mi corazón era el que mandaba en ese momento y me tenía clavada al suelo. Sonrió de lado para después fijar su vista en el bebé que tenia en brazos.

Mi corazón me dio la respuesta.
Kevin era el indicado. No porque en ese momento era prohibido, no porque lo nuestro iba a ser imposible, no porque ahora era un capricho al ya tener mujer que estuviera con él. Era el hombre perfecto porque en sus ojos se veía el inmenso amor que tenía por su creatura, porque estaba segura de que él daría todo por la felicidad de la vida que arrullaba con tanto ímpetu, porque sin duda era un gran hombre, un gran hijo, un gran amigo, un gran confidente y ahora un gran padre.

De pronto sentía la casa muy pequeña, sentía que me quedaba sin aire y por fortuna mis piernas reaccionaron llevándome al exterior de la casa. Me apoyé en mis rodillas intentando contolar mi respiración, el sol pegaba en mi cara pero agradecía por dejarme de sentir encerrada. Todo era demasiado para mí, tanta información y de golpe, en cualquier momento iba a colapsar sin duda.

Deseo OdiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora