Ciento veintinueve

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La semana más horrible de mi vida había acabado dando inicio a una nueva igualmente horrorosa. Siete días sin noticias de mi príncipe, siete días tampoco sin saber nada de él. Un martirio sin duda.

La mañana era aburrida y el sol brillaba pero la luminosidad no llegaba a iluminar mi día.

Y caí en cuenta que una vez más dependía de alguien para mi felicidad. Kevin era una gran pieza de mi rompecabezas, mi lámpara en la oscuridad, el rayo de sol en un día nublando, siempre aparecía dando sentido a aquello que llamaba vida.

Podía estar una semana sin saber nada del dueño de mis suspiros pero no de Kevin, joder, sabía que decirle aquello era malo y estúpido.

Se enojó y no pude hacer nada. Se lo tragó la tierra y ni sus luces durante esos días.

Me hacía falta. Aunque quizá era lo mejor. Él merecía algo más que simples sobras de un corazón roto. Él merecía un amor verdadero, completo y único.
Definitivamente yo no era para él. Y era obvio que él no se fijaría en mi.

Maldito chico de ojos bonitos que tanta falta me hacía.

Aburrida y triste mirando el reloj pasar viendo como los números cambiaban mientras el tiempo transcurría.

— ¿Por qué tan triste bonita? —escuché a lo lejos. Genial. Ya hasta imaginaba su voz.

Tacaron mi hombro sacándome de mis cavilaciones. No lo podía creer estaba él, ahí, en persona frente a mi.
Sentía náuseas, y mi respiración se agitó, estaba confundida, ¿qué hacía él ahí?

— ¿Qué quieres? —pregunté aturdida por su presencia.

—Así no se trata a un cliente —musitó.

—Perdón, ¿en qué te puedo ayudar? —mascullé desilusionada, claro iba porque necesitaba algo, que tonta, llegué a pensar que me iba a ver.

—En nada —susurró colocando sus codos en el mostrador relajándose por completo.

— ¿Entonces, qué haces aquí? —pregunté extrañada.

—En realidad, ni yo lo sé. Pasaba por aquí, te vi aburrida y heme aquí —sonrió coqueto. Su sonrisa la más bella de todas nuevamente frente a mi.

Todos mis esfuerzos por mantenerme fuerte, por cubrir mi corazón con una coraza, con un escudo para que ya no fuera más lastimado se desvaneció, desapareció dejándolo frágil, desprotegido, listo para irse nuevamente con él.

Él era capaz de llevarme al cielo y empujarme a un abismo en cuestión de segundos.

Él era capaz de bajarme las estrellas y subirlas más alto para que me fuera imposible sentir su brillo de nuevo.

Él me hacía sentir especial, única y maravillosa. Él me hacía sentir triste, deprimida y sin vida en un instante.

Él era mi tinta. Él era mis letras. Él era mi poesía. Él era mi inspiración. Él era mi todo y mi nada.

—Gracias, supongo. —Me perdí en sus ojos oscuros.

—De nada.

— ¿Cómo has estado? —preguntó sacando más tema de conversación.

—Bien —mentí.

—Haré como que te creo —alzó una ceja.

— ¿Por qué no debería de estarlo? —inquirí y se encogió de hombros.

— ¿Me extrañas mucho? —musitó.

Era broma, ¿qué si lo extrañaba? Por supuesto nada era lo mismo desde que decidió apartarse de mi.

Deseo OdiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora