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Robert tenía razón, desde luego, al decir que disfrutaría aquella visita. El paisaje en el fiordo de Beauly era impresionante. No dejó de sacar fotos a cada paso que daban, totalmente enamorada del lugar. Robert aguardaba pacientemente cada vez que eso sucedía, con una sonrisa en los labios. Era un amor de hombre. Se sintió mal por él cuando no pudo evitar pensar en Cailean y en cuánto le gustaría que estuviese allí con ella. Robert no se merecía aquello y se prometió prestarle más atención. Se giró hacia él para hablarle. Estaba tan absorto en el paisaje, como lo había estado ella minutos antes, que no pudo resistirse a la tentación y aprovechó para sacarle una foto.

En cuanto Robert descubrió lo que había hecho, la fulminó con la mirada. Estaba segura de que le pediría que borrase la foto y se preparó para escapar de él, pero le sorprendió gratamente cuando esgrimió una gran sonrisa. Lo imitó.

-Disfrútala - le dijo - No tendrás más ocasiones para fotografiarme.

-Me vale con verte en persona - se encogió de hombros - Y ésta, me servirá de recuerdo cuando regrese a España.

-Si regresas - rió él.

-Cuando regrese.

Robert le guiñó un ojo y por un momento, pensó en todas las veces en que Cailean había hecho el mismo gesto. Deja de pensar en él, se reprendió, ahora estás con Robert. Le sonrió de nuevo antes de intentar sacarle otra foto. Logró retratar su espalda y rió al revisarla.

-Te avisé. No habrá más descuidos.

-Tengo dos semanas para lograrlo.

Lo oyó gruñir y rió de nuevo. Robert era un hombre muy divertido, con él nunca se aburría. Ni siquiera por carta. Todo aquel correo había empezado para ayudarlo a él pero, en realidad, se habían ayudado mutuamente. Con Robert descubrió que la amistad podía cubrir los huecos vacíos que la ausencia de los seres queridos dejaba en el corazón, incluso en la distancia. Y también le enseñó que se podía querer a alguien sin haberlo visto nunca. Desde luego, Robert formaba ya parte de su vida y no soportaría que desapareciese de ella. Sin él, ya nada sería lo mismo. Se había acostumbrado a sus consejos y a sus bromas. A sus confidencias y al cariño que le enviaba en cada carta.

Se acercó a él impulsada por el recuerdo del tiempo que habían estado compartiendo por carta y aunque no era muy propensa a las demostraciones de cariño, lo abrazó y le dio un beso en la mejilla. Supo que se había sorprendido porque tardó en reaccionar.

-¿Tendré que gruñirte más a menudo para que me abraces? - rió, rodeándola con sus brazos.

-No te acostumbres a ellos, a no ser que quieras salir más en las fotos - se separó, un poco ruborizada, pero bromeando con él. De ninguna manera le contaría la verdad o no la dejaría marchar - Porque éste te lo has ganado por la foto que te he sacado.

-En ese caso, me quedaré sin abrazos.

-Me lo temía - hizo un mohín.

-Vamos, zalamera - le colocó la mano en su brazo para arrastrarla con él - Todavía tenemos que caminar un poco más antes de dar por finalizada la tarde.

Robert le había dejado dormir hasta el mediodía. Otra vez. Ni siquiera entendía cómo podía dormir tanto, si ella siempre había sido madrugadora. Los aires de Escocia, pensó con júbilo y una sonrisa se instaló en su boca.

-¿Qué es eso tan gracioso?

Robert la miraba con curiosidad pero negó con la cabeza, ampliando su sonrisa. Por supuesto que no le iba a decir nada de eso. Era un pensamiento ridículo y sólo lograría avergonzarse a sí misma contándoselo. Y sería otro motivo para él para tratar de convencerla para que se quedase más tiempo.

-Vamos, ruliña, que hay confianza.

No pudo evitar reír al escuchar cómo pronunciaba aquel mote en gallego. Se lo había enseñado en una ocasión y desde aquel día, lo usaba mucho con ella. Pero una cosa era verlo escrito y otra muy distinta oírselo decir. Se notaba que había estado practicando pero no se parecía en nada a lo que debía ser. En sus labios, sonaba divertido.

-No te rías - le dijo él riéndose también - Lo intento.

-Ya veo. No importa si lo pronuncias mal. Es divertido oírtelo decir.

-Sí, sí. Pero no me cambies de tema. ¿Qué es eso que te hace sonreír de ese modo?

-Nada - se ruborizó - Un pensamiento tonto. Sólo eso.

-Compártelo, ruliña.

-¡Oh, Dios! No lo digas más - rió de nuevo - No puedo con eso.

-Acabo de averiguar la forma de obtener de ti lo que quiero - rió alto Robert - Te llamaré ruliña hasta que no tengas más opción que acceder a lo que te pida.

-Eso es horrible - su risa desmentía sus palabras.

-¿Tengo que repetirlo?

-Es una tontería, Robert - negó con la cabeza - Sólo pensaba en que los aires de Escocia me sentaban bien.

-Eso te lo podría haber dicho yo - le sonrió y puso la mano sobre la suya, que todavía descansaba en su brazo - Cada día estás más guapa.

-Mentir está muy feo, Robert - se sonrojó.

-No miento. Te ves radiante, Lía. No sé si es el aire de Escocia o algún escocés guapo pero es así.

-Ya te he dicho que el chico del autobús sólo es un amigo - su sonrojo se intensificó.

-Amigo o no, ha logrado ponerte una sonrisa en los labios. Sólo por eso, ya se merece mi aprobación.

-¿Tu aprobación para qué?

-Para que siga llevándote en mi lugar a conocer Escocia - le sonrió ampliamente.

Le correspondió de igual modo pero decidió no decir nada más. A ella no le parecía tan bien que otro ocupase su lugar, aún cuando desease tener a Cailean a su lado todo el tiempo. Le sabía mal por Robert. Había tardado meses en convencerla para ir a visitarlo y ahora parecía estar dándolo de lado. Eso la hacía sentirse una mala persona.

-Deja de torturar esa cabecita tuya, Lía. Está bien así. No me molesta que quedes con tu amigo. Yo sólo quiero que te diviertas y si él me ayuda, mejor que mejor.

-Pero...

-Nada de peros. Vive al día, disfruta el momento. ¿Recuerdas quien me enseñó eso?

-Eres el mejor, Robert - lo besó de nuevo en la mejilla, sorprendiéndolos a los dos.

-Eso dicen - le guiñó un ojo y su mente huyó de nuevo hasta Cailean.

Se reprendió mentalmente pero no sirvió de mucho. Cada vez le costaba más contenerse para no enviarle un mensaje o una foto del lugar, aunque él seguramente lo conocería mucho mejor que ella. Tampoco podía dejar de pensar en él por demasiado tiempo. Se estaba instalando en su corazón a una velocidad vertiginosa y eso podía resultar peligroso para ella en muchos sentidos. El más importante, que no quería enamorase de alguien de quien tuviese que alejarse después. Sería demoledor.

El AutobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora