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La puerta se abrió de golpe y ambos miraron hacia ella sorprendidos. Helena entró hecha una furia y dejó las llaves y el bolso de mala manera en la entrada. Se dirigió hacia su hermano sin dejar de mirarlo y lo empujó con fuerza. Lo miró de arriba abajo y lo amenazó con un dedo cuando le habló.

-Dime que no es verdad, maldito cabrón de mierda - prácticamente le estaba gritando - No, déjalo. No hace falta que hables. Por tus pintas está claro que es totalmente cierto. ¿Pero en qué coño estabas pensando, imbécil? ¿Es que no tienes un cerebro ahí arriba para usar?

-Déjame en paz, Helena. Tú no lo entiendes.

-El que no lo entiende eres tú, pedazo de burro - lo empujó de nuevo.

-Helena - la llamó Lía para tratar de tranquilizarla - ¿Qué pasa? Deja a tu hermano, acaba de salvarme de...

-Fue cosa suya, Lía. No lo defiendas - la interrumpió, mirándola con fiereza.

-¿De qué estás hablando? - la miró con confusión.

-Puedo explicártelo, Lía - empezó a decir Óscar - Yo sólo quería que volver contigo y...

-Te engañó, Lía - lo interrumpió Helena, tan enfadada como estaba - Los que te atacaron eran sus amiguitos del gimnasio.

-¿Qué? - los miró a ambos con lágrimas en los ojos.

-Me los encontré por el camino y los oí hablar de ello. Se estaban jactando de cómo habían logrado engañarte para que cayeses en los brazos de mi hermano - volvió su atención hacia él - Tú, estúpido inútil, ¿no tenías nada mejor que hacer que asustar así a Lía? ¿Acaso pensabas que con engaños podrías recuperarla?

-Lía - Óscar ignoró a su hermana e intentó acercarse a ella - Escúchame...

-No - se alejó de él - No me hables, Óscar. No quiero saber nada más de ti. Intenté ser tu amiga pero esto es... has cruzado la línea. Yo no... Esto es demasiado ya.

-Lo de su piso no habrá sido idea tuya también, cerebrito - lo acusó de repente Helena, interrumpiéndolos.

-Cállate, Helena - le gritó él, desesperado - No lo empeores.

-¡Oh, Dios! - gimió Lía - ¿Tú lo hiciste? Óscar, dime que no fue cosa tuya.

-Déjame que te lo explique, por favor.

-Basta. No más. No quiero volver a verte, Óscar. No me hables, no me mires, no te acerques a mí. Jamás.

-Te acompaño, Lía - se ofreció Helena - Y tú, estúpido, reza para que Lía no decida presentar una denuncia. Dios, casi estoy deseando que lo haga, sólo para que aprendas de una vez por todas que no se puede tratar así a las personas. Serás gilipollas.

-No, Helena - dijo ella - Esto se acaba aquí. No puedo hablar más de esto. Yo... necesito pensar. Tengo que irme.

-Espérame, Lía.

-No, Helena. Quiero estar sola. Lo necesito - la miró implorante - Mejor mañana.

Salió del piso de su amiga tan rápido como pudo y corrió escaleras abajo hasta el suyo. El corazón le palpitaba frenético, las piernas apenas lograban sostenerla y le temblaban las manos mientras intentaba abrir la puerta. Se sentía tan estúpida, tan humillada. Las lágrimas empañaban su visión, lo que dificultaba el introducir la llave en la cerradura.

-Mierda - sollozó cuando se le cayó al suelo.

Se quedó por un momento en cuclillas, con la cabeza apoyada en la puerta. Cuando recuperó algo de fuerza, recogió las llaves y probó de nuevo. Esta vez pudo entrar a la primera. Cerró de nuevo y apoyó la espalda contra la puerta. Poco a poco se deslizó hasta el suelo, para quedar sentada en él. Se abrazó a sí misma y dejó que las lágrimas fluyeran libres. Ya no podía retenerlas más. Una vez más había sido manipulada por Óscar. Era tan crédula.

Se levantó después de varios minutos llorando y caminó como un zombi hacia su habitación. Se desvistió sin prestar demasiada atención a donde dejaba la ropa y se metió entre las sábanas. Sólo quería llorar. Y que el día terminase por fin. Había sido el peor día de su vida, después de la muerte de sus padres. Nada podría nunca superar ese otro día, por supuesto, pero este había sido terrible también. A su modo.

Media hora después compadeciéndose de su mala fortuna, como si fuese una luz brillante en medio de una oscura tormenta, la imagen de un Cailean sonriente inundó su mente. Había prometido llamarlo y no quería fallarle de nuevo. Y aunque no se sentía con fuerzas para hablar con él, decidió enviarle un mensaje. Al menos para tranquilizarlo. Se lo debía.

-Cailean - escribió - siento no poder llamarte como te prometí. Ha sucedido algo que... he sido una estúpida, como siempre. Perdóname. Por haber desconfiado de ti cuando tú siempre has sido honesto conmigo y has ido con la verdad por delante. No te merecías que te comparase con Óscar pero es lo que hice. Di por hecho que me engañarías como él hizo tantas veces y ni siquiera te dejé explicarte. Lo siento mucho. Tú no eres él. Tú jamás harías lo que él hizo. Lo sé ahora, pero lo olvidé en su momento. Soy tan fácil de engañar... Me siento estúpida. Pero ya no más. No quiero volver a verlo. Ahora solo necesito tiempo para pensar. Perdóname por no llamarte. No puedo hablar ahora. Lo siento. Lo siento mucho. No te preocupes por mí, estaré bien. Mañana, cuando todo se haya calmado en mi mente, te llamaré. Te lo prometo. Perdóname, Cailean. Por todo. Lo siento.

-Apagaré el teléfono, ahora necesito estar sola - añadió en otro mensaje - Te llamaré mañana.

En cuanto se aseguró de que le habían llegado ambos mensajes, apagó el teléfono y se sumergió de nuevo entre las sábanas. Pero algo había cambiado en ella mientras escribía, ya no quería llorar más por alguien que no lo merecía. Así que intentó ser fuerte por quién sí lo hacía. Por quién se preocupaba por ella. Trataría de arreglar el desorden en su mente esa noche y al día siguiente sería tan sincera con Cailean como debería haberlo sido desde el principio.

Óscar le había abierto los ojos de la peor de las maneras, pero era algo que debía agradecerle. Lo único, en realidad. Todo con él había sido una constante mentira y ahora podía ver la diferencia abismal que había con Cailean. Ni siquiera debería haberlos comparado en un primer momento, porque Óscar no le llegaba ni a la suela del zapato a Cailean. Eran tan distintos, que el simple hecho de ponerlos en el mismo baremo era de risa. Óscar era una alimaña de la peor calaña mientras que Cailean era bondad y sinceridad. Merecía que le correspondiesen de la misma forma.

Después de varias horas dándole vueltas a sus pensamientos, finalmente consiguió conciliar el sueño. Ahora que tenía claro lo que debía hacer, se sentía lo suficientemente relajada como para descansar un poco antes de enfrentarse a lo que el mañana le deparaba. Su nueva vida estaba a punto de empezar y esta vez quería hacerlo bien.

El AutobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora