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-Buenos días.

Se acercó a ella desde atrás para hablarle susurrarle al oído. No lo había visto llegar y quiso provocarla un poco. Cuando se giró hacia él estaba sonrojada y él sonrió.

-Buenos días.

-¿Lista para una aventura?

Juraría que se había sonrojado todavía más pero lo desechó al momento. Le tendió la mano y ella colocó la suya encima con suavidad. Se la llevó a los labios y la besó antes de tirar de ella hacia el coche. Estaba ansioso por pasar el día con ella.

La observó mientras entraba en el coche. Iba vestida con unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta básica blanca. Llevaba en los pies zapatillas de deporte, en la mano una chaqueta y en el hombro la mochila que le había visto en el autobús. Sencilla y adorable. Así era Lía. Y le encantaba.

-Iremos primero a Fort Augustus. Las vistas del lago Ness desde allí son impresionantes también. Ya sé que ya lo has visto pero merece la pena repetir.

-Tú eres el guía. Iremos a donde digas.

Parecía cohibida otra vez y sólo esperaba que no se estuviese arrepintiendo de haber quedado con él. En los mensajes era muy atrevida pero en persona le costaba más abrirse a él. Y aunque adoraba verla sonrojada, también quería que ella se sintiese a gusto a su lado.

-Puedes opinar - le sonrió.

-Lo haré. Y tú deberías mirar a la carretera, me estás poniendo nerviosa. Quiero llegar viva.

Un intenso sonrojo cubrió sus mejillas y él sonrió. No estaba arrepentida de verse, sólo nerviosa. Le gustaba eso. En realidad le gustaba todo en ella. Contuvo el impulso de tocarla y se centró en la carretera. En eso tenía razón, tampoco él quería tener un accidente.

-Me sigue resultando extraño sentarme en este lado del coche.

La miró un momento. Ella tenía la mirada puesta al frente y sonreía. Las ganas de tocarla crecieron y apenas logró contenerlas esta segunda vez.

-¿Prefieres conducir?

-No. Es que... en España se conduce por la derecha - lo miró divertida - y el volante está aquí.

-Es verdad. No me acordaba.

-La primera vez que fui a Londres - rió bajito - al subir en el taxi, me tocó ir delante, con el conductor. Cuando abrí la puerta, me encontré con el volante y la sonrisa del taxista sobre mí.

-Apuesto a que te pusiste roja.

No pudo evitar la broma. Estaba adorable contando aquella historia. Se descubrió a sí mismo deseando haber estado allí para verla. Había tantas cosas de ella que no conocía y que quería saber.

-Como un tomate. Él bromeó conmigo, diciendo que me dejaba conducir si quería. ¡Qué vergüenza!

-Vergüenza, ¿por qué? Si yo estuviese en España seguro que hacía lo mismo.

-Me gustaría ver cómo te sonrojas.

En cuanto lo dijo, su cara se coloreó de nuevo. Él sonrió más ampliamente y decidió no resistirse más a tocarla. Apoyó su mano en su pierna, cerca de la rodilla para no asustarla. ¿La apartaría? Esperaba que no. Le gustaba tener contacto con ella. Sentía aquel cosquilleo tan agradable en la palma de su mano.

El AutobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora