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-No tienes que decir nada si no quieres, Lía - la mantenía abrazada mientras hablaba - pero te escucharé si decides hacerlo.

-Tampoco hay mucho más que decir que lo que ya te conté - suspiró.

-Pero sí hay algo que te preocupa.

-El problema con la muerte de mis padres, no es sólo su muerte en sí - se acomodó en su regazo para poder mirarlo de frente - sino los remordimientos que sentí durante meses por no haber ido con ellos en el coche. Todavía lo pienso a veces.

-Hoy fue una de esas veces - aventuró.

-Precisamente hoy no. Hoy pensé que tal vez su muerte no fue en vano - frunció el ceño - Que si no hubiese sucedido, yo no estaría hoy aquí. Con vosotros. Contigo.

-Y te sientes mal por pensar eso.

-Un poco - agachó la cabeza.

-Lía - la obligó a mirarlo - tú no tienes la culpa de lo que les pasó. Ni tampoco tienes la culpa de haberlos sobrevivido. Y por supuesto, no puedes culparte por querer ser feliz. No he podido conocerlos pero estoy seguro de que ellos no querrían que desperdiciases tu vida, sólo porque ya no pueden tener la suya. Eres una mujer increíble, Lía. Más fuerte de lo que yo llegaré a ser nunca. Y...

-No empieces tú también, Cailean - le tapó la boca con la mano - Todo eso ya me lo han dicho mil y una veces. Me sé la cantinela de memoria. Pero nada cambiará el hecho de que ellos murieron y yo no. Lo he asimilado ya, en serio, sólo que hay días en que no puedo evitar sentirme mal por ello. O pensar en el tan temible 'Y si...' Eso es lo peor de todo. ¿Y si hubiese llegado a tiempo para ir con ellos? ¿Y si hubiesen esperado por mí al ver que no llegaba? ¿Y si los hubiese llamado para pedirles que me recogiesen en el trabajo como pensé en hacer?

-Lía - trató de interrumpirla.

-Pero nada de esos 'Y si...' me los van a devolver - siguió hablando - Así que es una pérdida de tiempo. Lo sé. Lo acepto. Pero los remordimientos me asaltan cuando bajo la guardia es algo que no puedo evitar. He aprendido a lidiar con ellos. Tu abuelo me ayudó. Más de lo que cree.

-También tú lo ayudaste a él, Lía. Yo no sabía nada de lo mal que lo estaba pasando - la pena empañaba sus palabras - Nunca me lo dijeron. Podría haber intentado animarlo. Estoy seguro de que lo habría logrado. Siempre estuvimos muy unidos. Le fallé, Lía. Debería haber estado a su lado y no lo hice. Pero me consuela saber que te tenía a ti. No podría haber elegido a nadie mejor que tú para...

-Ya vale, por favor - lo detuvo - No hablemos más de eso. Hoy ha sido un día maravilloso y no quiero estropearlo hablando de cosas tristes.

-Como quieras - tomó su rostro en sus manos y la besó - No tenemos que hablar de nada, si no quieres. Es más, estoy dispuesto a hacer muchas cosas contigo que no implican para nada tener que hablar.

Cuando se sonrojó al imaginar a qué cosas se estaba refiriendo, Cailean rió. Se giró en un rápido movimiento, dejándola tumbada de espaldas sobre la cama. Sus besos le impidieron protestar, aunque en realidad no tenía intención alguna de hacerlo. En cambio, recorrió su espalda con las manos y sujetó su camiseta por el borde para quitársela. Cailean le facilitó la tarea incorporándose un poco, apoderándose de su boca de nuevo, antes incluso de que la camiseta tocase el suelo. En esta ocasión no había rastro de la dulzura de la primera vez pero no le importaba, también ella tenía esa urgencia por sentir sus cuerpos desnudos y unidos. El resto de la ropa no tardó en seguir el camino de la camiseta.

Las manos de Cailean la enloquecían y sus labios húmedos recorriendo todo su cuerpo apenas le dejaban pensar con claridad. Sólo podía sentir. Cada caricia, cada beso, cada roce de sus cuerpos. El calor que emanaba de ellos y los enardecía. El frenético latir de sus corazones acompasados. Sus respiraciones aceleradas. Sus gemidos y jadeos sofocados para que no saliesen de aquel cuarto, donde es estaban amando una vez más. Todo se reducía a las sensaciones y a los sentimientos. Intensas unas y profundos los otros.

-Mierda.

Por sus prisas y la poca atención que puso, Cailean terminó en el suelo cuando intentó alcanzar el cajón de su mesita de noche. Debería haberse preocupado por él, preguntarle si se había hecho daño, pero lo único que logró hacer fue reírse. Tanto que tuvo que sujetarse el estómago, porque llegó a dolerle. Parte del ardor que sentía segundos antes había desaparecido pero ver a Cailean en el suelo mirándola con el ceño fruncido bien merecía la pérdida.

-Muy graciosa, cielo - recuperó el preservativo del cajón y se subió de nuevo a la cama. Era evidente que trataba de contener su propia risa - Ahora tendrás que pagar por haberte reído de mí.

Antes de que pudiese preguntar a qué se refería, lo tenía encima y volvía a besarla con auténtica avidez. En cuestión de segundos sentía hervir la sangre en sus venas y su cuerpo clamaba por una liberación que sólo Cailean le podía dar. Se mordió el labio para no gritar su nombre cuando lo sintió entrar en ella. Había disfrutado de la dulzura de la noche anterior, pero aquello era infinitamente mejor. Se aferró a él y se dejó llevar por el placer que le provocaba. Sintió que llegaban a su liberación juntos.

-Si esta es tu forma de castigarme - le dijo cuando logró recuperar el aliento, ya acurrucada en sus brazos - tendré que reírme de ti más veces.

Sabía que su rostro estaba en llamas pero, después de lo que acababan de compartir, no le importaba lo más mínimo. Estaba saciada y se sentía plena. Cailean la acercó más a él y la besó en el cabello. En ese momento no podía pedir más.

-Intentaré hacer más veces el ridículo para que puedas reírte de mí - lo oyó decir. La risa bailaba en su voz.

-¿Te duele? - lo miró, ahora preocupada.

-El orgullo, quizá - le guiñó un ojo.

-Eso se cura rápido.

-Habla por el tuyo - bromeó con ella.

Estiró el cuello hacia él para besarlo y él se acercó al notar lo que quería hacer. El roce de sus labios provocó un aleteo en su estómago. ¡Quién le iba a decir que las mariposas del amor existían de verdad!

-Ahora ya me encuentro un poco mejor - le sonrió - pero necesitaré más de estos para curarme del todo, cielo.

La besó de nuevo, esta vez alargando el momento. La dulzura de la primera vez había regresado.

El AutobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora