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Se había retirado a su habitación temprano para poder hablar con Lía en privado, porque necesitaba explicarle que entre Shanene y él no había nada. Se había quedado intranquilo cuando le cortó la llamada tan bruscamente y sabía que había sido por ella.

Había intentado deshacerse de ella sin resultar borde pero Shanene no se lo había puesto fácil. Era una mujer insistente cuando algo le interesaba. Y le dejó muy claro que era a él a quien quería en ese momento. Al final había tenido que ser brutalmente sincero con ella y se había ido enfadada y ofendida. Poco le importó, porque sólo podía pensar en Lía y en lo que estaría pensando en ese momento. Le aterraba la idea de que decidiese no regresar a Escocia por culpa de Shanene.

Le había enviado un mensaje, temiendo que le cortase la llamada si intentaba hablar con ella. Los segundos de espera le resultaron eternos y aunque ella lo tranquilizó con su mensaje, él no podía quitarse de la cabeza que algo iba mal. Muy mal. Aún así, se prometió que esperaría a que ella llamase, tal y como le había prometido.

Nunca creyó que lo que recibiría sería un nuevo mensaje de ella. Y mucho menos ese mensaje. A medida que lo leía, la ira iba quemándole las entrañas. Para cuando terminó, deseaba ir a España sólo para golpear a Óscar hasta que le sangrasen los nudillos. Nunca en su vida había sentido un odio tan visceral por alguien a quien no conocía.

Se sentía impotente al ver el sufrimiento de Lía y no poder estar allí con ella para consolarla. Incapaz de quedarse quieto en la cama, se vistió rápidamente y salió de su cuarto. Necesitaba salir fuera para despejar la mente e intentar disipar la rabia que había nacido en él con cada palabra de Lía. Tenía que hacer algo. Lo necesitaba. Pero lo único que, en la distancia, podía hacer, no estaba a su alcance porque Lía había desconectado el teléfono.

-Voy a casa del abuelo - informó a sus padres, que todavía estaban levantados, viendo la tele.

-¿A estas horas? - preguntó su padre.

-Necesito hablar con él.

-¿Ha pasado algo, cariño? - su madre lo miró preocupada.

-No, mamá. No te preocupes. Sólo necesito hablar con él.

-¿Está bien Lía?

-Sí - mintió - No tiene nada que ver con ella.

-Llévate mi coche. Tu padre lo necesita mañana.

-Gracias, mamá - se acercó a ella y la besó en la mejilla.

-Conduce con cuidado, hijo.

-Lo haré, papá.

La casa de su abuelo no quedaba cerca pero necesitaba tanto hablar con él, que le aconsejase, que no le importaba salir en plena noche para ir a verlo. Durante el trayecto, su mente repasaba cada palabra de Lía. Se maldecía por no estar más cerca de ella. Nunca antes la había sentido tan lejos. Y no sólo en la distancia. A pesar de que le decía que hablarían, tenía la sensación de que algo iba mal.

No le sorprendía que lo comparase con su ex, era algo inevitable. También él la había comparado con las suyas. Pero siempre había ganado ella con creces. Nadie podía ser mejor que Lía. Ella era única. Lo que le irritaba era haber descubierto lo malnacido que había sido. No es que le hubiese explicado demasiado pero podía intuir lo que había sucedido. La rabia regresó a él, así como las ganas de golpearlo. Se aferró al volante con fuerza e inspiró varias veces para controlarse.

Cuando llegó a casa de su abuelo, dejó el coche atravesado en la entrada. Corrió hacia la entrada y golpeó la puerta varias veces. Ni siquiera pensó que tal vez estuviese ya durmiendo. No le importaba demasiado. Necesitaba hablar con él.

-Cailean - Robert lo miró sorprendido - No te esperaba. ¿Sucede algo, hijo?

-Lía - entró en la casa.

-¿Qué pasa con ella? ¿Tiene problemas?

-No sé qué ha pasado pero me ha escrito un mensaje que me tiene preocupado - habló atropelladamente - Me siento impotente. Querría estar allí con ella pero estoy aquí, sin poder hablarle porque ha apagado su teléfono. Ha prometido llamarme pero tengo miedo de que no lo haga. Siento que la estoy perdiendo, abuelo.

-Tú la quieres - le dijo con calma.

-Es mi vida - le confesó - No sé cómo pasó, pero ya no podría estar sin ella.

-¿Se lo has dicho?

-No - apartó la mirada - No me parecía bien decírselo por teléfono.

-Debiste decírselo antes de que se hubiese ido. Lía es muy insegura.

-Lo sé - se despeinó el pelo, frustrado - Debí hacerlo pero no lo hice. Y ahora me asusta que sea demasiado tarde. No puedo decírselo por teléfono, no me parece correcto. Y ella no va a volver. Abuelo, no va a volver. Lo presiento.

-A veces me pregunto si de verdad llevas mi sangre en tus venas - suspiró Robert, conservando la calma - Ven conmigo, muchacho.

Cailean lo siguió, más frustrado todavía. Había pensado que su abuelo le daría algún consejo útil pero se había limitado a decirle lo que debería haber hecho. Eso no le ayudaba. Miró a su espalda, impaciente. El corazón parecía querer escapar de su pecho y le molestaba que su abuelo estuviese tan tranquilo.

Lo vio escribir algo en un papel. Se estaba tomando su tiempo y él se desesperaba mientras tanto. Se mordió la lengua para no decirle algo de lo que sabía que se arrepentiría después. Quería mucho a su abuelo y apreciaba cuantos consejos le había dado a lo largo de su vida, pero en ese momento deseaba estrangularlo. Cuando tomó el papel de sus manos, lo hizo de forma demasiado brusca.

-Ahí está todo lo que necesitas. Espero que sepas qué hacer con ello - le guiñó un ojo y él puso los suyos en blanco.

Abrió el papel y leyó. Una sonrisa se dibujó en su rostro a medida que comprendía lo que era. Un plan se iba formando en su mente y la tranquilidad se apoderaba de cada parte de su cuerpo a medida que contemplaba las posibilidades.

-Veo que sí tienes mi sangre, después de todo - rió Robert - Ahora ocúpate de tu mujer, que yo me ocuparé de la mía.

Cailean lo miró desconcertado, hasta que su vista se desvió hasta el sofá de la sala de estar. Lorna MacDonald estaba sentada en él y le sonreía.

-Hola, Cailean - lo saludó - Hacía mucho tiempo que no te veía. Veo que te has convertido en todo un hombre.

-Hola, Lorna. No sabía que estabas aquí. Siento la interrupción - miró a ambos alternativamente.

-El amor bien lo merece - rió ella.

Lorna y su esposo habían sido grandes amigos de sus abuelos desde que él tenía uso de razón. Tras la muerte de su esposo, ella se había ido a vivir con sus hijos a Glasgow. Ni siquiera sabía que había vuelto. Ni que su abuelo sintiese interés por ella. Lo miró interrogativo y él se limitó a sonreír.

-Ve, hijo. No te demores con dos viejos como nosotros. Tienes mucho que hacer.

-Gracias, abuelo - lo abrazó - Eres el mejor. Te quiero.

-Y yo a ti, hijo. Y yo a ti.

El AutobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora