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_____________________________________No le gustaba nada tener que dejarla ir. A pesar de que le había repetido en varias ocasiones en su camino hacia Edimburgo que regresaría, tenía la sensación de que aquellos últimos besos que se estaban dando en la terminal del aeropuerto sabían a despedida definitiva. Y eso era algo que no le gustaba en absoluto.
El viaje en coche había sido mucho más corto que el que habían hecho en autobús cuando se conocieron. Y tenía un regusto amargo. No era para nada como aquella otra vez, cuando se descubrió admirando a una extraña y deseando conocerla más. Ahora estaba enamorado de ella y seguía queriendo saberlo todo sobre su vida, pero tenían que separarse. Y en esta ocasión, una llamada de teléfono no los juntaría.
Habían enlazado sus manos todo el tiempo que pudieron, pero sentía que no era suficiente. Los nervios de Lía crecían a medida que se acercaba la hora de su partida y parecía estar perdiéndola de algún modo. Se sentía ausente, con la mente en otra parte. Por primera vez, algunos de sus silencios se les hicieron incómodos. Se repetía una y otra vez que sólo era por el robo, pero nada le quitaba de la cabeza que había algo más detrás de todo eso.
-Déjame ir contigo, Lía - le rogó una última vez, consciente de que ya era imposible.
Por megafonía anunciaban el embarque. El último aviso. La abrazó una vez más y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para soltarla después. No quería dejarla ir. Sentía que una parte de sí mismo se iría con ella. La besó de nuevo, con mayor apremio.
-Tu fam...
-Lo sé - la interrumpió - Sólo pensaba en voz alta, Lía. Déjame soñar un poquito, cielo.
Trató de bromear para eliminar algo de tensión pero supo que había fracasado de nuevo cuando la sonrisa de Lía lució apagada. Si no conociese la historia de su familia y cuán mal lo había pasado ella por lo sucedido en aquel fatídico accidente, habría hecho oídos sordos a sus razones y se habría ido con ella a España. Pero sabía lo importante que era para ella que se quedase.
Y, por otro lado, ahora que estaba en Edimburgo, podría aprovechar para hablar con sus socios en el bufete. Lo arreglaría todo para regresar a Inverness. Tal vez se uniría a algún otro bufete o abriría su propio despacho. Llevaba meses pensando en esa posibilidad. Trabajar en los casos que le interesaban y no en los que le asignaban. Representar a quien tenía menos recursos, algo que en su actual puesto no podría ni pensar siquiera. Tal vez ganase menos dinero, pero haría lo que realmente quería, lo que lo había motivado a convertirse en abogado.
-Tengo que irme ya - la voz de Lía lo volvió a la realidad.
-Te echaré de menos - la abrazó - Vuelve pronto, Lía. Por favor.
-En cuanto pueda.
Se besaron de nuevo y, como las veces anteriores, le supo a despedida. No dijo nada no obstante, por no parecer demasiado ansioso, pero le preocupaba que una vez en España decidiese quedarse allí. Apretó sus labios contra su frente y se separó de ella a regañadientes. Le habría gustado mantenerla en sus brazos para siempre.
-Hasta pronto, Lía - no diría adiós. Nunca podría decírselo.
-Hasta pronto, Cailean - incluso su sonrisa le decía que podría decidir quedarse en España.
Cuando la vio desaparecer por el pasillo, su corazón se aceleró. La ansiedad creció en él hasta el punto desear correr tras ella para decirle aquello que rondaba su cabeza desde que pasaron el día juntos y que se había callado por no asustarla. Ahora el asustado era él. ¿Y si no volvían a verse? ¿Y si había desperdiciado su única oportunidad de decírselo? No quería pensar en esa posibilidad. Sin embargo, la presión en su pecho le recordaba que era tan real como la de reencontrarse en unos días. Quizá más todavía.
-Mierda - maldijo en bajo.
Pero ya era tarde. No había rastro de Lía ya y, aunque lo hubiese, no lo habrían dejado pasar para reunirse con ella. Aquello sólo sucedía en las películas. Desanduvo el camino hasta el aparcamiento arrastrando los pies. Su cuerpo parecía no querer reaccionar. Desde luego, su corazón estaba en aquel avión con Lía.
-Mierda - dijo de nuevo, ahora enfadado consigo mismo, mientras metía la llave en el contacto.
Se quedó parado, sin llegar a arrancar, mirando al infinito. Nunca antes se había sentido así. Tan desanimado, tan pesimista, tan vacío. Lía había sabido completar su vida en tan sólo una semana y ahora notaba su ausencia más incluso que la de su familia en todos los años que habían pasado separados. El impulso de correr tras ella renació en él pero se obligó a acallarlo.
-Mierda, mierda y más mierda - golpeó con fuerza el volante.
Tomó su teléfono y buscó el número de Lía. Necesitaba hablar con ella, decirle lo que sentía. No quería que se fuese sin saberlo. Tal vez aquello supusiese una diferencia. En cuanto lo encontró, su dedo se movió hacia la tecla de llamada, decidido a hacerlo. Se detuvo en el último segundo, dubitativo.
-Así no. No por teléfono, idiota - habló nuevamente en alto. Quien lo escuchase, lo creería loco, pero no le importaba. En ese momento nada podría alterarlo más de lo que ya estaba.
Decidió entonces enviarle un mensaje deseándole un buen vuelo y pidiéndole que lo avisase en cuanto estuviese en su casa. No era ni de lejos lo que quería decirle, pero tendría que ser suficiente por el momento. Si tenía que bombardearla a mensajes y llamadas durante los días en que estuviesen separados, lo haría. Le recordaría a todas horas que la estaba esperando de vuelta y que no aceptaría excusa alguna para no hacerlo. Y cuando la tuviese en sus brazos de nuevo, entonces y sólo entonces, se confesaría ante ella. No cometería el error de callarse dos veces seguidas. No cuando las consecuencias podían ser perder definitivamente a Lía.
-Prometido - recibió en respuesta al momento - Ahora debo apagar el teléfono, vamos a despegar. Cuídate mucho, Cailean. Y pide perdón a tus padres y a Robert por irme sin despedirme de ellos. Espero que no se enfaden demasiado conmigo.
-No es un adiós definitivo, Lía - le envió de regreso rápidamente - Lo comprenderán.
Ese mensaje ya no le llegó, había apagado el teléfono. Suspiró de frustración aún cuando sabía que lo leería en cuanto aterrizasen. Lo sentía como un mal presagio.
-Mierda - repitió mientras arrancaba el coche.
Arreglaría sus asuntos en Edimburgo y regresaría con su familia. Ahora, más que nunca, necesitaba de ellos. Y de los consejos de su abuelo. Él, sin duda, sabría animarlo mejor que nadie.

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El Autobús
Romance¿Cómo empieza una historia de amor? ¿Alguien lo sabe? Todos soñamos con conocer a esa persona especial, en un lugar especial. Pero, ¿y si no hace falta nada más que mirarla a los ojos y saber que es ella? La historia de Cailean y Lía empieza en un a...