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Desayunó en la misma cafetería donde solía hacerlo cada mañana desde hacía casi cinco años y, por primera vez, le pareció falta de encanto. Ya nada era igual sin Lía. Ni siquiera se sintió con ánimos de leer el periódico, como tenía por costumbre.

Después de pagar la cuenta y comprobar la hora, caminó a paso lento hasta el edificio donde estaba su despacho. Sus socios ya estarían allí y se llevarían una sorpresa al verlo. No lo esperaban hasta la siguiente semana. Qué rápido cambiaban los planes, pensó. Una semana antes les había dicho que se ausentaría el fin de semana. Dos días después había aumentado sus vacaciones a dos semanas. Y ahora quería dejar el bufete definitivamente.

No se arrepentía del cambio, tal vez conocer a Lía era el empujón que necesitaba para llevar a cabo sus verdaderos planes. Había pensado tanto en ello que casi estaba decidido a hacerlo, pero siempre había algo que lo retenía. Ahora, estaba resuelto a cambiar de vida. A cumplir sus sueños. Todo gracias a ella.

-Te hacíamos en Inverness - lo saludó Edward - ¿Ya te has cansado de tu familia?

-He tenido que acompañar a mi novia al aeropuerto - que bien sonaba aquella palabra. Deseaba poder seguir usándola por mucho tiempo - y he decidido venir a haceros una visita. Tengo que hablar con vosotros.

-Vaya - exclamó James - Hace una semana te fuiste siendo un soltero orgulloso y ahora, ¿regresas con novia?

-Ya ves - se encogió de hombros - ¿Podemos hablar, chicos?

-Claro.

Se trasladaron al salón de reuniones, sería más privado. Tampoco es que hubiese nadie más allí pero no querían ser interrumpidos si llegaba algún cliente. Se sentó frente a ellos y los observó por un momento en silencio.

Llevaban juntos desde que se conocieron en la universidad. Antes incluso de graduarse, ya habían estado haciendo planes para montar su propio bufete de abogados. Habían superado muchos baches juntos, pues todo parecía ser impedimentos para unos jóvenes recién salidos de la universidad. Su falta de experiencia les había resultado un gran obstáculo en más de una ocasión, pero como abogados que eran, habían sabido salir adelante. Le apenaba tener que separarse de ellos pero sabían que algún día lo habría hecho. Jamás les había ocultado su deseo de representar a quien tenía menos recursos.

-Ha llegado el día, ¿no? - se le adelantó Edward.

-Y esa novia tuya tiene algo que ver - concluyó James.

-Vaya - se recostó contra el respaldo de la silla - Ha sido más fácil de lo que creía.

-Nos conocemos - rió Edward - Cuando nos comentaste que alargarías tus vacaciones ya nos olimos algo.

-Yo ya me lo imaginaba en cuanto anunciaste que irías a la boda de tu hermana. Sabía que en cuanto regresases a casa, ya no volverías con nosotros. Esa idea tuya lleva demasiado tiempo rondando tu cabeza.

-Cierto. Los últimos meses me lo estaba planteando más seriamente. Aquí ya estáis encauzados, no me necesitáis. Es hora de que intente hacer aquello que me ha motivado a ser abogado. Debo ser consecuente conmigo mismo.

-Por nosotros sabes que puedes quedarte cuanto quieras, Cailean - le dijo Edward - pero está bien que lleves a cabo tus sueños. Te echaremos de menos.

-Vendré de visita. Y seguramente os llamaré pidiendo consejo en más de una ocasión.

-Nosotros también te molestaremos, no lo dudes - rió James - Y te iremos a ver. Quieras o no.

-Cuando queráis. Ya lo sabéis.

Estuvieron un par de horas más concretando detalles, aunque en realidad ya lo tenían muy hablado porque nunca les había ocultado que su asociación sería provisional. De hecho, habían tomado precauciones cuando fundaron el bufete para que su salida no causase demasiados contratiempos a los otros dos.

Cuando se despidió de ellos, sintió cierto desasosiego. Tenía ganas de emprender aquella nueva aventura pero alejarse de sus amigos era demasiado amargo. Habían pasado muchos años juntos. Muchas cosas también. Demasiadas despedidas para un solo día, pensó con pesar.

Fue directo a su apartamento para empezar a empaquetar sus cosas. No tenía sentido marcharse sin haberlo hecho. Aprovecharía el viaje, ya que estaba allí. Mientras subía en el ascensor, su teléfono sonó y contestó con rapidez pensando como un tonto que podría ser Lía. Ni siquiera miró primero.

-¿Qué es eso de que Lía se ha ido? - Robert sonaba preocupado.

-Le han robado en el piso y ha tenido que irse, abuelo - le falló la voz.

-¿Dónde estás, hijo?

-En el apartamento. Voy a recoger todo. Quiero volver a casa.

-Esa es una buena noticia pero tu voz no suena bien.

-Lía se ha ido, abuelo. ¿Cómo esperas que suene?

-Voy para allá, muchacho.

-No, abuelo. Puedo hacerlo solo. Regresaré en cuanto termine.

-No te quiero solo en este momento.

-Estaré bien. De verdad. No te preocupes por mí. Estaré ocupado empaquetando mis cosas - abrió la puerta mientras sostenía el teléfono contra su hombro - Es algo que debería haber hecho hace mucho y necesito completar el ciclo solo.

-Está bien, hijo. Pero no te quedes más de lo necesario. Y llámame si necesitas ayuda. Sabes que iré encantado.

-Lo sé, abuelo - guardó silencio un momento - Lo siento mucho, abuelo.

-¿Qué sientes?

-No haber estado ahí para ti cuando me necesitabas.

-No hay nada que sentir. No habrías podido hacer nada, hijo. Yo no quería vivir.

-Lía sí lo hizo.

-Lía no era mi familia. Con ella siempre fue fácil hablar. Sobre todo porque no la veía. Liberó mi pena con sus cartas, pero sobre todo recibiendo las mías. Poder sacar fuera lo que me estaba carcomiendo por dentro me arrancó de mi miseria.

-Lía es impresionante.

-¿Seguro que no quieres que vaya?

-No, abuelo. Iré en cuanto pueda. Y seguiremos esta conversación. Tenemos mucho de qué hablar.

-Nos pondremos al día - se imaginó a su abuelo sonriendo y lo imitó.

-Te he echado de menos, abuelo.

-Y yo a ti, hijo. Y yo a ti.

-Voy a empezar con esto. Nos vemos pronto.

-Para lo que necesites, Cailean - añadió antes de despedirse - Nos vemos.

En cuanto colgó, la sonrisa desapareció de su rostro. Pensar en lo cerca que había estado de no volver a ver a su abuelo sin saberlo, le dolía. Le había fallado, por más que él le dijese que no era así. Le compensaría por ello. Hallaría el modo de hacerlo. Su abuelo siempre había formado parte de su vida, una parte muy importante. A él había acudido en busca de consejo muchas más veces que a su padre. Y se sentía mal por haber estado ausente cuando él más lo necesitaba.

Miró su pequeño apartamento y suspiró. Había pasado grandes días en él, al menos eso le habían parecido. Ahora, tras conocer a Lía, lo veía con otros ojos. Parecía frío e impersonal. Demasiado solitario. Tal y como había sido su vida los últimos años. No se había comprometido con nada ni con nadie, salvo con su trabajo. Le había parecido suficiente hasta una semana atrás. Ya no más, pensó.

-Empecemos.

El AutobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora