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Apenas empezaba la tarde cuando sonó su teléfono. Lo miró ansioso y sonrió al ver que era un mensaje de Lía. Hacía horas que habría llegado a su destino, a pesar de tener que hacer trasbordo, pero no quiso agobiarla y decidió esperar a que ella escribiese primero.

-Perdona no haberte escrito antes, Cailean. Helena me estaba esperando en el aeropuerto y me llevó directamente al apartamento. Ha sido abrumador verlo tan revuelto. Me he puesto a revisarlo todo hasta que los nervios han podido conmigo. He tenido que parar y entonces recordé que no había encendido el teléfono todavía. ¿Cómo están todos? ¿Se han enfadado mucho conmigo? ¿Qué tal tu viaje de vuelta? Menudo rollo acabo de soltar pero me ha sentado bien.

Tenía tantas cosas que decirle, que un mensaje no sería suficiente. Además, deseaba escuchar su voz. Adivinar por ella cuán preocupada estaba. Los mensajes eran demasiado impersonales y fríos. Marcó el número sin pensarlo y esperó que Lía decidiese contestar.

-Hola - la oyó decir con timidez y su corazón se desbocó. Una simple palabra y ya estaba deseando estrecharla entre sus brazos y besarla.

-Hola, cielo. ¿Cómo estás?

-Mejor. Más tranquila ahora.

-Me alegro. Pero recuerda que estoy dispuesto a ir a consolarte si lo necesitas.

-Tu familia te necesita más que yo. ¿Cómo están?

-No te preocupes por ellos. Lo han entendido perfectamente.

-¿Qué tal tu viaje? ¿Llegaste bien?

-Sigo en Edimburgo.

-¿Y eso?

-Estoy empaquetando mis cosas. Me voy definitivamente a Inverness.

-¿No lo habrás hecho por mí?

Sonaba tan compungida que no quiso bromear con ello, por más que su primera intención había sido esa.

-Hace tiempo que quería poner mi propio despacho. En realidad ese ha sido siempre mi objetivo pero lo he estado aplazando. Volver a casa me ha hecho ver que debía dar el paso por fin. He estado alejado de mi familia demasiados años. Mi abuelo me ha necesitado y no he estado ahí para él. Eso es lo que más me atormenta.

-No es culpa tuya, Cailean. Robert estaba mal porque no quería vivir sin tu abuela. Se apartó de todos porque así lo quiso.

-Tú lo ayudaste.

-Escribir a una desconocida es fácil.

-Eso me ha dicho mi abuelo.

-Tiene razón.

Lía guardó silencio pero tenía la sensación de que seguiría hablando así que esperó. De nuevo, los silencios con ella habían vuelto a ser tranquilos y relajados. A pesar de la distancia, la sentía a su lado en ese momento.

-Su primera carta - siguió después de unos minutos - fueron seis folios llenos de pena, dolor y desesperación. Jamás en mi vida he llorado tanto por alguien. Y ni siquiera lo conocía. Descargó toda su amargura en aquellas páginas. Tuve que detenerme varias veces antes de terminarla. Y aún así, no supe lo realmente mal que llegó a estar hasta que tu madre me lo dijo.

-¿Mi madre habló contigo de eso?

-El día de la boda. Cuando me acompañó a la habitación de tu hermana. Me dijo que quería morirse.

-Debería haber estado con él, Lía.

-Robert está bien ahora. No te tortures por eso.

-Te echo de menos, Lía. Y nos hemos visto hoy - la oyó reír - No estoy bromeando.

-Lo siento - sentía cómo trataba de acallar su risa y finalmente rió con ella.

-Eso ha sonado a desesperación, ¿no?

-Un poco. Pero es muy tierno - añadió, ya si rastro de risa en su voz.

-Me gusta más ser tierno que desesperado.

-Me gustas más tierno que desesperado.

-¿Acabas de decir que te gusto? - sonrió.

-Creo que eso ya lo sabías.

-Pero me gusta oírtelo decir. Hace que la separación sea más llevadera.

Oyó voces de fondo y un suspiro de Lía.

-Tengo que colgar, Cailean. Han llegado Helena y Óscar con la comida.

-Helena es tu vecina. ¿Quién es Óscar?

-Su hermano.

-Tu ex.

-Sí - suspiró de nuevo - Hubiera preferido que no estuviese aquí, pero no puedo echarlo. Me sabe mal, después de haber ayudado a Helena con lo del robo hasta que llegué yo.

-¿Estarás bien? Debí haber ido contigo.

-No te preocupes. Puedo tolerarlo. Ahora tengo que colgar.

-Hablamos por la noche.

-Está bien. Te llamo en cuanto esté sola. Adiós, Cailean.

-Adiós, cielo - en cuanto Lía colgó, añadió - No te olvides de mí.

Si había estado preocupado por ella hasta ese momento, ahora se sentía tan desesperado como había sonado durante su llamada. Óscar. Ese maldito ex suyo estaba con ella ahora mismo. Y no podía dejar de pensar en que el muy canalla intentaría aprovecharse de la vulnerabilidad de Lía para intentar atraparla de nuevo.

-Confías en ella, Cailean - se dijo en voz alta para tratar de serenarse - A Lía le disgusta tenerlo cerca.

Pero por más que se lo repetía, no podía dejar de pensar en ello. Tenía muchas cosas que empaquetar todavía pero ya no le apetecía hacerlo. Necesitaba liberar tensiones para no llamar de nuevo a Lía y mantenerla ocupada al teléfono lo que restaba de tarde.

Tomó unos pantalones cortos y una camiseta de tiras, calzó sus deportivas favoritas y salió a correr. El ejercicio lo calmaría. Siempre lo había hecho. Y si eso fracasaba en esta ocasión, al menos le serviría para aparcar la tentación de llamarla otra vez.

Lía nunca le había contado la verdad sobre aquella relación, sólo que había sido un auténtico desastre y que deseaba golpearlo. Se aferró a eso y continuó corriendo hasta que sus pulmones amenazaron con colapsar. Se detuvo, apoyando sus manos en las rodillas y respiró profundamente hasta que el aire volvió a circular con normalidad por su cuerpo. Sus piernas apenas lo sostenían. Estiró un par de veces sus músculos forzados y regresó al apartamento, corriendo de nuevo.

Cuando llegó, se fue directo a la ducha. Permaneció bajo el agua durante largos minutos, dejando que el chorro terminase de relajar a su dolorido cuerpo. Si fuese tan sencillo con la mente, pensó. Porque aquel tal Óscar seguía tan presente en ella como cuando había salido a correr.

Se obligó a continuar guardando cosas aunque lo único que le apetecía era tumbarse en el sofá y llamar a Lía para volver a oír su voz. Su risa. Había sido sincero cuando le había dicho que la extrañaba aún cuando se habían visto esa misma mañana. En tan sólo una semana, se había apoderado de sus pensamientos, de su alma y de su corazón. Y se sentía abrumado por la fuerza de aquellos sentimientos. Sin embargo, estaba dispuesto a aceptarlos. Sólo temía que Lía no le correspondiese porque, de ser así, acabaría totalmente destrozado. Y él no tendría a una Lía por carta que le arreglase el corazón como había hecho con el de su abuelo.

El AutobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora