52 - Extra 2

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6 meses después

Robert sostenía a Erin en brazos. Fiona y Alpin estaban a su lado, pendientes de cada gesto de la pequeña. Duncan estaba con Cailean, intentando entretenerlo con una banal conversación. Todavía no había rastro de las chicas.

-Esto es desesperante - Cailean se removió inquieto por cuarta vez consecutiva - ¿Dónde diablos están?

-Tranquilo, hombre - rió Duncan, palmeando su hombro - Es normal que se retrasen.

-Me prometió que estaría aquí puntual - lo miró desesperado - He esperado demasiado para esto, Duncan.

Su cuñado simplemente rió más alto, ganándose una mirada de reproche de los demás. Se encogió de hombros e intentó sofocar la risa. Sabía que no era el lugar ni el momento para eso, pero no había podido evitarlo. Cailean parecía a punto de infartarse y eso no era normal en él. Siempre tan sereno, tan seguro de sí mismo, tan directo. Verlo nervioso hasta el punto de no poder dejar las manos quietas era digno de presenciar. Tomó su teléfono y lo grabó mientras se recolocaba el kilt por enésima vez.

-¿Qué haces?

-Documentarlo - rió bajito para no llevarse otra bronca - Para la posteridad.

-Vete al cuerno, Duncan.

-Al cuerno - se burló de él - ¿Te contienes por estar aquí?

-Tengo una hija, Duncan. Algún día entenderá lo que digo y no quiero que escuche palabras malsonantes de mi boca - entrecerró los ojos al ver que su cuñado contenía una nueva carcajada - Algún día te tocará a ti, cuñado. Y seré yo quien se ría.

-Pienso tardar unos cuantos años en tener hijos - le dijo - Me gusta decir palabrotas de vez en cuando.

Cailean no pudo responderle porque la música anunció la llegada de las mujeres. Miró hacia la entrada de la iglesia y en cuanto sus ojos descubrieron a Lía, ya no pudo apartar la mirada de ella. Le estaba sonriendo y estaba preciosa. Llevaba el vestido más hermoso que había visto nunca, claro que para él cualquiera que ella hubiese elegido sería perfecto. La parte de arriba, en palabra de honor y con gran cantidad de encaje, se ajustaba a su pecho, realzándolo; mientras que la parte de abajo, cargada de tela jaspeada de encaje, caía en hondas a lo largo de su cuerpo, ocultando sus curvas pero resaltando su belleza. Lía era la novia más bella de toda Escocia. Y pronto sería su esposa. Le sonrió de vuelta.

Kisty y Helena venían detrás, pero apenas les prestó atención. Lía era todo cuanto quería ver. Todo cuanto ansiaba tener en esta vida. Y por fin iba a cumplir su mayor deseo. Hacerla su esposa. Quería acercarse a ella para recorrer juntos el último tramo de pasillo. Cogerla de la mano y no soltarla hasta que el párroco los declarase marido y mujer. Se contuvo porque sabía que no era correcto hacerlo y deseaba darle una boda perfecta a Lía. Ella se merecía lo mejor. Si había soportado nueve meses de compromiso, bien podría esperar unos pocos minutos más para casarse con ella.

Le ardían las manos por el deseo de tomar las suyas. Por estrecharla en sus brazos y besarla hasta haberse saciado de ella. Por culpa de su hermana y la estúpida idea de que no debería ver a la novia hasta el día de la boda, habían tenido que pasar la noche separados. La había extrañado mucho. ¿Qué es una noche?, había dicho Kirsty. Para él, una eternidad. Era adicto a Lía. No podía negarlo ya.

El AutobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora