Capítulo 35

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Llevaban prácticamente dos horas ojeando cada cosa que había en la caja y no habían llegado a ninguna conclusión clara. En aquel momento, Castle miraba unas fotografías de Kate con su madre y no pudo evitar sonreír al ver la complicidad que tenían. Salían patinando en Central Park, colocando el árbol de Navidad, comiendo en algún restaurante, haciendo turismo por alguna ciudad... Siempre con una hermosa sonrisa en la cara. Se fijó entonces en la sonrisa de Kate y sin darse cuenta, acarició la fotografía. Nunca la había visto sonreír de aquella forma, no con aquel brillo especial en la mirada. Suspiró pasando de foto con una única idea en la cabeza: Conseguir a toda costa que aquel brillo volviera a sus preciosos ojos, volver a hacerla sonreír así, hacerla feliz, para SIEMPRE.

Kate llevaba unos minutos observando a Castle, en silencio. Le veía concentrado mirando las fotos e incluso vio cómo acariciaba aquella imagen. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios y se acercó suavemente a él, mirando ella también la foto que en ese instante observaba el escritor. "Esa fue la última vez que patinamos juntas, la última Navidad los tres juntos...". Susurró ella muy pegada a él, dejando apoyar su cabeza sobre su hombro, sin quitar la vista de la foto.

"Estáis muy guapas". Le besó el pelo dulcemente y siguió mirando aquella foto. "Así que, ¿cada Navidad ibais a patinar?". Dejó las fotografías sobre la mesita y pasó su brazo por los hombros de la inspectora atrayéndola más a él.

"Uhum..." Asintió ella cerrando los ojos para sentir mejor ese abrazo. "Desde que ella no está, no he vuelto a ir". Suspiró acurrucándose en él. "Y cada Navidad, me ofrezco para trabajar y así evitar, de alguna manera, pensar en todo esto en esas fechas. Los demás compañeros tienen con quién pasar las fiestas; yo no".

"¿Y qué pasa con tu padre?". Castle había empezado a dejar suaves caricias en el antebrazo de ella.

"Todos los años desde que no está ella, se marcha a una pequeña casita que tenemos en la costa. Quiere pasar esos días solo y yo lo entiendo y lo respeto. Es nuestra forma de hacer frente al dolor. Él se va allí y yo me encierro en mi trabajo". El escritor la abrazó con más fuerza sin importarle que ella se estuviera apoyando sobre su herida y le empezase a molestar. Quería demostrarle que él estaba con ella y que jamás se alejaría de su lado.

"Supongo que cada uno tiene su peculiar manera de afrontar o superar algo doloroso". Besó el pelo de Kate. "¿Sabes qué hacía yo cada vez que sentía que mi vida era una mierda y que estaba de nuevo equivocándome de camino, de mujer o de cualquier cosa?". Aquella pregunta hizo que la inspectora levantara la mirada y la centrara en sus azules ojos. Beckett negó en silencio y le regaló una pequeña sonrisa animándolo a continuar. "Me encerraba en mi cuarto o en mi despacho, con el ordenador y tecleaba sin parar hasta unas cuantas horas después, cuando mi madre o Alexis venían a recordarme que tenía que comer y beber algo. Aquella fue mi estúpida forma de hacerles ver a mis ex-mujeres que aquello no funcionaba". Suspiró él bajando la mirada al suelo. "A Meredith le costó un par de años entenderme. No la culpo. Soy yo el que debería haber hablado con ella. Si no lo hice, fue por Alexis. No quería tener que separarme de su madre y que ella sufriera por ello. Después comprendí que estando solos nos iría mucho mejor que con ella". Miró a Beckett que no le había dejado de mirar en ningún momento. "A Gina le avisó mi madre de que cada vez que me refugiaba en la escritura era porque algo no iba bien". Le dedicó una pequeña sonrisa girando levemente la cabeza en una mueca graciosa.

"¿Qué escribías?" Kate le acaricio la mejilla suavemente y le dio un tierno beso en los labios para volver a fijar su mirada en la del escritor.

"Libros no, desde luego. Por eso Gina se fue tan enfadada. No entendía cómo podía pasarme tantas horas escribiendo y nunca tenía los libros listos". Se tomó unos segundos para él dirigiendo su mirada a la pequeña biblioteca que tenía en casa. Continuó hablando con la vista fija en un libro rojo que no tenía letras por fuera. "Escribía mi día a día, mis penas, mis preocupaciones, mis dudas... En definitiva, un pequeño diario". Bajó la cabeza tras aquella confesión y su cabeza voló a años atrás cuando, a pesar de tener a todas las mujer que quería, ninguna le había completado. Ninguna hasta que conoció a la inspectora Beckett.

"¿Un diario?". Kate le miraba alzando una ceja, divertida. "Richard Castle escribiendo un diario..." Susurró y soltó una pequeña carcajada. Después vio que él no levantaba la mirada y se mordió el labio agarrándole la cara con las dos manos. Hizo que la mirara y después deposito un cálido beso en sus labios. "No te avergüences de eso Rick. Yo también tenía mi diario. Sobre todo después de lo de mi madre. Bueno, de hecho, sigo teniéndolo, aunque hace tiempo que no lo continuo". Le sonrió con ternura y Castle le devolvió la sonrisa. "Es tarde, creo que deberíamos dejar esto..." Susurró mirando todas las cosas esparcidas por la mesa. "Lo hemos mirado y seguimos como antes". Suspiró.

Castle la imitó y dirigió también su mirada hacia todo lo que tenían encima de la mesa. De repente, se fijó en que no había mirado una pequeña libreta que estaba bajo unas cuantas fotografías. "Espera, esto de aquí creo que no lo he mirado". Alargó el brazo hasta coger la libreta y miró a Kate.

Beckett se acercó a ver de qué se trataba y después le miró a él. "Es una especie de agenda o libreta. En ella tomaba notas, pero sólo ella las entendía. Se inventó un código en la universidad y ni mi padre ni yo lo conocemos". Le abrió una de las hojas en la que se veía los símbolos que Johanna había escrito.

"¡Vaya! Inventarse su propio idioma... Ya sé de dónde has sacado la inteligencia". Le sonrió con ternura mientras ella no dejaba de mirar la libreta.

"Sólo que no soy lo suficientemente inteligente como para entender lo que pone ahí y poder atraparlos". Susurró con un pequeño atisbo de tristeza y después cogió una de las fotos que Castle aún no había visto. Eran los tres en Central Park, ella tendría unos quince años. Acarició el rostro de su madre con su pulgar.

Castle decidió dejarle ese rato para ella, darle un pequeño espacio. Mientras, siguió ojeando la agenda hasta llegar al día de su muerte. Allí encontró una anotación que le hizo fruncir el ceño.

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