Capítulo 38

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Era temprano cuando comenzó a despertarse. Se tapó la cara con las sábanas tratando así de evitar que los primeros rayos de sol le dieran directamente en los ojos. Respiró hondo y al aspirar el olor del escritor, recordó dónde se encontraba. Sonrió instintivamente y fue abriendo lentamente los ojos. Se colocó boca-arriba en la cama y se estiró pensando encontrar su cuerpo. Pero no fue así. Abrió los ojos del todo y comprobó que él no estaba junto a ella. Miró la habitación con un gesto de extrañeza. ¿Tal vez él se había arrepentido de lo que había pasado aquella noche y por eso no despertaba junto a ella en la cama?. Pensar en eso hizo que se le encogiera el corazón. No, no podía ser. Sabía que Castle estaba enamorado de ella y anoche habían disfrutado, mucho, ambos. Negó enérgicamente con la cabeza tratando de borrar esos pensamientos y cuando giró la cabeza hacia la mesita de noche para mirar la hora en su móvil, encontró una nota con su nombre y sobre ella, una preciosa rosa. Sonrió como una tonta ante ese detalle. Cogió la rosa y la olió durante unos segundos, cerrando los ojos. Adoraba el olor de las flores frescas, en especial el de las rosas. ¿Cómo lo habría sabido él? Seguro que alguna vez ella lo había mencionado en alguna conversación intranscendental pero él se había quedado con ese dato. Abrió los ojos sin dejar de sonreír y entonces cogió la nota. Ese hombre sí que sabía sorprenderla. Suspiró profundamente, de amor. Sí, amor. Estaba ciegamente enamorada de él y por fin no le importaba reconocerlo. La desplegó y vio que era una pequeña carta, dirigida a ella. Comenzó a leerla y pronto las lágrimas se asomaron a sus ojos. Kate no se molestó en secárselas, simplemente continuó leyendo.

Buenos días dormilona. ¿Sabes? Cuando estoy contigo me siento el hombre más afortunado del mundo. Desde el primer momento en el que te conocí, supe que serías demasiado importante para mí, que te iba a necesitar junto a mí, cada día, a cada momento, en cada situación.
Cuando te miro veo a la mujer más maravillosa, fuerte e increíble del mundo. Y después, CUANDO TE VEO mirarme, sonreírme e incluso regañarme, me doy cuenta de que también eres la mujer más bonita que jamás han visto mis ojos.
Gracias, mil gracias por haberme dejado un pequeño hueco en tu muro. Prometo intentar con todas mis fuerzas entrar en él del todo y abrazarte bien fuerte, para SIEMPRE. Nunca, nada volverá a separarnos.
Déjame seguir investigando ese misterio que me encanta y me vuelve loco a partes iguales: Tú.

Te quiere, Richard Castle.
PD: Ni se te ocurra moverte de la cama. Enseguida llego con el desayuno.

Mientras Beckett se despertaba y leía la carta, Castle se había curado la herida como cada mañana. Después, se había vestido con unos pantalones vaqueros y un polo azul de manga corta para ir a por unos bollos. Volvió y preparó algo de fruta picada, zumo de naranja y dos cafés. También preparó un pequeño desayuno para el policía que vigilaba a Kate, que por la mañana era otro que el que se había quedado por la noche.
Después, colocó el desayuno de ambos sobre una bandeja y lo llevó a la habitación. Antes de entrar, respiró hondo un par de veces. Estaba nervioso. No sabía si Kate se habría despertado ya, y de haberlo hecho, no estaba seguro de si le habría gustado aquella carta. Es cierto que se querían, se lo habían dicho, pero a lo mejor había sido demasiado precipitado escribirle de esa manera sus sentimientos. Soltó el aire lentamente y se decidió a entrar. Empujó la puerta con suavidad por si seguía dormida y al entrar completamente en la habitación, la vio sentada en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero de la cama. Tenía la carta entre sus manos y no dejaba de mirarla, de releerla, mientras algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Al verla así pensó que se había equivocado, que no tenía que haber escrito esa carta, al menos no diciéndole todo eso tan pronto. Suspiró lentamente. Ella no se había dado cuenta de su presencia. Dejó la bandeja en la mesita de noche y se sentó en el borde de la cama, al otro lado del que ella se encontraba.

"Kate..." Susurró sin dejar de mirarla. Su voz y su mirada reflejaban el miedo de haber metido la pata.

Beckett, al oírle salió de su ensimismamiento y sonrió. Dobló la carta de nuevo por la mitad y levantó la vista para encontrarse con esos ojos azules que le miraban con una expresión que ella en aquel momento no supo descifrar. Se secó sus propias lágrimas y se enroscó las sábanas a su cuerpo desnudo. Ya se habían visto desnudos, pero en aquel momento no pudo evitar sentir cierto pudor al sentirse completamente desnuda delante de él. Se acercó a Castle y le sonrió como nunca antes lo había hecho. Su mirada brillaba y su sonrisa era la más grande que Richard le había conocido. Al ver que él la seguía mirando con cierto miedo, sin darle tiempo a decir nada, se incorporó ligeramente pasando los brazos por el cuello de él y lo besó con todo el amor del mundo. Al hacer aquel movimiento, la sábana se resbaló suavemente por el cuerpo de Kate, pero no le importó. Volvió a besarle de la misma manera y después separó sus labios con delicadeza para mirarle a los ojos. Llevó una mano hasta la mejilla del escritor y se la acarició sin dejar de mirarle a los ojos. "Gracias Rick...". Susurró la inspectora. "Gracias por haber tenido tanta paciencia conmigo. Por haber estado junto a mi todos estos años. Gracias por hacerme sentir especial, querida y con más ganas de vivir que nunca...". Al pronunciar aquellas palabras, varias lágrimas volvían a escaparse de sus ojos. Pero continuó hablando. "Eres el hombre más maravilloso que he conocido. Un poquito infantil, pero con un corazón enorme. ¡Te quiero! Y... si me ayudas, dejaré hasta que derribes mi muro, para SIEMPRE". Hizo énfasis en aquella última palabra y le volvió a besar.

Castle no podía dejar de mirarla. Una sonrisa se había instalado en sus labios mientras ella le decía todo aquello. Y sus ojos, al igual que los de Kate, estaban empapados de lágrimas. Pero les daba igual. Era una forma de demostrarse que se querían. Richard no podía ni hablar de la emoción que sentía. Después del miedo que había pasado pensando que se había equivocado con la carta, esas palabras de ella, de Kate, de su inspectora, su amada, le habían dejado noqueado. Sólo pudo abrazarla con fuerza, colocando una mano en su cabeza y otra en su espalda para mantenerla más pegada a él.

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