La Roca era una isla interior que se erigía en el inmenso lago Kentros, cuya alargada extensión separaba dos reinos dibujando dos medias lunas enfrentadas, como enfrentadas llevaban ambas naciones desde tiempos inmemoriales.
Durante décadas, la isla había sido ocupada por Luminaria, en el Este. Utilizada como asentamiento militar y puesto de vigilancia, representando un insulto constante para Hesperia, en el Oeste. Ahora las naves de guerra se habían retirado para que las negociaciones tuvieran lugar en la fortaleza que había construido el tío abuelo de la reina Setenme.
El abandono de aquella isla para que se convirtiera en territorio neutral fue el primer punto a tratar en las negociaciones del armisticio, que se prolongaron incontables jornadas. El último, al fin, fue acordado rápidamente por los dos monarcas, que veían la necesidad de que la paz entre sus reinos se prolongara en el tiempo a través de lazos fuertes y duraderos.
Aquello fue exactamente lo que le dijo Setenme a su hermano, Nevin, cuando el ansiado manuscrito estuvo sellado.
-No puede ser serio lo que dices -respondió él.
-Por supuesto que es en serio, ¿qué tiene de graciosa una boda?
-No tiene nada. Y menos si es la mía.
-Eres mi hermano y, ahora mismo, el primero en la línea de sucesión al trono de Luminaria. Posees tierras y el rango militar supremo. No existe mejor partido en este reino. Por supuesto que Alain no iba a aceptar menos para su hija.
Nevin cerró los ojos, sabiendo que era inútil discutir. En realidad no había allí ningún debate, pues Setenme sólo le estaba informando de hechos, no pidiendo aprobación. Ella era la reina y por lo tanto sus deseos eran ley.
En cuanto a él, sólo era su hermano menor -aunque fuera solamente por minutos- y ni siquiera tenía título de príncipe. Igual que Setenme nunca había sido princesa; ni siquiera durante el breve instante entre que su tío murió sin descendencia y fue reclamada para ceñirse la corona. Naturalmente, todo había cambiado entonces.
Como primogénita, Setenme había estado destinada a heredar las propiedades de la familia mientras que él fue preparado desde su infancia para convertirse en caballero. Igual que lo había sido su padre, cuyos ideales había heredado, siendo su único y verdadero deseo, desde que fue capaz de blandir la espada, el defender su reino y honrar el apellido que compartía con la casa real. Hasta la última gota de su sangre.
Tomar esposa y formar una familia, pues, no eran un objetivo de vida. Se había entregado por completo a su deber con las armas alcanzando su primer gran logro a los dieciséis años, cuando mucho antes de lo habitual había prestado juramento al rey. Siete años después, aquel rey moría repentinamente y llegaba el entronizamiento de su hermana.
Para entonces sus padres ya no estaban y el señorío de Landalbar requería un nuevo depositario pues, como reina, Setenme era dueña de todo y ostentadora sólo de la corona. Poco más de un año tras el nuevo nombramiento de Nevin, era además llamado a la capital para tomar el mando de todos los ejércitos, siendo ascendido a comandante máximo del reino por encima de caballeros mucho más experimentados que él.
Aquella inesperada decisión de su hermana hizo que Nevin se sintiera molesto y utilizado. No se creía digno ni capacitado para el cargo y estaba convencido de que Setenme tan sólo pretendía mantenerlo cerca de ella, como su escudo protector. Sin embargo acató los deseos de la reina en silencio, como se esperaba de todo el mundo, y desde aquel momento se dedicó a rendir hasta el límite de sus fuerzas en medio de multitud de suspicacias.
Cuatro años de reiteradas muestras de juicio y coraje le había valido la confianza de sus hombres, no obstante aquellas circunstancias habían mantenido su vida tal y como la había conocido siempre: al servicio absoluto de las armas. La necesidad de casarse, pues, había permanecido en el olvido, pese a que uno de sus deberes como actual señor de Landalbar consistía en proporcionar un heredero a la tierra de sus antepasados.
Nunca instigado por el interés en alguna de las damas que había conocido, fue postergando la decisión hasta que, súbitamente, se encontraba con que ésta ya no se hallaba en sus manos.
-Soy demasiado mayor para ella. Y no recuerdo a una novia tan joven desde los tiempos de nuestros padres -insistió una vez más, sólo por desesperación.
Setenme sonrió irónica.
-Seguro que tampoco recuerdas una posibilidad de alianza de tal magnitud. Además, no es para tanto -dijo recostándose en su silla-. Yo tenía catorce años cuando me casé, y eso son sólo dos más de los que tiene ella. Nuestro padre entonces consideró que estaba lista para el matrimonio y ahora Alain ha hecho lo mismo. -Nevin desvió la vista-. No te quejes tanto. Aldara es una joven preciosa que te dará muchos hijos. Y además, sigue al príncipe Aram en el orden de sucesión. Es un intercambio justo.
-Ya veo.
Setenme suspiró.
-Entiendo que no es lo ideal para ti, pero piensa que es lo mejor para el reino -declaró en tono de disculpa, casi súplica, que solo se permitía utilizar con él.
«Siempre lo he hecho», había tenido la necesidad de responder Nevin, pero no hacía falta. Su hermana conocía bien el grado de lealtad que le profesaba a ella y a su pueblo, y también sabía que nunca se opondría a ninguna decisión suya.
Así pues, tragándose todas sus objeciones, preguntó cuándo tendría lugar la boda.
-La fecha queda en decisión de Hesperia. Toda la familia real acudirá a nuestro reino para la celebración. Será la primera vez en un siglo. -Sonrió-. Siéntete honrado, hermano, pues tu nombre se escribirá en las crónicas de Luminaria.
Nevin hizo una reverencia en silencio y se retiró, pensando que gustosamente le cedería ese honor a otro.
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El fuego y la mariposa
FantasyLa guerra ha terminado y como muestra de buena voluntad, el rey de Hesperia ha concedido la mano de su hija al hermano de la reina de Luminaria. Nevin, un aguerrido caballero curtido en mil batallas, no está emocionado por tener que desposar a la jo...