El calor envolvía la ciudad abrasador, a pesar de que oficialmente aún no había llegado el verano, y Aldara había regresado a sus costumbres de mantenerse fuera del palacio más tiempo que dentro. No por gusto, en realidad, sino alentada por su hermano, que pretendía alejar de su entorno cualquier idea de que el encarcelamiento de un marido impuesto había supuesto para ella alguna alteración en su vida.
Distante quedaba ya el penoso incidente del interrogatorio y, si bien aquello había enardecido suspicacias previas, el olvido al que se había sometido al prisionero contagió pronto las mentes de los cortesanos. El propio rey creía superado lo que él llamaba un encaprichamiento de muchachita, y Aldara se había cuidado mucho de que cambiara de opinión, cuando la realidad era bien distinta.
Ayudada siempre por Brianda y la ambición de los guardias de medianoche, esperaba con ansia los momentos de subir clandestinamente a la torre; cada vez que lo hacía, y veía su rostro iluminarse al verla, sentía que todas sus horas de angustia valían la pena.
No le costó convencerse de que sus sentimientos hacia él iban más allá de su juramento de lealtad. Desgraciadamente desde entonces la atormentaba la duda.
A veces, cuando la miraba con sus profundos ojos azules, cuando la tomaba de las manos con fuerza o la besaba con tanta pasión que le robaba el aliento, se hacía la ilusión de que él también la amaba; otras, las más angustiosas, estaba convencida de que las reacciones de Nevin eran las propias de un hombre abatido, desesperado y abandonado por todos, que buscaba consuelo donde lo tuviera al alcance.
La incertidumbre era tan dolorosa como lo era verlo allí cada vez, en aquel agujero inmundo, y nunca sacaba fuerzas para aclarar sus dudas y provocar, tal vez, una situación que le asestaría el golpe final. Por eso guardaba sus sentimientos y se aferraba a aquellos minutos preciosos que podían pasar juntos, tratando de olvidar todo lo demás.
Dos días antes del cambio de estación, el rey la llamó a su presencia. No tenía motivos para pensar en una reprimenda, pero desde que había empezado su pequeña rebelión vivía con el temor a ser descubierta. Había aprendido sin embargo a disimular bien, y se dirigió con toda la seguridad que fue capaz de fingir al encuentro de su hermano en su gabinete.
-Siéntate, quiero hablar contigo seriamente.
El corazón de Aldara se aceleró y notó sus miembros rígidos cuando le obedeció. Podía imaginar toda clase de asuntos serios y según iban pasando por su cabeza, uno tras otro, así crecían en gravedad. Sin embargo, ni en diez días de pensamientos terribles habría imaginado lo que le dijo Aram a continuación.
-Tengo intención de casarte con el heredero de la casa Heim, de Arkland.
Silencio.
-¿Cómo has dicho? -logró decir Aldara.
Aram se levantó de su sillón y empezó a pasear con las manos detrás de la espalda.
-No puedo seguir esperando que nuestra suerte cambie y Setenme simplemente decida morirse. Su hermano es un as que guardaré bajo la manga, desde luego, pero no me sirve de nada que esté casado contigo y en cambio una alianza fuera del continente supondría una suculenta ventaja. -Le dio la espalda para mirar por la ventana-. La casa Heim está vinculada directamente a la emperatriz de Arkland; el Continente de las Tormentas siempre se ha mantenido más o menos neutral en nuestra guerra con Luminaria, pero forjar lazos puede ser el camino a una victoria definitiva.
-Aram, yo ya estoy casada.
Él se volvió hacia ella.
-Por ahora, pero no lo estarás en cuanto anulemos esa pantomima de matrimonio que ya ha durado lo suficiente.
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El fuego y la mariposa
FantasyLa guerra ha terminado y como muestra de buena voluntad, el rey de Hesperia ha concedido la mano de su hija al hermano de la reina de Luminaria. Nevin, un aguerrido caballero curtido en mil batallas, no está emocionado por tener que desposar a la jo...