VI

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Un mes después de la partida de Nevin de Valle Ámbar, Ixeya anunció su embarazo. Aram, que no cabía en sí de gozo, levantó el luto oficial y mandó organizar una gran fiesta en honor a su próxima paternidad, ante la consternación de Aldara y muchos cargos de la corte, que vieron la medida apresurada e irrespetuosa con la memoria del antiguo rey y que se vieron obligados a guardar silencio, no por primera vez.

Las diferencias entre el gobierno actual y el anterior se iban haciendo notar poco a poco, pues mientras Aldara siempre había visto que su padre era cercano al pueblo, una de las primeras medidas de su hermano fue delegar los arbitrajes en su secretario y restringir las audiencias a las casas nobles y sus protegidos. Además, consideró que la austeridad previa ya no estaba justificada, dado que vivían en paz, y por lo tanto dispuso para el palacio mejoras de todo tipo. Por la corte empezaron a desfilar arquitectos y artesanos al poco de su entronización, y también aumentó el número de sirvientes considerablemente. Aldara andaba perpleja, y poco a poco empezaba a sentirse cada vez más incómoda, notando que aquel ya poco tenía que ver con el hogar que tanto había añorado.

-Esto me parece excesivo -comentó mientras Narcedalia la ayudaba a vestirse un exquisito traje para la celebración de su hermano.

-El rey te ha regalado este vestido especialmente para esta ocasión, debes estar agradecida.

Aldara no estaba segura, pues aún se sentía incómoda por la fiesta; sin embargo no era nadie para cuestionar a Aram y sería una falta de respeto aducir cualquier indisposición para justificar su ausencia, aunque lo hubiera considerado. Brianda llegó con sus joyas recién lustradas y comentó que el gran salón ya se había abierto.

-Vamos retrasadas, niña -dijo Narcedalia-. Sería lo último si el rey tiene que esperarte.

Sin embargo Narcedalia no tenía de qué preocuparse, pues cuando Aldara ya hacía rato que estaba preparada aún no habían venido a avisarla para unirse a la comitiva real.

-Tal vez debería acercarme a ver si sucede algo.

-Puede que la reina se haya sentido indispuesta -dijo Narcedalia-. Ya iré yo a ver.

Aldara y Brianda se miraron mientras Narcedalia salía. Luego Aldara suspiró y se acercó a la ventana para contemplar la noche.

-Pasa algo malo -susurró movida por un presentimiento.

Unos golpes en la puerta la hicieron volverse. Brianda fue a abrir y se encontró con su tío, el príncipe Rodbaud. Se saludaron con sendas reverencias y el hermano menor de su padre se acercó para tomarle de las manos.

-Aldara, estás hermosísima. ¿Por qué tu hermano se resiste a comparecer ante sus invitados y te obliga a ti a esconderte aquí dentro?

Ella sonrió.

-Ya no tendremos que esperar mucho, tío. Pero decidme ¿no disfrutáis de la fiesta?

Él suspiró.

-Ah, querida. A un viejo viudo como yo lo que le gusta es la tranquilidad. Eso y la buena compañía de su familia.

-¿Y mis primos? ¿Cómo están? No he visto a ninguno desde mi boda.

-Bien, hija, muy bien. Deina ya está comprometida y Rod continúa en el Norte, ganándose el respeto de los dos reinos. Pero qué podría decirte yo a ti sobre honores militares, siendo quien es tu esposo...

Aldara sonrió incómoda, pues no sabía descifrar por su tono si su tío estaba insultando a Nevin o elogiándolo. En realidad, tampoco tuvo tiempo de responder, pues Narcedalia llegó para anunciar que el rey deseaba que Aldara marchase al gran salón sin esperarlo.

-Además me había encomendado buscarlo, señor -dijo al príncipe.

Este asintió y se despidió para atender la llamada, y Narcedalia acompañó a Aldara a la fiesta.

-¿Qué es lo que sucede?

-No lo sé, niña. Sólo he podido ver al secretario de su alteza, que ha sido muy parco en explicaciones.

El mal presentimiento iba aumentando y Aldara se detuvo a mitad del corredor, con la mano en el estómago.

-¿Te sientes mal, pequeña?

Aldara negó con la cabeza.

-No es nada.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora