Cuando Aldara abrió los ojos le costó enfocar, y al principio sólo fue capaz de distinguir un resplandor verdoso que venía de alguna parte, en medio de una oscuridad aplastante. Después se dio cuenta de que se hallaba tendida sobre algo blando, y lo siguiente que notó fue que estaba bañada en sudor y la envolvía un calor sofocante.
—Despacio, muchacha —escuchó una grave voz de mujer a su lado, mientras unas manos la retenían cuando intentó incorporarse—. Llevas así mucho tiempo.
Aldara volvió a dejarse caer, su equilibrio todavía sin asentar. La cabeza le dolía terriblemente.
—¿Dónde estoy? —preguntó en un hilo de voz.
—En mi casa, claro. Tu marido te trajo cargada en brazos, el mensaje que tenía que enviar por lo visto era de una urgencia vital.
—¿Mensaje?
Confusa, giró la cabeza y alcanzó a ver a dos hombres que le daban la espalda y parecían muy concentrados en lo que fuera que estaban mirando; del mismo sitio provenía el resplandor verde, y la confusión de Aldara no era tan grande como para no comprender que estaban en casa de un exégeta.
—Eh, joven —exclamó la mujer—. Tu mujer está despierta, al fin.
Aldara se incorporó al mismo tiempo que los hombres se volvían, y al instante un escalofrío la recorrió de arriba abajo. La niebla de su mente se disipó del todo y los recuerdos aparecieron nítidos como la imagen ante ella.
Un terror helado la envolvió.
—Él no es mi...
—Menos mal —la interrumpió el soldado poniéndose en pie—; ya pensé que habías vuelto a caer enferma.
Rauben. Aquel era su nombre, tal y como se lo había oído pronunciar al comandante Andros, y tenía el rango de capitán. Al otro, al que había visto arremeter contra Nevin en aquel barranco, no llegó verle la cara, pero sólo tenía que buscar en sus recuerdos para volver a verlo al lado de Andros mientras agonizaba.
La impresión la había dejado inmóvil, y aunque no hubiera sido así él consiguió que sus ojos la hicieran callar, atravesándola como cuchillos. Le mantuvo la mirada, primero con turbación y luego dominada por la furia; la misma que empezó a derretir su miedo en tanto él seguía allí parado tranquilamente, mientras su marido tal vez yaciera en el fondo de un precipicio.
—Ya hemos terminado, ahora pagaré a estas buenas personas y podremos irnos a casa —continuó él.
Aldara siguió callada, ahogando la rabia en su garganta mientras lo veía entregar a la pareja una bolsa de oro, y después aceptó la mano que le ofrecía para levantarse y salir de la cabaña. Sin embargo, una vez a solas, se soltó de él con fiereza.
—No os preocupéis, no os volveré a tocar —aseguró Rauben, sin ocultar su irritación—. Siempre que no me causéis problemas.
—Sois un ser vil y traicionero, capitán. Mi hermano hizo un trato con mi esposo...
—Yo no sé nada de eso —la interrumpió él—. Cumplo las últimas órdenes de mi comandante, que antes de morir dijo que debíais volver a nuestro reino. El rey está de acuerdo en los motivos y me ha encargado velar por vuestra seguridad.
Aldara se llevó la mano a la cabeza. Toda la parte posterior aún le dolía como si algo la estuviera apretando con todas sus fuerzas, y con la yema de los dedos podía notar la sangre coagulada entre el cabello.
—¿Y qué opinará mi hermano de esto?
Rauben guardó silencio.
—Os pido perdón por haberme excedido. Reconozco que perdí los nervios cuando vi a mi compañero caer... —Tomó aire—. Aceptaré las consecuencias de mis actos, pero sin duda el rey estará satisfecho cuando vea cumplida la misión. No espero que lo entendáis, pero yo sigo sirviendo a un solo señor.
Aldara ignoró el insulto y guardó silencio. No quería preguntarle más, no quería saber por qué se la llevaban ahora; estaba harta, aburrida y cansada de ser una marioneta en las manos de todos. El dolor de su cabeza no era nada, nada, comparado con los pensamientos que la inundaban, las emociones que bullían por sus venas. Sintió ganas de llorar de impotencia pensando en Nevin, pero el orgullo logró que se sobrepusiera.
No iba a dejar que una sola lágrima cayera delante de él, maldito fuera. Llegaron hasta un caballo atado a un árbol y se hizo evidente que iban a compartirlo. Rauben la hizo subir y montó detrás, como si así previniera un intento de fuga; como si ella realmente pudiera ir a alguna parte.
—No esperéis que mi marido haya muerto —dijo entre dientes—; y subirá al trono.
No había dicho aquello en voz alta sólo por desesperación. En realidad, en su mente no cabía otra realidad, y no era posible que la Sagrada Dualidad hubiera escrito algo diferente. Se llevó una mano al brazalete que colgaba de su muñeca y lo apretó con fuerza.
—Pues si tenéis razón —respondió Rauben— veremos en cuánto valora el nuevo rey de Luminaria a su sucesor.

ESTÁS LEYENDO
El fuego y la mariposa
FantasiaLa guerra ha terminado y como muestra de buena voluntad, el rey de Hesperia ha concedido la mano de su hija al hermano de la reina de Luminaria. Nevin, un aguerrido caballero curtido en mil batallas, no está emocionado por tener que desposar a la jo...