VIII

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Según avanzaban el calor se iba haciendo más insoportable, y no contribuía el hecho de ir cada vez más rápido. Conscientes de que ahora viajaban por tierra hostil, los soldados hesperanos habían tomado la determinación de regresar a Serraria lo antes posible, y dada la falta de conocimiento sobre su ubicación tan sólo podían lograrlo viajando permanentemente hacia el Sur, quién sabe si tomando los caminos más largos. Todo aquello estaba ocasionando un gran retraso, y Nevin no podía dejar de notar que el príncipe Tubal estaba cada vez más nervioso.

Algo en el aire, sin embargo, hacía que sus temores se concentraran en otra dirección, pues la jornada había empezado y continuaba, a su juicio, demasiado silenciosa. El comandante Andros parecía ser de su misma opinión y había decidido que no acamparían durante la noche, pero cuando el sol empezaba a ponerse los temores de ambos se vieron confirmados.

El ataque les sobrevino rápida y eficazmente, a buen seguro llevaban tiempo siguiéndoles. La comitiva fue asaltada en el sendero de montaña que todos habrían preferido evitar pero resultaba ser el único camino despejado tras el vendaval. Cortado el paso de avance y retirada, los caballos encabritados sirvieron de involuntario apoyo al enemigo. A partir de ese momento, el pandemonio.

Nevin escuchó gritar a su esposa y aquella mínima distracción estuvo a punto de costarle cara, pues uno de los asaltantes se había lanzado directamente a por él, espada en ristre. Sus bien entrenados reflejos y la daga que Aldara le había proporcionado fueron lo único que le salvó de una muerte segura.

—¡El carruaje! ¡Proteged el carruaje! —gritó mientras forcejeaba con su atacante, ignorando que allí sólo uno de los soldados se encontraba a sus ordenes; sin embargo, estas fueron cumplidas inmediatamente por dos hesperanos que acudieron en apoyo de Wardjan, que armado con arco y flechas se desesperaba por repeler al enemigo.

La furia de la batalla era extrema, para tratarse de enemigos con un adiestramiento en armas claramente limitado. Tenían la ventaja de su número, muy superior al de ellos, la creciente oscuridad y un dominio soberbio del terreno, pues aparecían incluso desde la escarpada pared de la montaña. Solamente la pericia que todos los soldados estaban demostrando equilibraba en cierto modo la lucha.

—¡Estáis atacando a vuestro comandante! —se escuchó repentinamente gritar a Tubal— ¡Desistid, en nombre de la reina Setenme!

—¡La zorra está muerta! ¡Berylia ya sólo se sirve a sí misma!

Aquellas palabras desestabilizaron a Nevin, que por un momento detuvo el acero conquistado que esgrimía y perdonó involuntariamente la vida a su rival que, desarmado, aprovechó para escapar. Sin embargo hubo de forzar a sus sentidos a volver, pues otro enemigo vio en su guardia baja la oportunidad de atacarle. Nuevamente, su instinto jugó a su favor y aquella espada que no era la suya cumplió su función.

Las fuerzas empezaban a agotarse cuando la luna se alzaba brillante en el cielo, entre grandes nubes oscuras. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, arrastrando la sangre propia y ajena que salpicaba sus cuerpos, ya estuvieran caídos o luchando aún, y Nevin sólo veía que sus enemigos no menguaban en número lo suficientemente rápido. Una nueva inspección al carruaje y vio que uno de los soldados hesperanos había caído. Rápidamente, se apresuró a ocupar su lugar despachando de un solo golpe al que lo había matado.

—Creo que viene otra carga, señor —gritó Wardjan, encaramado al techo del carruaje, desde donde ya sin flechas seguía protegiendo a las mujeres con su espada.

Por encima del ruido de la batalla, Nevin fue capaz de escuchar cascos de caballos al galope y su estómago dio un vuelco. Aquella situación le recordaba tanto a la emboscada del Bosque Negro que empezaba a hacerse a la idea de un resultado similar, y lo peor era que Aldara estaba allí para sufrir las consecuencias...

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora