III

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Aram no estaba en su despacho cuando Aldara acudió a su requerimiento, pero no la hizo esperar mucho. Lo recibió en pie, como correspondía, y él la ordenó sentarse nada más aparecer por la puerta. Parecía furioso, contrariamente a la última vez que lo había visto.

—Imagino que supondrás por qué te he llamado.

Tal y como había aprendido que era su hermano, en realidad sólo podía especular, pero se aventuró con la respuesta más lógica.

—Mi marido se marcha y lo correcto es que me vaya con él —dijo con serenidad.

Aram sonrió irónico.

—Sí, por supuesto: es lo correcto. Y viendo lo solícita que te has mostrado siempre con él, imagino que perdería mi tiempo pidiéndote que reflexiones.

Aldara bajó los ojos y el rey lo tomó como respuesta. Se hizo el silencio mientras se dejaba caer pesadamente en su sillón.

—No me voy a oponer, es tu decisión. Sin embargo sí te voy a preguntar si estás segura. Vas a volver al mismo nido de serpientes del que pudiste escapar hace años. Eres consciente de eso ¿verdad?

Aldara decidió no contradecir la opinión que tenía Aram de la corte del Castillo Blanco, aunque no podía dejar de ver el paralelismo entre aquella y la que estaba pisando en ese momento.

—Sí, estoy segura, Aram. Lamento que tus planes con Arkland se vean truncados.

—Te lo agradezco, pero no te preocupes: eso ya lo he resuelto. No es la mejor solución pero...

Se interrumpió carraspeando y se volvió a hacer el silencio. Sus ojos se encontraron, y de repente Aldara sentía un pequeño nudo en el estómago al mismo tiempo que dejaba de ver delante de ella al rey de Hesperia y aparecía en su lugar su hermano, aquel que la había abrazado compartiendo su dolor en la vigilia de su padre.

—Ojalá nos volvamos a ver algún día, Aldara. En mejores circunstancias.

—Rogaré a los dioses para que así sea —respondió ella con total sinceridad.

Sin más que decir, se despidieron.

Unas horas después, Brianda regresó de la lavandería aparentemente contrariada, pero Aldara contuvo sus preguntas hasta que todo su equipaje estuvo listo y las doncellas salieron de sus habitaciones. Una vez a solas, se dirigió rápidamente hacia ella.

—¿Qué sucede? ¿No has podido enviar el mensaje?

—Sí, señora, pero...

Guardó silencio como si estuviera debatiendo consigo misma sobre si continuar o no.

—Brianda —dijo Aldara con voz firme.

Ella la miró.

—En realidad no sé si debería preocuparos con algo que a lo mejor no es nada...

—Preocupada ya estoy; cuéntamelo, por favor.

Brianda suspiró.

—He vuelto a encontrarme al gato de la reina. Me ha dicho que su ama se ha pasado la mañana llorando y le ha gritado al rey como nunca, que también la ha gritado a ella. Hablaban de su hija...

Un oscuro presentimiento invadió a Aldara mientras recordaba las palabras de Aram sobre el asunto de Arkland. Cerró los ojos un momento, con la garganta oprimida. Imaginaba que, si estaba en lo cierto, su hermano querría enviar a su pequeña sobrina cuanto antes con su futura familia para asegurar el acuerdo, ya que no podría haber una boda en mucho tiempo. Aunque eso significara separarla de él y de su madre antes incluso de sus primeras palabras. Una punzada de culpabilidad surgió en sus entrañas.

—Lo lamento por ellos.

Brianda volvió a tomar aire.

—En realidad lo que más me ha llamado la atención ha venido después. La reina ha llamado estúpido a vuestro hermano, por confiarse tan rápido a los cambios de humor de la reina Setenme. Le ha dicho que no puede creer que acepte todo tan fácilmente y que sin duda debería darse cuenta de que hay algo extraño en este acuerdo.

Aldara frunció el ceño.

—¿Tú crees que es así?

Brianda la miró fijamente a los ojos.

—No lo sé, pero tenemos un largo camino por delante, señora. Y en él pueden pasar muchas cosas.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora