VIII

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Aldara había mantenido la costumbre de pasar el mayor tiempo posible al aire libre. Le ayudaba a estar relajada y no pensar de más, pero últimamente era cada vez más difícil. Su hermano se pasaba los días encerrado en su gabinete, reunido con sus consejeros y su comandante máximo. Se había preguntado si en el Castillo Blanco sería igual, pero no había obtenido permiso para enviar un mensaje a Nevin.

Cuando las noticias de la muerte de su primo habían trascendido, nobles de todas partes del reino habían empezado a acudir a palacio. Su tío, que era quien más interés tenía, no se separaba del rey. El pueblo, nada ajeno a lo que ocurría, andaba en un extraño sopor, sin que se escucharan conversaciones muy altas. Todo el ambiente era igual que antes de la tregua y, aunque había nacido respirándolo, ahora lo notaba enrarecido y asfixiante.

-Tal vez deberíamos volver ya a Aurora -dijo un día a Brianda, mientras paseaban por el mercado-. Creo que aquí le estorbo a mi hermano.

El alivio en el rostro de la doncella fue evidente.

-No os disuadiría de hacerlo hoy mismo, señora. Si os soy sincera, llevo días muy nerviosa.

-Sí, yo también... Me gustaría saber qué está sucediendo allí.

En aquel momento empezó a formarse un tumulto. Un muchacho apareció corriendo.

-¡El ejército ha tomado La Roca! -vociferaba- ¡Es el fin de la tregua!

Las dos muchachas, pálidas, se miraron entre sí.La mente de Aldara se quedó paralizada. Más tarde, la incertidumbre y laangustia volverían a poblar sus pensamientos, entre los que sin saber cómo secoló el brillante azul de los ojos de Nevin.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora