IV

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El verano llegaba a su fin cuando Nevin viajó de regreso al castillo por última vez. Habían sido cinco salidas desde su boda: una para visitar Landalbar, bajo el eficiente mando de un administrador de confianza, y el resto para supervisar que las condiciones del tratado de paz se cumplieran escrupulosamente. Aquella era una tarea tediosa, le resultaban desplazamientos molestos y agotadores, y sin embargo se encontraba agradeciendo a los dioses que fuera esa la razón por la que tenía que partir de su hogar, en lugar de hacerlo para marchar a la batalla.

Después de bañarse y adecentar su aspecto para presentarse ante su hermana la encontró saliendo de la sala del consejo. Sonrieron al verse y Nevin la saludó con su habitual reverencia seguida de un abrazo.

-Me alegro de que hayas vuelto por fin -dijo Setenme-. Anda, acompáñame al oratorio.

Caminaron juntos por los largos corredores del castillo, seguidos a una respetuosa distancia por el guardia de servicio, mientras Nevin la ponía al día de la situación en el Norte. Tierra inhóspita, fuente de conflicto histórica entre los dos reinos, además de morada de tribus salvajes y peligrosas.

-Se han producido problemas en las patrullas conjuntas -explicó-. Nuestros soldados salen con los hesperanos y en los turnos de reposo a veces hay peleas. Nada grave hasta ahora, pero los capitanes han tenido que repartir más amonestaciones que durante la guerra.

-Quiero castigos ejemplares. No voy a tolerar que Alain me acuse de nada.

Nevin asintió y siguió con su informe. El Bosque Negro, al límite con las Montañas Heladas del Gran Norte, estaba convirtiéndose en refugio de bandidos ahora que se habían levantado los campamentos permanentes. Se habían hecho varias capturas, entre ellas las de algunos desertores, aunque también hubo de admitir la huida de dos de ellos.

-¿Cómo? ¿Permitiste que escaparan?

-No exactamente. Los rastreamos hasta un templo al pie de las montañas...

-¿Cómo que «no exactamente», entonces? Los monjes dan refugio a los bandidos, si se lo piden.

-Sin embargo no lo niegan, y nos aseguraron que en ese momento no tenían a nadie bajo su protección. Sospecho que los desertores pueden haber intentado escapar por las Cuevas Místicas.

Setenme soltó una carcajada.

-En ese caso podemos dar este asunto por zanjado, pobres infelices. Sin embargo la próxima vez espero que no tengas que depender tanto de la buena fortuna, Nevin.

Él inclinó la cabeza y sin mirarla le aseguró que así sería.

-Bien, de cualquier forma el viaje ha sido bastante provechoso -concedió ella, más suave.

-Ojalá sea ya el último en mucho tiempo... ¿Y por aquí? ¿Novedades?

Setenme hizo un gesto de disgusto.

-Ese cretino del príncipe Antimo, que sigue con su cantinela. Nuestro tío me acaba de advertir que ha estado visitando a otros nobles del Sur, aunque de momento nadie le presta oídos.

Desde la tregua y el pacto de intercambio de provincias, la de Berylia había estado dando problemas. Era la región más grande del Sur y se hallaba bajo el mando de Luminaria desde hacía casi un siglo. Hesperia había propuesto su división para que ambos reinos quedaran a cargo del mismo número de provincias, también porque gran parte de su territorio se ubicaba al Oeste. Setenme no había transigido en este punto y Valle Ámbar tampoco había recabado el apoyo de las autoridades de Berylia, sin bien estas ofrecieron una osada alternativa: alzarse como una región soberana. La negativa había sido firme y Hesperia se había resignado a no lograr nada en aquel punto, pero el príncipe de Berylia se había dejado seducir por la idea de coronarse rey de su propio reino. Desde entonces no abandonaba dicha postura.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora