Después de atravesar sin incidentes la tierra de los volcanes, al despuntar el cuarto día de viaje el grupo cruzó los límites de Serraria, la provincia anexa a Aquara, su destino final. Conforme iban avanzando las precauciones aumentaban y su velocidad se veía disminuida, lo cual frustraba a Nevin por más que supiera que no se podía hacer nada al respecto. Resignado ya con las circunstancias, lo único que deseaba era llegar cuanto antes para verse en libertad de regresar al Castillo Blanco y empezar a replantear toda la estrategia de defensa.
No era sólo el estado en que quedaría su reino después de aquello, sino que un oscuro presentimiento se había instalado en la boca de su estómago y no acertaba a comprender por qué no se quitaba de la cabeza que su hermano en sacramento le estaba ocultando algo.
Ya le había notado algo extraño en el despacho de Aram, aunque había supuesto que aquella vez se debía a la situación. Él mismo se había alterado mucho, pero después de pasado el tiempo ya podía mostrarse frío. Tubal siempre se había distinguido por su carácter despreocupado y no acertaba a comprender por qué ahora mantenía aquella expresión grave, la mirada casi ausente. Lo único que se le ocurría era que algo debía haber relacionado con su hermana.
En el fortín de Geysir le había confirmado sus sospechas de que había sufrido otro parto malogrado, pero sus escuetas explicaciones hacían sospechar a Nevin que tal vez hubiera algo más. Quizá Setenme había vuelto a sufrir fiebres, como en una ocasión anterior, y la partida de Tubal había hecho que la dejara en medio de la enfermedad. Sin embargo esto por sí solo ya era extraño, pues tampoco entendía cómo había ido él a negociar su liberación en lugar de, por ejemplo, haber regresado su tío.
Demasiadas incógnitas y ni un minuto de intimidad para hablar abiertamente hacían que su frustración creciera con cada paso, pero lo que de repente le rozó la mano, raspando la piel como un aguijonazo, hizo que su nerviosismo cambiara de dirección.
Alzó la vista al cielo y palideció. Un grupo de nubes se arremolinaba frente a ellos bajo la cúpula celeste y, como un halo, un resplandor anaranjado las rodeaba. Se giró bruscamente hacia el comandante Andros, pero era evidente que él también se había dado cuenta.
—¡Rápido, cubrid los caballos! —gritó— ¡Hay que buscar refugio!
Nevin descabalgó y corrió hacia el carruaje, donde el conductor ya forcejeaba por extender un par de grandes mantas sobre los nerviosos animales. Nevin se asomó a la ventanilla de Aldara.
—Es un vendaval sanguinario —explicó Nevin—. Cerrad bien los cortinajes o la arena os acribillará.
Brianda no tuvo que escucharlo dos veces y se apresuró a cumplir la orden en su lado del carruaje, pero Aldara detuvo a Nevin antes de que se fuera poniendo una mano sobre su muñeca.
—Tú no llevas armadura, ven a resguardarte aquí.
—No puedo, debemos seguir camino. No te preocupes, me echaré la capa encima.
No le dio oportunidad de replicar y se volvió hacia su corcel, que relinchaba inquieto ante un enemigo invisible. Nevin se apresuró a sacar la gruesa manta que llevaba en el serón y desplegarla sobre el lomo y la cabeza del caballo, y mientras el temporal aumentaba se cubrió lo mejor que pudo con su capa y agarró las riendas para reemprender camino a pie. El resto de la comitiva había hecho lo mismo, pues los animales estaban demasiado asustados como para montarlos, y empezaron a vagar sin rumbo con el único objetivo de encontrar entre las inmensas montañas de roca alguna cueva donde guarecerse.
Finalmente, cuando habían caminado lo que les parecieron horas, uno de los soldados divisó una abertura lo suficientemente ancha como para servirles. Nevin la observó durante un segundo mientras se dirigían a ella, antes de volver a bajar la cabeza para protegerse el rostro del cortante viento.
—Espero que no esté habitada —comentó Nevin en voz alta, recordando que tampoco era raro encontrar por aquella zona ogros de la montaña.
—Si es así, no lo estará por mucho tiempo —aseguró Andros.
Fue toda una proeza llegar, y cuando al fin pudieron detenerse parecía que hubiese pasado toda una vida. Un explorador que se había adelantado emergió de la cueva e hizo señas de que todo estaba en orden, y Aldara y Brianda, escoltadas por dos soldados que sostenían sendas capas sobre ellas, entraron las primeras al anhelado refugio.
—Vamos, deprisa —instó Andros a los soldados para que hicieran pasar a sus caballos.
Una vez se hallaron todos a cubierto los hombres se apresuraron a colocar un parapeto en la entrada de la cueva, atando un par de mantas a unas cuantas ramas de árbol, y por fin a salvo pudieron compartir un gran suspiro de alivio.
—Vaya, qué cueva tan extraña —comentó uno de los soldados en voz alta, observando su alrededor.
No era el único al que las paredes habían llamado la atención, pues emitían un resplandor plateado que bañaba toda la estancia con una suave luz. Intrigado, Nevin fue a examinar la más cercana y recorrió con los dedos una gran veta blanca entre la piedra leonada.
—Lar, Suel —llamó Andros a dos de sus hombres.
Los aludidos se presentaron ante su superior y fueron enviados a explorar el interior de la caverna, cuya extensión se prolongaba en dos túneles que se perdían de vista. A continuación ordenó a otro montar guardia junto al parapeto de la entrada, y a los restantes que se encargaran de atender a los caballos, que seguían muy nerviosos por el miedo y el dolor de las heridas recibidas donde no habían podido ser protegidos.
—Wardjan, encárgate de los nuestros —ordenó Nevin al escolta de Tubal, y luego se dirigió a Brianda—. Y tú, ayúdale, por favor. Intenta calmarlos.
Ella asintió con una inclinación y se marchó con el soldado. Aldara se acercó entonces a Nevin y le tomó de las manos para examinarlas. Estaban cubiertas de cortes.
—Ella debería haberse quedado —dijo Tubal, mirándose las suyas con disgusto—. Alguien tiene que curarnos a nosotros...
—Poco se puede hacer —replicó Nevin molesto—. Tan sólo lavar las heridas.
Se sentaron apoyados contra la pared, mientras Aldara iba a pedir agua y vendas a los soldados. Al poco los exploradores regresaron para informar.
—Señor, hay varias galerías en el interior. Una de ellas da a un lago subterráneo —informó uno de ellos.
El comandante Andros asintió complacido.
—Es la divina providencia: además de luz ahora tenemos agua fresca.
Envió a dar de beber a los caballos y llenar las cantimploras, y con un gesto Nevin mandó hacer lo mismo a Wardjan. Tubal se puso en pie.
—Yo también iré —murmuró—. No veo el momento de quitarme toda esta mugre de encima.
Un escozor repentino indicó a Nevin que Aldara había empezado a atender sus heridas y se volvió para mirarla. Ella le dirigió una sonrisa que Nevin le devolvió, pero después no pudo evitar volver a fijarse en los túneles por donde marchaban ahora los demás.
Piedra lumínica. Un lago subterráneo.
Años antes, mientras Luminaria había sido dueña de algunas regiones del suroeste, había tenido la oportunidad de conocer a fondo su orografía y Serraria era tan seca que dar con un manantial se consideraba literalmente una bendición divina. Por otro lado, el marmaron era la única piedra luminosa que se conocía, lo que la hacía inmensamente valiosa. Existían canteras muy exclusivas e importantes y a lo largo de generaciones se habían encontrado en una región y sólo en una.
Se volvió hacia sus captores y se preguntó si se habrían dado cuenta ya de que se habían desviado del rumbo mientras luchaban por avanzar bajo la tempestad. No cabía ninguna duda de que ya no se encontraban en tierras hesperanas, pero el descubrimiento no le resultó un alivio, pues estaba claro que se encontraban en Berylia. Las preocupaciones que arrastraba, de hecho, empezaban a crecer...
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El fuego y la mariposa
FantasyLa guerra ha terminado y como muestra de buena voluntad, el rey de Hesperia ha concedido la mano de su hija al hermano de la reina de Luminaria. Nevin, un aguerrido caballero curtido en mil batallas, no está emocionado por tener que desposar a la jo...