IX

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Dejaron el carruaje a los soldados supervivientes. Tal vez el comandante Andros lograra sobrevivir, o no, pero al menos le habían dado una oportunidad. En realidad, Aldara no creía que lo consiguiera y sentía lástima por él, aunque después conocer de la muerte de Setenme y presenciar el dolor de Nevin aquella emoción era fácil de cultivar.

Mientras cabalgaban rumbo al puerto de Berylia para tomar un barco con que cruzar el lago Kentros, el príncipe Tubal les relató los detalles que había tenido que guardarse hasta ese momento.

Nada más cesar las negociaciones con Hesperia meses atrás, el duque de Terrallana había exigido que se apartara a Nevin de la línea de sucesión, argumentando que al fin y al cabo venía un heredero en camino. Setenme se había negado, pues aquello sería como dar por muerto a su hermano. Ordenó en cambio que una pequeña facción del ejército se infiltrara en Hesperia e intentara aprovechar cualquier circunstancia para su rescate, confiando en que la suerte se pusiera de su lado. Sin embargo, poco después comprendió que a ella la había abandonado.

—En las últimas horas sabía que no lo conseguiría, y que tras su muerte vuestro tío haría cuanto estuviera en su mano por invalidar el acta de sucesión. Una lucha interna por el poder en medio de una guerra es peor que ceder los mejores territorios, así que tomó la única decisión posible. Tras... perderla, tuvimos que fingir que seguía viva, para ganar tiempo. Hicimos creer a todo el mundo que después de perder al bebé se había impuesto un retiro espiritual.

—¿Quién más participó en esa locura? —inquirió Nevin.

—Sólo el consejero Belarmino y Alamanda, que estaba presente.

—¿Atendió ella a Setenme? ¿Ningún médico?

Tubal negó lentamente con la cabeza.

—No quiso que se le acercaran. Intenté disuadirla muchas veces, pero siempre repetía que nunca le habían servido de nada.

Se hizo el silencio. Aldara, cabalgando junto a Nevin, casi podía oírle apretar los dientes.

—Maldita bruja, le tenía sorbido el seso...

—Lo sé, y te juro que sólo una cosa me impidió matarla con mis propias manos: aseguró que conocía una manera de mantener el cuerpo de Setenme caliente, como si tan sólo estuviera dormida.

—¿Qué dices?

—Lo hizo, con no sé qué cristales e inciensos. Incluso creí verla respirar, y llegué a pensar que no... —Se interrumpió, pero todos supieron lo que habría dicho. Carraspeó antes de continuar—. Dijo que la mantendría así hasta mi regreso, para ayudarme a cumplir la última voluntad de la reina, y acepté únicamente por la palabra que le había dado a Setenme... Nunca debí confiar en ella.

Ahora, tal y como Spaiha se había encargado de recordarles, el tiempo se les echaba encima y debían estar de regreso en Aurora antes de que terminara la vigilia de los tres días tras la muerte «oficial» de la reina, para que Nevin fuera consagrado en el templo como su sucesor. Si no era reconocido como rey por el Culto cualquiera que compartiese lazos de sangre con Setenme —lo cual, en menor o menor grado, implicaba a casi todas las casas nobles del reino— se alzaría en reivindicación del trono y, junto con las demás circunstancias reinantes, aquello supondría el fin de Luminaria.

—Al menos ya no se van a quedar con nuestros territorios del sur —dijo Esdras—. Los rebeldes nos hicieron un favor desbaratando la toma de posesión de Aram.

—No es tan sencillo —respondió Nevin—. Da igual que yo no haya llegado a Aquara: su parte del trato la cumplieron y hay multitud de testigos, así que la carta que mi hermana firmó es perfectamente válida. Aram no tiene más que enviar otro emisario en lugar del comandante Andros.

Volvió el silencio. Aldara recordó entonces la vez que su hermano le había explicado la razón de mantener con vida a Nevin a pesar de la negativa de Setenme a ceder a sus condiciones, y se preguntó si sabría ya que había dejado marchar con una sonrisa en los labios al legítimo rey de Luminaria. Probablemente Ixeya le diría que debió hacerle caso y esperar. Era una suerte que, de los dos, fuera ella la inteligente...

Tras viajar durante la madrugada luchando contra el cansancio, unos kilómetros antes de llegar a su destino decidieron dividirse, concluyendo que sería más seguro que un grupo se adelantara. No habían tenido encuentros desagradables por el camino, pero la disposición de una ciudad hacía más difícil obrar con la debida precaución.

Así, Spaiha y sus hombres marcharon a conseguir un barco que partiera hacia Aurora aquel mismo día, y el resto quedó aguardando semioculto en la frondosa montaña, en silencio, cada cual sumido en sus propios pensamientos.

Nevin se había retirado de los demás y hacía rato que permanecía al borde de un cañón, con la mirada fija en el horizonte. Aldara lo había estado observando desde la distancia, temerosa de irrumpir en la intimidad de su duelo, hasta que se decidió a acercarse, lentamente, pensando qué palabras podría decir que lo aliviaran, aunque fuera un poco. No se le ocurrió ninguna, y en el momento que llegó hasta él sólo pudo sonreírle cuando se volvió para mirarla.

No le devolvió el gesto, pero sí correspondió a su abrazo.

—Estás pensando en ella ¿verdad?

—Sí.

En realidad no había había tenido dudas, sólo había sido una manera de entrar en su mundo; sin embargo algo en su tono le llamó la atención.

—¿Estás enfadado?

Nevin guardó silencio un momento.

—No debería... no tengo derecho, pero ¿cómo aceptarlo sin más? Ella no era perfecta, yo mejor que nadie lo sé, pero ¿este final? ¿Irse así?

—No es algo que ella eligiera —dijo Aldara suavemente.

—Setenme vivía para decidir.

Volvió a hacerse el silencio. En el horizonte, la luna brillaba entre nubes, en todo su esplendor, y los dos la miraban como hipnotizados.

—Sus últimos pensamientos fueron para ti, Nevin.

—Únicamente por una razón; y yo soy sólo un soldado, Aldara.

Aldara alzó la vista para mirarlo y vio la vulnerabilidad en sus ojos, el conflicto que reflejaban, entre su sentimiento de dolor e inseguridad. Era difícil creer que él, precisamente él, no fuera consciente de su propia fuerza.

—Tú siempre has servido a tu reino y lo has hecho bien.

—He derramado sangre por él, eso no me convierte en rey.

—Aprenderás a ser lo que tu pueblo necesite y seguirás sirviéndole bien.

Se miraron un momento largo y después Nevin volvió a estrecharla fuertemente entre sus brazos. Estando así se sentía en paz, en completa calma, y Aldara pensó por un momento si debería hablarle de su embarazo, pero enseguida concluyó que no era el momento; mejor cuando estuvieran de vuelta en Aurora, y el principal asunto que tenían entre manos estuviera resuelto.

Repentinamente algo la agarró y se vio separada de su esposo. Gritó mientras veía a uno de los soldados que habían dejado atrás atacarlo, y el que la había atrapado la tapó la boca con la mano. Fue arrastrada hacia atrás y sólo pudo contemplar horrorizada cómo Nevin y el otro luchaban peligrosamente cerca del precipicio, hasta que su captor la subió a un caballo y, mientras se alejaban, alcanzó a verlos caer a ambos antes de que la oscuridad la envolviera.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora