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Las semanas siguientes Aldara apenas consiguió dormir. La fiebre de Nevin era persistente, subía y bajaba, pero nunca desaparecía del todo. Aldara hubiera deseado encargarse personalmente de sus cuidados, o haber podido delegar en Brianda o Narcedalia, pero la oposición de su hermano lo impidió.

Aram consideraba la idea de que Aldara atendiera a su enemigo como una humillación personal, y había prohibido explícitamente que su dama de compañía se acercara al prisionero; en cuanto a Narcedalia, llevaba tiempo al cuidado de los dos pequeños hijos de Aram y todos sus deberes se concentraban en ellos. Lo único que Aldara había logrado del rey, después de mucho insistir, era el consentimiento para supervisar una vez al día el trabajo de la doncella al cargo.

Así, en los escasos periodos de tiempo de que disponía aprovechaba para poner en práctica los consejos de Narcedalia y tratar de ayudar a Nevin a sanar: disponía que unos mozos lo movieran a una bañera de agua tibia mientras se cambiaban las sábanas de su cama; aplicaba cataplasmas de jara blanca en la herida; se aseguraba de que bebía el preparado calmante antes de dejarlo, para que tuviera un descanso sereno...

A menudo, tras sus visitas, Aram la mandaba llamar para interesarse por el estado de su cuñado. La respuesta de Aldara era siempre similar, así como el diálogo que venía a continuación:

-¿Ya has hablado con Setenme?

-Todo a su tiempo, hermana. Primero, debe sanar; tal vez no tengamos nada que ofrecer, después de todo.

Aquellas palabras dolían a Aldara, aunque se lo guardaba muy dentro. En lo posible intentaba parecer indiferente, tal y como sabía que él deseaba, pero la preocupación constante provocaba que sus salidas a caballo fueran más cortas y que al contrario que antes pasara todo el tiempo posible dentro del palacio.

Aquello no había pasado desapercibido a nadie, y las miradas de recelo que algunos cortesanos le dirigían eran cada vez más evidentes. Finalmente optó por no salir de sus habitaciones nada más que lo necesario, sintiéndose cada vez más extraña en su hogar de nacimiento.

Al fin, cuando los almendros empezaban a florecer, la fiebre de Nevin había desaparecido y Aldara fue capaz de dormir. Un día, poco después, Brianda le notificó que una delegación de Aurora comandada por el duque de Terrallana estaba esperando en la antesala de audiencias.

-¿Qué te han dicho?

-No he hablado con ellos. Me lo ha dicho el mayordomo, para avisarme de que no me acercara por allí.

-¿Le molestará a mi hermano si voy yo?

-Probablemente sí, señora. Es mejor esperar noticias con prudencia. Además, no creo que fuerais bien recibida.

Horas más tarde, Aram la llamaba a su despacho para informarle de que la reina Setenme aceptaba iniciar conversaciones. Aldara preguntó si la guerra estaba próxima a terminar y su hermano se echó a reír.

-No, querida hermana. Esto no va a dar lugar a una tregua, y los únicos que van a ceder aquí son ellos.

Aldara suspiró y desvió la vista. En ese momento sus ojos se posaron en algo que hasta el momento habían pasado por alto y que colgaba sobre la chimenea como un trofeo.

-¿Y esa espada? Nunca la había visto

La recorrió despacio con la mirada, desde la punta hasta el pomo de la empuñadura, la cual adornaba una pulida piedra negra que le recordaba algo que no lograba ubicar. Aram volvió a reírse.

-Me sorprende que no la reconozcas: es la de tu marido. -Aldara alzó las cejas, sorprendida- Siempre me ha resultado curiosa la devoción que los lumentinos muestran a sus espadas. Es casi como una segunda religión, con todo ese ritual de sangrar sobre la forja, ponerles nombre, que sólo su dueño pueda empuñarlas... O tal vez es sólo una forma de infundir miedo a sus enemigos. ¿Tú qué piensas?

-Pienso que por más años que viva, nunca seré capaz de comprender la mente de un guerrero -respondió ella apartando la vista de la espada.

Para su sorpresa, Aram admitió estar en la misma posición.

-Afortunadamente, eso no me hará falta para conseguir un intercambio justo por la liberación de este guerrero en particular. A menos que los lumentinos consideren que no vale lo suficiente, en cuyo caso le haré el honor de ser enterrado con su preciada espada, para que la pueda empuñar en el Éter.

Aldara sintió su estómago encogerse.

-No puedes... él es mi...

Aram alzó una mano para hacerla callar.

-Abre los ojos, hermana. Sí, por una desgraciadacasualidad te casaste con ese hombre, pero esto es una guerra. En las guerras,todo el mundo pierde algo.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora