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Cuando Aldara salió de la torre, Brianda salió a su encuentro desde donde la estaba esperando, oculta tras un gran tilo que crecía muy cerca. Emprendieron camino juntas de vuelta al palacio, despreocupadamente, como si volvieran de un agradable paseo nocturno, y ninguna de las pocas personas con las que se cruzaron las dirigió más que un respetuoso gesto de saludo.

-El rey se enfadará cuando lo descubra, si llega a cumplir su amenaza -susurró Brianda.

-Que se atreva a hacerlo. Apuesto a que llevará su humillación peor que yo la mía.

-Cada vez sois más temeraria, ¿os dais cuenta?

-¿Tengo acaso algo que perder?

Hubo un silencio entonces, y al llegar a su destino Brianda la acompañó al baño, ya preparado. Aldara se sumergió sin más ceremonias que volver a quitarse la capa, cerrando los ojos y sometiéndose a la calidez de las aguas, buscando calmar enseguida los desagradables efectos de la primera vez para permitirse regodearse en el vívido recuerdo que acababa de grabar en su memoria, entre los brazos de su marido.

Su marido. Ahora podía llamarle así de pleno derecho y la idea le hacía más feliz de lo que podía llegar a expresar, aún en sus propios pensamientos. Había resultado tan fácil, tan natural, se había sentido tan preciosa bajo sus manos que ni siquiera el dolor había podido empañar su dicha; la indescriptible sensación de sentir al hombre que amaba colmando todo su ser, completándola, y haber podido recorrer su cuerpo hasta memorizarlo y conocer cada rincón de la piel que sentía que le pertenecía, por y para siempre.

Sonrió, soñadora, y sólo volvió a abrir los ojos al oír la risita de Brianda.

La miró.

-Parece que no os ha ido mal -comentó la doncella con picardía.

Aldara enrojeció, tapándose la cara con las manos, y las dos rieron. Sin embargo al poco Aldara dejó de hacerlo y su expresión cambió por completo.

-Pero ¿qué me pasa? No hay nada feliz en todo esto. Él sigue allí, y yo aún no puedo hacer nada. Daría lo que fuera con tal de liberarlo de ese infierno, aunque él mismo no esté de acuerdo. Pensar que le espera ese encierro hasta el fin de sus días... No puedo aceptarlo.

Brianda desvió la vista durante un momento, y luego se remojó los labios nerviosamente.

-Señora, yo... Hace tiempo encontré un pájaro en el jardín. Uno que nunca había visto, pero me venía buscando...

Aldara se incorporó dentro del agua. Nadie en todo el reino de Hesperia, -salvo Narcedalia y ella misma- sabía de la condición de Brianda, pues si además de lumentina la descubrían como susurrante se habría encontrado en una mazmorra al lado de Nevin antes de que el rey terminara de dar la orden. Un pájaro desconocido buscándola sólo podía significar una cosa.

-¿Un mensaje de Aurora?

-No, de aquí mismo... Alguien que se trasladó a Valle Ámbar de incógnito y está pendiente del palacio, desde que el duque abandonó estas tierras.

-¿Acaso... se está fraguando algún plan? ¿Un rescate?

Brianda sacudió la cabeza.

-No hay forma mientras el comandante permanezca en la torre. Por el momento, sólo están vigilando.

-¿Por qué no me lo habías dicho antes?

-No había nada que decir, su presencia no cambia nada. En realidad, no sé por qué os lo he contado ahora...

-¿Cómo consigues comunicarte tú con ellos? No te habrás arriesgado a enviar un mensaje escrito...

-Claro que no, señora. Veréis, uno de mis hermanos se encuentra entre ellos...

Guardó silencio, con la cabeza baja, y Aldara la miró con tristeza. Brianda no hablaba mucho de su familia, sin duda por la pena de haberse visto obligada a separarse de ellos.

-¿Cuál de ellos es?

-Esdras, mi señora. El mayor. Es escudero del capitán Spaiha, que está al mando del grupo.

-¿Lo has podido ver?

Brianda negó con la cabeza y Aldara se dio cuenta de que había sido una pregunta estúpida. La muchacha no podía salir del castillo sin vigilancia, mucho menos reunirse con nadie.

-Me gustaría hablar con ellos. ¿Puedes arreglarlo?

Brianda respondió sin mirarla.

-No creo que confíen en vos, señora.

Aldara no se sintió ofendida.

-Inténtalo, por favor. Accede a cualquier condición que te pongan, pero tengo que verlos.

Brianda asintió lentamente.

-Pero tendremos que esperar a que vea a ese pájaro. Es mejor que reciban uno que ya conocen.

Aldara no se opuso a ello, aunque la impaciencia la hubiera empezado ya a devorar por dentro. No podía dejar pasar aquella oportunidad.

Tal vez esos desconocidos eran su única esperanza.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora