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El sol empezaba a asomar ya entre las nubes, lenta y perezosamente. Aldara, apoyada sobre el marco de la ventanilla del carruaje, contemplaba indiferente la vista, más pendiente del malestar que le llevaba acompañando casi desde la primera curva. Sin haber sido nunca propensa al mal de viaje, de repente se encontraba débil como una hoja y con el estómago tan revuelto que pensaba jamás sería capaz de volver a llenarlo.

—Bebed un poco —sugería Brianda, sentada a su lado, de vez en cuando.

Aldara obedecía más por falta de energía para oponerse que ganas y seguía luego contemplando el exterior, donde de vez en cuando podía seguir rastro de Nevin, que cabalgaba un poco más adelantado, entre dos soldados que lo flanqueaban como previniendo un intento fuga. Cuando esos primeros rayos de sol empezaron a acariciar la tierra, trató de imaginar lo que supondría para él aquello después de tantos meses de oscuridad y se encontró con que no podía.

Y deseó más que nunca poder viajar a su lado.

El carruaje fue aminorando de velocidad hasta detenerse por completo y Aldara sacó la cabeza por la ventanilla para investigar. Habían llegado a la entrada de una ciudad y aguardaban a que las puertas se abrieran.

—Ya estamos en Orosna —indicó a Brianda.

—¿Cuánto tiempo nos detendremos aquí?

Aldara suspiró, cerrando los ojos mientras el carruaje reemprendía la marcha.

—Espero que mucho, ya estoy odiando este carro...

Orosna era la primera provincia limítrofe con Hesperia y, además, capital militar de las regiones occidentales del sur. Según la ruta aprobada por Aram aquella era la primera de las cuatro paradas establecidas, desde las cuales el comandante Andros debía enviar un mensaje al Palacio de la Tarde, para lo cual —además de descansar— se dirigieron directamente al castillo del príncipe de la ciudad.

Fueron recibidos con los honores habituales, dado el carácter oficial de la visita, y enseguida se prepararon habitaciones para los huéspedes. El comandante Andros desapareció con sus oficiales para cumplir con sus obligaciones y Nevin fue puesto a cargo de las autoridades del castillo, sin que nadie considerase necesario que Aldara y él compartieran espacio ni un minuto; a causa de esto ella, molesta, rechazó educadamente la invitación a almorzar con el príncipe y su familia, y se tendió en la cama de los aposentos que le designaron, notando que su malestar poco a poco iba remitiendo al fin.

—Me preocupa no haber recibido respuesta del grupo de mi hermano —comentó Brianda mientras miraba por la ventana, como si esperase ver aparecer al pajarito blanco-gris—. Quizá no les llegó el mensaje; fue todo tan precipitado...

Aldara suspiró.

—Tal vez debería haber ido al comedor —respondió—. Quizá Tubal sepa algo y le podría haber preguntado.

—Aunque así fuera no creo que hubiera hablado abiertamente, señora. Recordad dónde estamos.

Aldara guardó silencio, y durante un momento sintió una honda tristeza al darse cuenta de que todo lo que rodeaba al que siempre había sido su hogar ahora debía considerarlo entorno hostil. Sin embargo debía aceptarlo tal como era, pues había tomado su decisión y ésa había sido ponerse del lado de su marido, con todas las consecuencias. Ya no podía seguir llamándose a sí misma una hesperana, más que de origen, y cuanto antes se hiciera a la idea, mejor sería.

—Aunque no hayan recibido tu mensaje estoy segura de que ya están al tanto de todo —respondió al fin—. Ésa es su tarea, al fin y al cabo, y ya se habrán puesto a salvo.

—Sí, creo que tenéis razón...

Volvió a hacerse el silencio.

—Nunca se lo pregunté a ninguno de ellos pero... ¿crees que Setenme sabía algo del rescate?

—Claro que sí, señora. Lo más probable es ella misma lo ordenara. No creo que fuera a dejar a su hermano abandonado a su suerte.

Aldara se incorporó en la cama.

—Pero entonces ¿por qué ceder al chantaje de Aram?

Brianda se encogió de hombros.

—Tal vez hay algo que no sabemos aún. Puede que haya sucedido algún agravio contra el reino de Hesperia, y la reina pensó que el rey Aram querría deshacerse del comandante en represalia.

Aldara no había pensado en una posibilidad semejante, pero se le antojaba probable. También explicaba la prisa por sacar a Nevin de Valle Ámbar. Algo debía haber intuido también Ixeya al respecto y, si era así, ¿cuántas posibilidades había de que hubiera algún incidente en el camino, si los soldados se enteraban de ese «algo»? Podría ser inminente, según las noticias que recibiera del Palacio de la Tarde el comandante Andros.

Se mordió el labio. Ahora, la daga que le había entregado a Nevin le parecía muy pequeña, inútil, y suplicó a la Sagrada Dualidad que simplemente no la llegara a necesitar.

Poco después del mediodía el comandante llamó a su puerta para anunciar que reanudaban camino. Aldara se fijó en la expresión de su rostro pero, aunque no vio nada fuera de lo habitual, su corazón no se tranquilizó.

—¿Iremos ahora a Geysir, como estaba previsto? —preguntó lo más indiferente que pudo.

—Sí, señora. No hay novedades en cuanto a la ruta, más que desde ahora marcharemos por caminos secundarios y probablemente más incómodos para vos. Lamento esto, pero comprended que fuera de esta provincia hay más probabilidades de toparnos con algún grupúsculo enemigo.

Aldara se mordió el labio y asintió, intentando mantenerse serena pese a que, sin saberlo, el comandante Andros acababa de redoblar su angustia. Hasta ahora sólo había tenido la idea en abstracto de que el viaje hasta Aquara se haría en medio de un territorio en guerra. En aquel preciso momento, la realidad acababa de golpearle como un balde de agua fría.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora