IX

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Al otro lado del continente, Nevin tenía los ojos fijos en su acero recién afilado, sin verlo, con el ánimo de haber sido víctima de un engaño. La ansiada paz estaba rota, como si sólo hubiera sido un sueño insultante, y ahora que todos habían despertado tocaba volver a blandir la espada contra el enemigo.

Un enemigo entre los que ahora se encontraba Aldara, y extrañamente aquel era el único pensamiento de alivio que tenía, pues estaba lejos y a salvo en la fortaleza de su hermano.

Tomó la espada y alzó la hoja hasta la altura de su rostro, que vio reflejado en ella mientras leía la inscripción grabada, todavía bien visible y dedicada a sus enemigos; el nombre con el cual el herrero le insufló vida, tras forjarla a fuego bajo la sangre caliente de quien iba a empuñarla.

Destino.

Inflexible, despiadado. Aquello de lo que ningún mortal podía librarse y, una vez más, atento para enfrentarse a él.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora