La ceremonia del acostamiento se había abolido hacía dos generaciones, pero aquello no proporcionaba a Aldara consuelo alguno. Sintiendo que llevaba en su pecho una piedra, fue conducida por dos doncellas y Narcedalia a su alcoba, donde la prepararían para recibir a su dueño y señor.
-Intenta relajarte, niña -le decía Narcedalia mientras la acompañaba al baño-. Verás como todo sale bien.
El agua estaba caliente y perfumada. Las doncellas fueron retirando una a una las prendas de su traje de novia y Aldara se sumergió lentamente en la bañera de piedra, tratando de seguir el consejo de Narcedalia. Sin embargo con los ojos cerrados no podía dejar de pensar en la conversación que habían tenido un mes antes, cuando se anunció su compromiso.
Era la primera vez que Aldara oía hablar de lo que un hombre y una mujer hacen para traer un hijo al mundo y recordaba su ingenua incredulidad. Curiosa, había hurgado en la biblioteca de palacio hasta encontrar los libros prohibidos y, después de contemplar las perturbadoras ilustraciones de uno de ellos, había perdido el apetito. Aquello escapaba a su entendimiento y había tratado de ignorarlo, pero las imágenes volvían a su mente en los momentos más inesperados, como cuando la sacerdotisa había hablado de los hijos durante la boda.
Sólo recordarlo y volvía a sentir el calor en sus mejillas, avergonzada también por su falta de compostura en un momento tan solemne. Estaba segura de que se había puesto como la grana y ojalá nadie se hubiera dado cuenta.
-¿Me hará daño? -susurró después de un largo silencio.
-Ha de hacértelo; igual que tus hijos te harán daño al nacer. Es lo que la vida nos reserva a las mujeres, y tú debes aceptarlo con la dignidad de tu casa. -Acarició sus cabellos con cariño-. Cuando tu marido venga haz todo lo que te diga y antes de darte cuenta habrá pasado todo.
Aldara tragó saliva y volvió a guardar silencio, mientras las doncellas la ayudaban a secarse y vestir el encaje que Ixeya, la esposa de su hermano, le había regalado para la ocasión. También permaneció callada cuando Narcedalia terminó de peinar su largo cabello y la besó en la frente para despedirse. Después Aldara se quedó completamente sola.
Más sola de lo que se había sentido en su vida.
Se digirió lentamente a la cama y se sentó a esperar, encogiendo las piernas. No quería pensar en nada, ni recordar nada, ni esperar nada. Al fin la puerta se abrió y Aldara, instintivamente, encogió todavía más las piernas.
Lo vio entrar y cómo se la quedaba mirando en el umbral para, tras unos segundos eternos, cerrar a sus espaldas y empezar a acercarse. Su corazón se iba acelerando con cada paso que él daba hasta que se sentó al borde de su cama, y ella pensó que se le venía el mundo encima.
Nevin no se movió. Obligándose a mirarlo Aldara se atrevió a recrearse en aquellos rasgos cincelados, que habrían podido formar un rostro angelical de no ser por aquellos ojos que a la luz de una vela parecían pozos profundos y aterradores.
Aldara tomó aire, preparada para lo que fuera, pero lo único que hizo Nevin fue hablar con voz suave.
-Lo último que quiero es que te sientas mal, pero te han hablado de esto ¿verdad?
Ella asintió y bajó los ojos, mientras notaba que para su consternación los colores se le volvían a subir. Nevin, con mucha delicadeza, le apartó un rizo de la frente y ella logró resistir inmóvil.
-No temas. No tengo ninguna intención de tocarte.
Aldara alzó la mirada para encontrarse con la de él, sin comprender bien lo que acababa de oír.
-¿No vamos a...? -murmuró, haciéndose oír por primera vez.
Él negó.
-Este matrimonio ha sido forzado para ti y para mí, pero en tu caso ha sido mil veces peor. Ignoro qué planes tenía tu padre antes de que terminara la guerra, pero estoy seguro de que habría esperado unos años para casarte. Ahora no estás preparada.
Aldara se alarmó. ¿Tan pronto había hecho algo para importunar a su esposo? La paz se había establecido sobre la base de su matrimonio y lo último que deseaba era causar disgustos a dos reinos enteros.
-He sido educada para ser una buena esposa y estoy madura para tener hijos -se apresuró a asegurar.
-Eres apenas una adolescente y estás aterrorizada.
-No... yo... os juro que no.
-No, pero tiemblas cuando estoy cerca de ti. Y no el temblor que uno esperaría de la mujer con la va a yacer.
Aldara se encogió un poco y respondió en un hilo de voz.
-¿Existe acaso otra manera de temblar?
Nevin suspiró y se puso en pie.
-Un día encontrarás tú misma la respuesta. Hasta ese momento, ante tus ojos y los míos, serás simplemente mi prometida. -La tomó de la mano y se la besó-. Dulces sueños, Aldara.
Dicho esto se dirigió a la puerta que comunicaba sus habitaciones y la cerró a sus espaldas con suavidad. Aldara se la quedó mirando varios minutos sin moverse, dividida entre la inquietud y el alivio. Finalmente se dejó caer en el colchón y, acurrucada entre las sábanas, la invadió pronto un agradable sueño.

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El fuego y la mariposa
FantasyLa guerra ha terminado y como muestra de buena voluntad, el rey de Hesperia ha concedido la mano de su hija al hermano de la reina de Luminaria. Nevin, un aguerrido caballero curtido en mil batallas, no está emocionado por tener que desposar a la jo...