Las nubes se habían retirado por completo cuando el capitán Rauben decidió que retomaran camino, aún de madrugada. Aldara se había consolado con haber podido descansar sobre una cama en las pocas horas que habían permanecido en la posada, e incluso retener en su estómago la comida que les habían servido al llegar.
Toda una hazaña, pues aquel estofado de liebre parecía llevar semanas preparado, y contar con ingredientes que prefería no intentar adivinar. Sin embargo su cuerpo parecía haberse dejado convencer de que debía fortalecerse y superar la oposición de tres de sus sentidos. Después de cenar, y dado que ya se encontraban en territorio hesperano, el capitán parecía dispuesto a tomarse el viaje con más calma y pedido una habitación para los dos, puesto que de nuevo les había hecho pasar por marido y mujer.
Afortunadamente, y a pesar de sus malos modos, Aldara podía dar gracias a la diosa de que aún le quedaba ética suficiente como para mantener las debidas distancias, aunque su temor poco a poco estaba derivando en lo que le esperaba cuando la dejase en otras manos.
Cuando el caballo arrancó de nuevo la marcha, Aldara se preguntó cuántas horas faltarían para el amanecer.
El último amanecer de la vigilia por Setenme.
Imaginó que Nevin ya estaría en sus tierras, aguardando a la noche, para que la alta sacerdotisa de Aurora lo reconociera como nuevo rey de Luminaria... y al pensar en el gran templo la mente de Aldara la trasladó años atrás, cuando su vida y la de Nevin habían quedado unidas para siempre.
Se imaginó allí de nuevo, cruzando el pasillo hacia el altar del brazo de su padre, y pensó que habría dado lo que fuera por poder volver a vivir aquel momento con todo lo que había conocido, sentido y vivido después. Desearía poder tomar todo eso y volver a empezar, para caminar por ese pasillo ilusionada y no aterrada; entregar su destino a Nevin con una sonrisa y no a punto de llorar; disfrutar de los festejos sin sentir que estaba asistiendo a su propio funeral, y después, en su habitación, recibirle con toda la calidez y el amor que ahora le reservaba.
El pensamiento de no volver a verle hacía que su interior se contrajera, y quiso desprenderse de aquello de la manera que fuese.
—¿Cuánto falta para llegar? —preguntó.
—No mucho, el fortín está apenas a media jornada de pueblo de donde salimos...
Repentinamente el capitán detuvo el caballo y dio la vuelta para iluminar el camino con el farol que llevaba atado a la silla. El corazón de Aldara empezó a latir con violencia.
—¿Qué sucede?
Rauben se demoró un momento en responder, escrutando la oscuridad como si intentara ver a través de ella. Finalmente se volvió de nuevo.
—Nada, creí oír algo.
Retomó la marcha y Aldara notó como si sus oídos hubieran aumentado su sensibilidad. Crujidos, roces y sonidos de los animales nocturnos los rodeaban, y de pronto parecía que una amenaza se escondía tras cada uno de ellos.
—¿Y si nos atacan? No debimos partir en medio de la noche.
—Callad, nadie nos atacará en estas tierras.
—¿No estamos acaso en guerra, soldado?
—Permitid que os recuerde que sé un poco más que vos sobre esto, y qué rutas evitar.
Aldara guardó silencio, pero tras unos instantes de paranoia, incluso ella escuchó lo que había puesto en alerta al soldado.
Volvieron a detenerse y Rauben descendió rápidamente. Desató el farol y lo dejó en el suelo, tras lo cual guió al caballo fuera del camino, hacia la oscuridad. Aldara, aterrorizada, se agachó cuanto pudo agarrándose con fuerza al cuello del animal, y un instante después la quietud se rompió por completo.
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El fuego y la mariposa
FantasyLa guerra ha terminado y como muestra de buena voluntad, el rey de Hesperia ha concedido la mano de su hija al hermano de la reina de Luminaria. Nevin, un aguerrido caballero curtido en mil batallas, no está emocionado por tener que desposar a la jo...