II

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Todas las mañanas de los últimos tres años Aldara había tomado la costumbre de dar un paseo a caballo, no importaba si hacía frío o calor, y su hermano se lo permitía siempre y cuando informara de cada uno de sus pasos, y marchara siempre acompañada de uno de los guardias porque, como le había dicho claramente, no se fiaba de Brianda. Aldara no creía que Aram temiese realmente por su seguridad, sino que no perdía ocasión de hacer valer su autoridad sobre todo lo vivo o inerte del reino de Hesperia.

No eran tiempos fáciles para su reino, una vez más. Con la guerra otra vez en marcha todos los días llegaban noticias de campos arrasados y vidas perdidas, haciendo del miedo una emoción normalizada. Hacía mucho tiempo, su padre le había prometido que aquello terminaría si ella y un hombre del reino enemigo se casaban y ella había creído en sus palabras; pero su boda no impidió que todo acabara volviendo a su lugar y ahora Aldara se encontraba perdida.

Sabía que él no estaba muerto, porque la caída del comandante máximo del reino enemigo habría sido divulgada hasta el último rincón por los suyos.

«Los suyos», una expresión que se le hacía extraña aun estando en su hogar de nacimiento, porque una parte de ella se sentía como una extranjera y no eran pocos los que compartían dicho sentimiento: nadie podía olvidar que un día le entregó su lealtad bajo juramento a Nevin Ghereber de Luminaria.

Su hermano no era ajeno a su indefinida situación, pero todavía no había decidido su futuro. No podía volver a casarla ni desde luego tenía intención de devolverla a Luminaria, pero más allá todo era incertidumbre. Aldara pensaba que estaba esperando sencillamente a que se quedara viuda y el pensamiento le entristecía, pues deberes y juramentos aparte, el hombre que había conocido siempre había sido bueno con ella. No le deseaba mal alguno y aunque no quisiera la derrota de Hesperia, rezaba para que él siempre terminara las batallas victorioso.

Aquella permanente contradicción la atormentaba, y no pasaba un día sin que pensara que estaba traicionando a todo el mundo.

Una mañana, a pocas semanas del cambio de estación, al regreso de su paseo habitual Aldara fue convocada por su hermano. Tras dejar su caballo se encaminó hacia el gabinete de Aram, que la esperaba con una mirada de júbilo que la inquietó.

¿Había sucedido, finalmente...?

Se inclinó como correspondía antes de dirigirse a él y preguntó la razón de su llamada.

-Siéntate, Aldara. Tengo noticias para ti. -El corazón de la joven empezó a bombear frenéticamente, pero trató de permanecer impasible y simplemente esperó-. Acabo de recibir una comunicación del campamento del norte, en referencia a tu marido.

Aram guardó silencio, como si quisiera ver cambiar la expresión de su rostro, pero Aldara permaneció serena.

-¿Está...? -preguntó finalmente.

-No, es un condenado con suerte. Eso sí, su compañía cayó al completo: ha sido una victoria total para nosotros. He ordenado que lo traigan a palacio.

En ese momento Aldara no logró disimular su sorpresa.

-¿Lo has tomado prisionero?

-Naturalmente. ¿No te gusta la idea de volver a verlo? -preguntó divertido.

-Es mi esposo al fin y al cabo, Aram -musitó ella sin poderlo evitar.

-Bueno, hermanita, te aseguro que se lo tratará con la debida consideración dado el parentesco, pero no te confundas: si sigue vivo es porque se trata del hermano de Setenme, no de tu marido. Con él en nuestras manos, tenemos algo valioso que querrá recuperar. Claro está, si al final sobrevive...

-¿Si sobrevive? ¿Está herido?

-Bastante. Por lo que me han dicho, peleó como un perro rabioso hasta que cayó inconsciente. Te diría que te sintieras orgullosa, pero eso no sería muy respetuoso con toda la sangre hesperana que derramó su espada.

Si pretendía hacerla pasar vergüenza lo consiguió, pero Aldara logró salir de allí con la cabeza alta, además de la mente hecha un torbellino de pensamientos y emociones. Se dirigió a su alcoba, donde Brianda la esperaba, y se lo contó todo.

Al final del relato la doncella estaba demudada.

-Por los dioses, el comandante... Jamás pensé que volvería a verlo.

-Yo tampoco.

Las envolvió un silencio pesado. Aldara se acercó a la ventana y contempló las brumosas montañas que rodeaban el palacio, hasta que Brianda se acercó a ella.

-¿Y cuáles son vuestros sentimientos?

Aldara se volvió y negó con la cabeza.

-No tengo ni idea.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora