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Aldara despertó poco antes de la salida del sol, vivificada como no se había sentido en meses. Había tenido un sueño tranquilo, profundo y sin pesadillas, y mientras salía perezosamente del letargo disfrutó con la ilusión de hallarse en Hesperia, tendida en su propia cama, hasta que finalmente tuvo que abrir los ojos y reconocer su nueva alcoba.

La claridad empezaba a filtrarse en la estancia cuando se decidió a levantarse. Se decía que el amanecer en Luminaria era el más hermoso del mundo, así que lo primero que hizo fue acercarse a los ventanales. Inmediatamente sus ojos se prendaron de los brillantes rosas, azules y naranjas del cielo, y los dorados bañando la nívea ciudad. Totalmente fascinada, apenas prestó atención al ruido de la puerta que se abría a sus espaldas.

-Oh, ya estás despierta. Buenos días, pequeña -saludó Narcedalia.

-Buenos días -respondió ella sin volverse.

Tras unos segundos de espera, la nodriza puso los brazos en jarras.

-¿Piensas quedarte ahí toda la mañana? Porque tu padre ha decidido que se marcha hoy.

Aldara se giró de repente, como si a sus espaldas se hubiera producido una detonación.

-¿Hoy? Me dijo que iba a permanecer aquí una semana, ¿por qué tan pronto?

Narcedalia se había agachado sobre el arcón para escoger la ropa de Aldara y respondió distraídamente.

-Tu padre es el rey de Hesperia y tiene obligaciones, niña.

-Sí, pero... ya las tenía cuando me dijo que...

-No cuestiones sus motivos y empieza a alistarte de una vez.

Aldara no discutió más, corrió al aguamanil y se lavó con el agua fresca que alguna doncella se había encargado de llevar mientras ella aún dormía. Narcedalia se la había quedado mirando en silencio, hasta que Aldara alzó la vista hacia ella.

-¿Cómo te fue con tu esposo?

Aldara sintió que volvía a enrojecer, aunque Narcedalia lo tomó por el camino equivocado cuando se rió y preguntó.

-¿Fue amable contigo?

-Sí, mucho -susurró ella.

No dijo que Nevin no había querido consumar su matrimonio con ella, pero pensó que tampoco había dicho ninguna mentira.

En aquel momento se abrió la puerta y entró una muchacha de larga cabellera rizada y oscura, algo mayor que ella, y aspecto vivaz. Tras ella entraron otras dos que mantuvieron la cabeza baja.

-Señora, buenos días -saludó haciendo una reverencia-. Me llamo Brianda, venía a preparar vuestro baño.

-Gracias.

-Se me ha designado como camarera principal de vuestra merced, así que estoy a vuestra disposición para lo que ordenéis.

Aldara miró a Narcedalia.

-Te lo agradezco, pero preferiría que ese cargo lo ostentara Narcedalia...

Brianda puso una expresión desconcertada que se apresuró a cubrir bajando la cabeza y se inclinó.

-Naturalmente, como la señora desee...

-Sin embargo Aldara aún necesita una dama de compañía -intervino Narcedalia-. Tal vez al mayordomo mayor no le importe que ese lugar lo ocupes tú. Yo me encargaré de hablar con él.

Brianda hizo una inclinación y se retiró hacia el baño seguida de las otras dos doncellas. Cuando se hubo ido, Narcedalia se volvió a Aldara.

-No está bien rechazar las atenciones que se te ofrecen -la riñó-. La reina quiere que te integres en su corte y consideraría un insulto que despidieras al servicio que pone a tu disposición.

Aldara asintió en silencio, otra vez avergonzada y con la desagradable sensación de estar haciéndolo todo mal.

Cuando salió del baño vio que una bandeja con el desayuno aguardaba en la mesa. Aldara había esperado bajar al gran comedor para compartirlo con su familia, pero Narcedalia le informó de que su padre y su hermano llevaban reunidos con la reina desde primera hora.

-No te apures, la marcha será después del almuerzo. Aún te podrás despedir como es debido.

Un poco más animada, Aldara se apresuró a vestirse y salió a buscarlos. Padre y hermano ilocalizables, finalmente encontró a Ixeya en el salón de música, tocando una lenta melodía en un clavecín.

Aldara siempre había admirado a su hermana en sacramento por su habilidad en las artes musicales, algo para lo que ella misma no era tan diestra como hubiera deseado. Permaneció un momento escuchando, sin querer interrumpir, hasta que ella alzó la vista y sonrió.

-Hermana, qué placer verte.

Se levantó para saludarla e intercambiaron un beso en la mejilla, y luego Ixeya la tomó del brazo y caminaron juntas hacia la puerta.

-Narcedalia me ha dicho que os marcháis esta tarde.

-Sí, eso me ha dicho Aram a mí también -respondió Ixeya suspirando-. No te voy a negar que me alegra volver a nuestra querida Hesperia, pues en todo el tiempo que llevo aquí no me he atrevido ni a poner un pie en el exterior. Los rayos del sol en este país son cegadores, y temo que si uno de ellos toca mi piel, me provocará ampollas. Sin embargo me apena tanto dejarte aquí sola, hermanita...

Aldara calló un momento, para después forzar una sonrisa.

-No estaré sola, la reina ha dado permiso para que Narcedalia se quede conmigo.

-Lo sé, querida, lo sé, pero aun así tener a la familia lejos es difícil. Para mí lo fue tanto... Pero te lo aseguro: saber que un hombre fuerte y apuesto está a tu lado te servirá de consuelo.

Aldara volvió a guardar silencio, y mientras paseaban por los largos corredores del castillo dejó que Ixeya continuara hablando, sin ánimo de intervenir ni una sola vez hasta que en su recorrido sin rumbo se encontraron al rey, que regresaba a sus aposentos.

De inmediato el rostro de Aldara se iluminó.

-Padre -saludó inclinándose para besarle la mano.

-Hijas mías -dijo mientras Ixeya repetía el gesto de Aldara-. Definitivamente no estoy hecho para este clima: ved que la mañana aún es temprana y me encuentro agotado. Mis viejos huesos no se encontrarán a gusto hasta que se alejen de toda esta humedad.

-Pero tú no eres viejo, padre -protestó Aldara.

El rey se rió.

-Tienes razón. Sin embargo, la humedad es auténtica.

-El país de los ríos, lo llaman -comentó Ixeya sonriendo-. Sin duda es un nombre bien merecido. Aún no me puedo quitar de la cabeza que tuvimos que cruzar un enorme puente en el mismo centro de la ciudad, ¡qué cosa tan absurda!

Tras despedirse Aldara acompañó a Ixeya a sus dependencias, pues había expresado la necesidad de supervisar si los baúles estaban debidamente preparados. Después de despedirse de ella, volvió alicaída a su alcoba y pasó el resto de la mañana entregada a la lectura, sin poder concentrarse en ella ni una sola vez.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora