IX

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Gracias a la puntual llegada de su comida todos los días Nevin sabía, con bastante aproximación, cuándo caía la noche. Su rutina se había reducido a esperar con ansia ese momento, pues en las escasas ocasiones en que Aldara venía a verle era capaz de olvidarse de todo lo demás.

A veces se descubría asombrado por lo rápidamente que se había hecho adicto a ella, como si fuera la sustituta del sol. Su voz, su piel, la intensidad con que lo miraba, la calidez de sus labios... Cada noche que no aparecía se dormía pensando en ella y acababa sumido en un sueño de pesadilla, con sus negros muros aplastándole. Después, el día siguiente amanecía exactamente igual que el anterior, sólo esperando a que llegara la noche de nuevo y, con ella, otra oportunidad.

Y en el caso de que los dioses le concedieran su deseo, tocaba maldecir a la reja que los separaba. En esos momentos anhelaba volverse aire para poder atravesar los sólidos barrotes, envolverla entre sus brazos y convertirse en algo vital para su existencia, como lo era ella de la suya propia.

Aquella noche llegó, según sus cálculos, y como siempre se mantuvo alerta a cualquier sonido que no fuera un ratón correteando por algún recoveco o el ulular de alguna lechuza despistada. Algo distinto al monstruoso silencio que de otro modo siempre le rodeaba, y que a aquellas horas sólo podía significar la visita que tanto ansiaba.

La puerta se escuchó al fin; resonaron pasos por el corredor, pero Nevin se alarmó al percatarse de que no los producían dos pies, sino cuatro. Se levantó rápidamente y se mantuvo expectante.

El carcelero ni siquiera lo miró mientras abría la puerta, y enseguida se apartaba para irse dejando ver a sus espaldas a Aldara, ataviada con su capa oscura. Incrédulo porque la barrera maldita hubiera caído, por un momento Nevin fue incapaz de moverse, pero bastó que ella diera dos pasos al interior para que se abalanzara como un lobo hambriento, y se abrazaron tan fuertemente que parecieron fundirse uno al cuerpo del otro.

-Por los dioses cómo deseaba tenerte tan cerca... ¿Cómo es que te ha abierto la puerta?

-Hoy le he dado más dinero del que ha visto en su vida. Esta noche mi hermano daba una fiesta; a estas alturas todo el mundo andará entretenido, o durmiendo la borrachera, así que disponemos de más tiempo.

Nevin tomó aire, su interior un cúmulo de sensaciones contradictorias. Aquello era más de lo que podría desear, pero no quería ni pensar en que la descubrieran por un minuto de más.

-¿Estás segura de que lo tienes todo controlado?

Ella asintió.

-No hay ningún peligro... es más, tal vez algún día incluso pudieras... acompañarme de regreso.

Nevin la alzó de la barbilla para mirarla fijamente a los ojos.

-No se te ocurra hacer más locuras, por favor. Ni siquiera pienses en ello.

Aldara volvió a abrazarlo y cerró los ojos.

-Mi hermano pretende anular nuestro matrimonio. Quiere otra alianza que le convenga más.

Nevin cerró los ojos y trató de componerse rápidamente. En realidad aquello no le sorprendía.

-Es lógico, la alianza actual no le conviene nada -bromeó-. Hasta se ha tomado su tiempo.

Aldara se soltó de él y le dio la espalda.

-No te burles, por favor. Me siento como una yegua en una subasta, dispuesta para el mejor postor. Hoy me ha obligado a sonreírle, a bailar con él y fingir que estaba encantada de sus atenciones...

Nevin resopló y se sentó en el camastro sintiéndose pesado, como si su espíritu se hubiera vuelto plomo. Inconscientemente cerró su mano derecha, encontrándola hueca, falta de su extremidad de acero, e imaginó regueros escarlata salpicando sus dedos. Cerró los ojos y sacudió aquellos pensamientos.

-No me burlo -dijo, ya totalmente serio-. En realidad, si supieras lo que siento ahora mismo te espantarías. Sin embargo no sé si tengo derecho, pues nuestra boda ya fue convenida de esa forma, sin contar con ninguno de los dos.

Aldara guardó silencio un momento y luego se volvió hacia él.

-Yo creo que nuestra unión fue decidida por los dioses -declaró con suavidad.

Se miraron largamente, y luego Aldara sonrió.

-¿No te han dicho qué día es hoy? -Nevin negó despacio-. Es el solsticio de verano.

Nevin también sonrió.

-Qué día tan extraño, aquel de hace cinco años... Ahora parece más tiempo.

-Es verdad, mucho más... He pensado tanto en esa noche...Qué asustada estaba.

-Eras una niña.

-Sí, lo era... pero ya no lo soy.

Nevin no tuvo tiempo de responder que ya lo sabía, cuando Aldara se desató los cordones de su capa. La luz de las antorchas hizo resplandecer su piel desnuda cuando la prenda cayó a sus pies con un simple gesto de sus manos, que golpeó más fuerte a Nevin que cualquier arma que hubiese conocido.

El tiempo se detuvo. Nevin tuvo que aspirar con fuerza, sintiendo la sangre bajar y todo su cuerpo erizarse y tirar de él, como un metal atraído por una corriente magnética, y por un momento eterno sólo fue capaz de mirarla. Sus ojos hipnotizados se posaron en la carne turgente de sus senos, sus delicadas caderas, y su corazón casi se detuvo al tiempo que su vista sobre el vello entre sus piernas.

Hubo de tomar aire de nuevo, perturbado como si aquella fuese la primera mujer desnuda que veía, y hablar supuso mayor esfuerzo aún que permanecer inmóvil.

-Mereces algo mejor -susurró-. Este lugar es...

-No me importa. -Se le acercó despacio, hasta que su vientre quedó tan cerca del rostro de Nevin que habría podido saborearlo. Él se obligó a mirarla a los ojos-. Aquí y ahora no existimos nada más que nosotros.

Nevin la rodeó con sus brazos y enterró el rostro entre sus senos, liberando toda la pasión que le tenía reservada desde que se reencontraron, más toda la que había crecido desde el instante en que entró en la celda. Subió hacia el cuello, recorrió su garganta y Aldara gimió haciéndole perder el poco control que le quedaba.

La tendió sobre la capa tirada en el suelo y tomó sus labios con frenesí mientras Aldara le abrazaba con fuerza. Sus manos, impacientes, no sabían dónde pararse. Otro gemido salió de la garganta de Alrada cuando él volvió a emprender recorrido hacia abajo, y luego un quejido de indignación cuando le sintió detenerse.

Nevin apenas podía concentrarse en respirar, pero no podía olvidar con quién estaba.

-No puede ser solo para frustrar a tu hermano -jadeó-. Por favor dime que lo deseas...

Ella respondió arqueando la espalda, ofreciéndose por completo, mientras introducía los dedos entre sus cabellos.

-Quiero ser tu mujer. Sólo tuya, tuya...

En ese momento el mundo dejó de existir.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora