La relación de Aldara con su padre siempre había sido afectuosa, aunque distante. El gobierno de un país en guerra permanente exige la mayor parte de la atención de un rey y ella siempre lo había entendido, viendo al mismo tiempo en él una figura imponente, poderosa y eterna bajo cuya sombra siempre se sentiría protegida.
Cuando se estableció que tomaría marido en el reino del este a Aldara le vinieron toda clase de pensamientos, a cuál más angustioso, pero en realidad no llegó a darse cuenta en toda su extensión de lo que significaría ver desaparecer de su vida todo lo que para ella suponía un refugio. Ahora, con su familia alejándose en el barco, le quedaba una sensación extraña en su cuerpo, como si hubiera encogido o estuviera llena de agujeros por los que pasaba un viento helado.
Nevin había permanecido a su lado durante la despedida en el puerto de Aurora, como correspondía, pero eran como dos extraños juntos por azar entre una multitud. Luego, de regreso al castillo, cabalgó a la altura de su carruaje en silencio, y al llegar se excusó porque tenía que partir hacia las provincias del sur, para supervisar el cambio de mando en las regiones que, según el convenio de la tregua, sus reinos habían intercambiado atendiendo a la proximidad de los territorios.
-Estaré de vuelta en dos semanas, espero.
Ella asintió lentamente.
-Os deseo un viaje provechoso, y que la Sagrada Dualidad proteja vuestro camino -dijo con suavidad la frase protocolaria de despedida.
Nevin hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza y después le sugirió que aprovechara la tarde para dar un paseo por el atrio, pues según aseguró estaba bellísimo en aquella época del año. Luego se marchó y Aldara, deseosa de respirar aire fresco, decidió aceptar la sugerencia y se dirigió hacia allí con la doncella Brianda, quien la había seguido como una sombra desde después del almuerzo.
Desde el principio la situación entre las dos había sido incómoda. Brianda se había amoldado a su nueva posición como dama de compañía, pero parecía sentirse fuera de lugar y Aldara aún recordaba la riña de Narcedalia cuando era consciente de su presencia a su lado; no tan a menudo, pues aún se hallaba demasiado metida en sus pensamientos como para, siquiera, intentar mantener una conversación.
-Si lo deseáis, podemos sentarnos allí -sugirió Brianda señalando un banco de piedra-. La fuente ofrece un sonido muy agradable, y detrás hay un macizo de flores muy fragantes.
Aldara se volvió hacia ella y sonrió, aceptando, y las dos se encaminaron hacia allí lentamente.
En verdad aquel lugar era precioso, observó cuando se sentaron. El suelo estaba empedrado con guijarros y altas columnas de piedra blanca lo circundaban, separándolo de las grandes y cuidadas jardineras. En el centro, la fuente de la que había hablado Brianda además del sonido proporcionaba un frescor delicioso; el brillo del sol, que Aldara no lograba encontrar tan peligroso como lo hacía Ixeya, bañaba suavemente todo el atrio produciendo sombras curiosas y un bonito resplandor sobre la superficie del agua, y a ambos lados se erigían dos estatuas talladas con exquisitez, representando a la Sagrada Dualidad en su más hermosa forma: la de la etapa de la niñez.
El silencio se había adueñado del ambiente mientras Aldara se maravillaba de los alrededores, pero cuando Brianda suspiró volvió a sentirse incómoda de pronto.
-No estás a gusto conmigo ¿verdad? -dijo finalmente.
La doncella se volvió hacia ella.
-Por supuesto que sí, señora...
-Lamento lo de esta mañana, es sólo que mi nodriza se ha ocupado de mí desde que nací.
-No tenéis que darme explicaciones. Es fácil entender que estáis en una tierra extraña, rodeada de personas desconocidas. Para mí tampoco sería sencillo.
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El fuego y la mariposa
FantastikLa guerra ha terminado y como muestra de buena voluntad, el rey de Hesperia ha concedido la mano de su hija al hermano de la reina de Luminaria. Nevin, un aguerrido caballero curtido en mil batallas, no está emocionado por tener que desposar a la jo...