Epílogo

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Equinoccio de otoño


Aldara se secó las lágrimas con la mano, intentando que su visión se aclarase para poder terminar el retrato. Habían pasado seis días desde que se conoció la noticia, y pese a todo lo sucedido la tristeza persistía. Un gorjeo a su espalda la hizo volverse y entonces sonrió. Dejó el pincel y se acercó a la cuna, donde su bebé de siete meses acababa de despertar. Cuando lo tomaba entre sus brazos la puerta del cuarto se abrió y Aldara alzó la vista.

Sonrió.

—Hoy vienes temprano.

—He despachado muy deprisa. Quería estar con vosotras.

Aldara cerró los ojos mientras Nevin alzaba su barbilla buscando sus labios, y luego contempló con ternura cómo bajaba la cabeza y besaba la frente de su hijita.

—Ixeya nos ha hecho llegar un mensaje —informó—. Desea una reunión en La Roca.

Aldara guardó silencio, y su mirada voló hacia el retrato inacabado de su hermano. Un último homenaje que había necesitado hacerle porque algo en su interior se lo pedía a gritos.

Lo mismo que clamaba ahora contra su viuda, la ya reina regente de Hesperia.

Muchos eran los rumores que rodeaban a la muerte de Aram, tan repentina como inexplicable, pues jamás había padecido del corazón; sin embargo, como era habitual alrededor de un trono, al final todo se reducía a susurros y si la justicia era necesaria, sólo podía esperarse en la otra vida.

—Un alto el fuego. ¿Ahora, cuando en el Sur ya sólo hay cenizas?

Nevin suspiró. Tal y como él predijo, todas las provincias vasallas se habían terminado aliando contra sus gobernantes. El triunfo de Aram en la negociación por Nevin había terminado volviéndose contra él, y la guerra que en ese momento creyó ganada lo único que hizo fue recrudecerse.

—Al menos puede que por fin se acabe.

Aldara se abrazó aún más a él.

—Sí... A lo mejor esta vez lo logramos.

El fuego y la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora